Conoce el
poder del regalo que es la Navidad para el hombre
Hace falta la audacia, la cultura y la
inspiración del sacerdote Pierre Teilhard de el mundo y, más misteriosamente,
para Dios mismo.
Un
regalo para el hombre
Los notables progresos de nuestra
inteligencia y nuestro poder nos hacen dominar el planeta y su evolución. Esta
nueva responsabilidad tal vez resulte angustiosa. ¿Y si un día, por nuestros apetitos y nuestros excesos,
llegamos a destruir nuestro planeta?
Esta hipótesis se plantea cada vez con
más frecuencia: guerra nuclear, cambio climático, explosión demográfica,
guerras por el agua y las materias primas,… La aventura humana podría llegar a
su fin por nuestra culpa.
Pero
aquí está la Navidad: nuestra historia no puede hundirse. Al encarnarse, Dios
se pone de nuestro lado y nos
garantiza un final feliz. Esta
es la esperanza auténticamente cristiana que la Navidad despierta, el regalo
esencial que se nos ofrece.
Sin embargo, esta certidumbre de un
triunfo final deriva de un acto de fe, y por tanto deja subsistir la ansiedad
propia de nuestra condición humana.
Un
regalo para el mundo
El pensamiento de Teilhard iba a
contracorriente del de la Iglesia de su tiempo. Para él, de hecho, Jesús no
había venido en primer lugar a la tierra para reparar un mundo deteriorado por
el pecado, sino para conducir a ese mundo, a través del ser humano, hasta su
logro supremo, es decir, su divinización.
Teilhard recupera la afirmación de Ireneo
de Lyon, del siglo III: “Dios
se hizo lo que nosotros somos para permitirnos ser lo que Él es”.
Lo infinito se hace finito y de esta
forma lo finito puede acceder a lo infinito. La Navidad es un regalo esencial
también para el mundo: Dios revela su proyecto, es decir, la unión de todos en
Jesús a fin de que “Dios sea todo en todos”. ¡Qué suerte tenemos
de vivir en este tiempo en el que Jesús ha revelado ser la clave de la historia
universal y de nuestro destino!
Un
regalo para Dios
¡Aún más profundo! Teilhard afirma que la
Navidad transforma la naturaleza misma de Dios, que encuentra la plenitud de su
gloria al divinizarnos a través de Cristo. Aquel que recibe el don de Dios, el
ser humano, es también el que regala a Quien todo lo debe, Dios. Este doble movimiento es único en la historia
del cosmos: Dios
interviene para poner en la humanidad lo que ninguna evolución habría podido
lograr, es decir, la persona misma de Dios.
Paralelamente, el hombre Jesús de Nazaret
se hace Dios, aquello que nunca había sido solo, y nos lleva tras él. Teilhard
observa que este regalo extraordinario no llega por casualidad, al contrario.
La Navidad fue pensada, deseada y preparada por Dios desde los albores del
universo:
“Dios no deseó el sol, la tierra, las
plantas, el hombre, de forma aislada. Quiso a su Cristo y, para tenerlo, debía
crear el mundo espiritual y, en especial, el ser humano, de donde germinaría
Cristo. Y para tener al ser humano, debió poner en marcha el enorme movimiento
de la vida. Las prodigiosas épocas que precedieron a la primera Navidad no
están vacías de Cristo, sino penetradas por su poderoso influjo. Fueron
necesarias las aterradores y anónimas labores del hombre primitivo, y la larga
belleza egipcia, y la inquieta espera de Israel, y el perfume de los místicos
orientales, y la sabiduría de los griegos, de forma que del tallo de Jesé y de
la humanidad pudiera hacer eclosión la flor. Cuando Cristo apareció entre los
brazos de María, acababa de levantar al mundo” (Mon
Univers, 1924).
ETIENNE PRACHE
Fuente:
Aleteia
