Realizad, pues, con
alegría perenne, en verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no
buscando vuestro propio interés, sino el de Jesucristo
Después
de su llegada a Bangladés, el Papa Francisco ha presidido una Misa con
ordenación de presbíteros en el Parque Shurawardy Udyan de Dhaka. Durante
la celebración eucarística el Santo Padre dirigiéndose a los nuevos
presbíteros reflexionó con ellos sobre el ministerio al que acceden
en la Iglesia.
Texto
completo de la homilía del Papa
Santa
Misa, Suhrawardy Udyan Park, Dhaka, Viernes, 1 de diciembre de 2017 [Homilía
tomada del Ritual de Ordenación de Presbíteros]
Queridos
hermanos:
Ahora
que estos hijos nuestros van a ser ordenados presbíteros, conviene considerar
con atención a qué ministerio acceden en la Iglesia.
Como
sabéis, hermanos, el Señor Jesús es el gran Sacerdote del Nuevo Testamento;
aunque, en verdad, todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido sacerdocio
real en Cristo. Sin embargo, nuestro gran Sacerdote, Jesucristo, eligió a
algunos discípulos para que en la Iglesia desempeñasen, en nombre suyo, el
oficio sacerdotal para bien de los hombres.
Él
mismo, enviado por el Padre, envió, a su vez, a los Apóstoles por el mundo,
para continuar sin interrupción su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor por
medio de ellos y de los Obispos, sus sucesores. Y los presbíteros son
colaboradores de los Obispos, con quienes en unidad de sacerdocio están
llamados al servicio del pueblo de Dios.
Estos
hermanos, después de pensarlo seriamente, van a ser ordenados al sacerdocio en
el Orden de los presbíteros, para hacer las veces de Cristo, Maestro, Sacerdote
y Pastor, por quien la Iglesia, su Cuerpo, se edifica y crece como pueblo de
Dios y templo santo.
Al
configurarse con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y unirse al sacerdocio de los
Obispos, la Ordenación os convertirá en verdaderos sacerdotes del Nuevo
Testamento para anunciar el Evangelio, apacentar el pueblo de Dios y celebrar
el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor.
A
vosotros, queridos hijos, que vais a ser ordenados presbíteros, os incumbirá,
en la parte que os corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el
Maestro. Transmitid a todos la Palabra de Dios que habéis recibido con alegría.
Y al meditar en la ley del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que
creéis y practicar lo que enseñáis. Que vuestra enseñanza sea alimento para el
pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo,
a fin de que con vuestra palabra y vuestro ejemplo se vaya edificando la casa,
que es la Iglesia de Dios.
Os
corresponderá también la función de santificar en Cristo. Por medio de vuestro
ministerio, alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que
por vuestras manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al
sacrificio de Cristo, en celebración incruenta.
Daos
cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al
celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por
hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar en una vida nueva.
Al
introducir a los hombres en el pueblo de Dios por el Bautismo, al perdonar los
pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la Penitencia,
al dar a los enfermos el alivio del óleo santo, al celebrar los ritos sagrados,
al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la súplica no
sólo por el pueblo de Dios, sino por el mundo entero, recordad que habéis sido
escogidos de entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de
Dios.
Realizad,
pues, con alegría perenne, en verdadera caridad, el ministerio de Cristo
Sacerdote, no buscando vuestro propio interés, sino el de Jesucristo.
Finalmente,
al ejercer, en la parte que os corresponde, la función de Cristo, Cabeza y
Pastor, permaneciendo unidos al Obispo y bajo su dirección, esforzaos por
reunir a los fieles en una sola familia, de forma que en la unidad del Espíritu
Santo, por Cristo, podáis conducirlos al Padre. Tened siempre presente el
ejemplo del buen Pastor, que no vino para que le sirvieran, sino para servir, y
para buscar y salvar lo que estaba perdido.
De
Juan Carlos Velarde
Radio Vaticano
