Preocupación. Llamada desesperada. Sabiduría.
Prudencia. El dramatismo de las palabras es directamente proporcional al nivel
de la preocupación. El Papa está muy preocupado
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El Papa con Mahmud Abbas y
el presidente de Israel, Simon Peres,
durante un encuentro de oración por la paz en
el Vaticano, en 2014
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Advierte
de que el reconocimiento del presidente Donald Trump de Jerusalén como capital
de Israel atenta contra una ya débil estabilidad en Oriente Medio y compromete
seriamente la posibilidad de recuperar cualquier negociación de paz. Varios
patriarcas se sumaron a la protesta contra una medida que afecta al rol de
Estados Unidos como protector de los cristianos en la región
Todo
se precipitó en cuestión de horas. En los últimos días la diplomacia vaticana
concentró sus baterías en responder a un gesto considerado como una provocación
por la comunidad internacional. La tarde del martes 5 de diciembre sonó el
teléfono del Papa Francisco en Roma. Al otro lado de la línea estaba Mahmud
Abás. Poco antes el presidente palestino había recibido una llamada de la Casa
Blanca. Era Donald Trump, quien le confirmaba su decisión de mover la embajada
estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén.
Para
entonces, todos sabían lo que eso significaba. Considerar a la Ciudad Santa
como capital de Israel vulnera aún más un status quo ya
suficientemente violentado. Desde la creación del Estado en 1948, una resolución
de las Naciones Unidas (la número 181) establece que la ciudad será neutra y
administrada por la misma organización multilateral. Pero esa determinación hoy
es letra muerta.
Aunque
los israelitas controlan buena parte de la urbe, normalizar esa situación
implica romper las reglas de convivencia también entre las tres religiones
monoteístas más importantes del mundo: la judía, la cristiana y la musulmana.
Por eso el Papa quiso pasar a la acción, levantando su voz.
«No
puedo callar mi profunda preocupación por la situación que se ha creado en los
últimos días y, al mismo tiempo, no dirigir un desesperado llamamiento para que
sea un compromiso de todos respetar el status quo de la ciudad, en conformidad
con las pertinentes resoluciones de las Naciones Unidas», señaló en la mañana
del miércoles 6, al final de su audiencia general y ante unas 8.000 personas
congregadas en la plaza de San Pedro.
Estas
palabras no estaban previstas en el discurso original. Francisco recordó que
Jerusalén es una «ciudad única» y tiene «una vocación especial a la paz». Una
identidad que él pidió «preservar y reforzar», en beneficio no solo de la
Tierra Santa sino también del mundo entero. Por eso instó a que prevalezcan «la
sabiduría y la prudencia», para evitar agregar nuevos elementos de tensión en
un panorama mundial ya convulsionado y marcado por tantos y crueles conflictos.
Paz o guerra, una simple
lógica
Ahí
está la clave para entender la preocupación del Papa. Oriente Medio es, para
él, un escenario de primer orden en el contexto de la llamada «tercera guerra
mundial a pedazos». La ruptura del equilibrio allí conlleva consecuencias
insospechadas. Al mismo tiempo, Francisco está convencido de la existencia de
un movimiento internacional a favor de la paz, y otro a favor de la guerra.
Ambos frentes involucran a líderes políticos y sociales. Parte de la
estabilidad mundial depende de alimentar el primero y neutralizar el segundo.
Más que de cálculos interesados, para él la lógica es muy simple.
Por
eso, el Pontífice respondió al movimiento de Trump desde el espacio de los
gestos. Antes de su llamamiento a la sabiduría del miércoles 6 en la audiencia
general, recibió, en privado, a los miembros del Comité Permanente para el
Diálogo con Personalidades Religiosas de Palestina. Una iniciativa del
Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso del Vaticano que le permitió
lanzar un mensaje claro.
En
su saludo instó al diálogo que es, dijo, respeto recíproco y reconocimiento a
los derechos de todas las personas. «Soy consciente de la atención que las
autoridades del Estado de Palestina, en particular el presidente Mahmud Abás,
tienen hacia la comunidad cristiana, reconociendo su lugar y su rol en la
sociedad palestina», añadió el Papa.
Términos
para nada casuales. Por un lado, Francisco usó la palabra «Estado» para
referirse a los territorios palestinos. Un término que, durante años, el
Vaticano se negó a utilizar por no herir susceptibilidades, pero que quedó
completamente liberalizado en mayo de 2015, con la firma de un
acuerdo bilateral que regula las actividades de la Iglesia y la libre
circulación de peregrinos en territorio palestino.
La protestas de los
patriarcas
Aquel
acuerdo no fue sino la confirmación de una añeja postura de la Santa Sede: su
apoyo a la solución «dos pueblos, dos estados». Pero su firma indigestó a
Israel, que lo criticó abiertamente. Por otra parte, también la Iglesia tiene
mucho que perder con la nueva situación. Los palestinos no solo son musulmanes,
muchos de ellos profesan el cristianismo. Un control total de Jerusalén por
parte de Israel podría afectar aún más su libre tránsito por la Ciudad Santa.
De
ahí que los patriarcas de la región reaccionaran con virulencia al anuncio de
Trump. El papa Teodoro II, líder de la Iglesia ortodoxa copta, canceló su
reunión con el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, agendada como parte
de su gira por Egipto e Israel prevista a finales de diciembre. También
pronunciaron sonoras críticas el líder caldeo Luois Raphael Sako, el melquita
Youssef Absi y los obispos de las Iglesias de Jordania.
Preocupación
a la que se sumaron otros organismos eclesiásticos. Como el Consejo de
Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), que se sumó a la petición de
respetar el estatuto de Jerusalén. En una declaración oficial, los prelados
insistieron en que no es posible comprender las raíces cristianas de Europa sin
el vínculo con la Ciudad Santa. Y constataron que cualquier modificación del
actual estatus puede generar «un clima hostil a la paz».
No
se equivocaron. El reconocimiento estadounidense fue recibido con «tres días de
ira» por las poblaciones palestinas. Protestas y enfrentamientos callejeros que
habían dejado, al cierre de esta edición, cuatro muertos y decenas de heridos.
La volatilidad propició una nueva declaración del Vaticano, esta vez por parte
de la Secretaría de Estado, que emitió una nota el domingo 10 de diciembre.
El
texto expresó dolor por las víctimas producto de los enfrentamientos y elevó
«fervientes oraciones» para que «los responsables de las naciones» se empeñen
«en conjurar una nueva espiral de violencia, respondiendo, con palabras y hechos,
a los deseos de paz, de justicia y de seguridad de las poblaciones de aquella
martirizada tierra». Destacó las reuniones urgentes convocadas por la Liga
Árabe y la Organización para la Cooperación Islámica, defendió «lo
imprescindible del respeto al status quo» de la ciudad y reiteró estar
convencida de que «solo una solución negociada» entre israelíes y palestinos
puede traer una «paz estable y duradera», además de «garantizar la coexistencia
pacífica de dos estados al interior de los confines internacionalmente
reconocidos».
Visiones antagónicas con
la Casa Blanca
La
declaración formal no solo sentó una postura. Fue la prueba tangible de una
limitada capacidad de acción diplomática de la Santa Sede en este caso. Hoy por
hoy, no existen canales de comunicación fluidos entre el Vaticano y la Casa
Blanca. Situación que profundiza una brecha cada vez más evidente entre las
visiones del mundo que tienen el Papa y el presidente Trump.
Mientras
Francisco apoya con decisión el acuerdo contra el cambio climático alcanzado en
la COP21 de París, Trump anunció que lo abandonará. Mientras el Pontífice pide
la abolición total de las armas atómicas, el mandatario amenaza con un ataque
nuclear contra Corea del Norte. Mientras el Papa urge a un consenso mundial en
favor de los migrantes y refugiados, el presidente anuncia la retirada de su
país del proyecto para alcanzar un pacto mundial con directrices concretas en
materia migratoria en el seno de las Naciones Unidas. Mientras Trump abandona
la UNESCO y apuesta por políticas de fuerte signo nacionalista, la Santa Sede
defiende la multilateralidad. Un escenario drásticamente distinto al que le
permitió al Papa desempeñar un papel fundamental en la detención de una
inminente guerra en Siria o en el deshielo entre Estados Unidos y Cuba.
Andrés
Beltramo Álvarez
Ciudad del Vaticano
Ciudad del Vaticano
Fuente: Alfa y Omega