Este es el objetivo de la
vida: hacer pasar la luz de Dios; y también el objetivo de nuestra vida
En
la Solemnidad de todos los Santos el Papa Francisco rezó el
Ángelus con los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San
Pedro, deseosos de escuchar su comentario al Evangelio y recibir su bendición
apostólica.
Texto
de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y buena fiesta!
La
Solemnidad de Todos los Santos es “nuestra” fiesta: no porque nosotros somos
buenos, sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida. Los santos no
son figuritas perfectas, sino personas atravesadas por Dios. Podemos
compararlas con los vitrales de las iglesias, que hacen entrar la luz en
diversas tonalidades de color. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que
han recibido la luz de Dios en su corazón y la han transmitida al mundo, cada
uno según su propia “tonalidad”. Pero todos han sido transparentes, han luchado
por quitar las manchas y las oscuridades del pecado, de tal modo de hacer pasar
la luz afectuosa de Dios. Este es el objetivo de la vida: hacer pasar la luz de
Dios; y también el objetivo de nuestra vida.
De
hecho, hoy en el Evangelio Jesús se dirige a los suyos, a todos nosotros,
diciéndonos “Felices” (Mt 5, 3). Es la palabra con la cual inicia su
predicación, que es “evangelio”, buena noticia porque es el camino de la
felicidad. Quien esta con Jesús es bienaventurado, es feliz. La felicidad no
está en el tener algo o en el convertirse en alguien, no, la felicidad
verdadera es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Ustedes creen esto? ¿Más o
menos, no?
La felicidad verdadera no está en el tener algo o en convertirse en
alguien; la felicidad verdadera es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Creen
en esto? ¡Va un poco mejor! Debemos ir adelante, para creer en esto. Entonces,
los ingredientes para una vida feliz se llaman bienaventuranzas: son
bienaventurados los sencillos, los humildes que hacen lugar a Dios, que saben
llorar por los demás y por los propios errores, permanecen humildes, lejos de
la justicia, son misericordiosos con todos, custodian la pureza del corazón,
trabajan siempre por la paz y permanecen en la alegría, no odian e, incluso
cuando sufren, responden al mal con el bien.
Estas
son las bienaventuranzas. No exigen gestos clamorosos, no son para súper
hombres, sino para quien vive las pruebas y las fatigas de cada día. Para
nosotros. Así son los santos: respiran como todos el aire contaminado del mal
que existe en el mundo, pero en el camino no pierden jamás de vista el
recorrido de Jesús, aquel indicado en las bienaventuranzas, que son como un
mapa de la vida cristiana. Las bienaventuranzas son el mapa de la vida cristiana.
Hoy es la fiesta de aquellos que han alcanzado la meta indicada en este mapa:
no sólo los santos del calendario, sino tantos hermanos y hermanas “de la
puerta de al lado”, que tal vez hemos encontrado y conocido. Hoy es una fiesta
de familia, de tantas personas sencillas, escondidas que en realidad ayudan a
Dios a llevar adelante el mundo. ¡Y existen tantos hoy! Son tantos. Gracias a
estos hermanos y hermanas desconocidos que ayudan a Dios a llevar adelante el
mundo, que viven entre nosotros, saludémoslos con un fuerte aplauso: ¡todos!
Sobre
todo – dice la primera bienaventuranza – son «los pobres de espíritu» (Mt 5, 3).
¿Qué cosa significa? Que no viven para el éxito, el poder y el dinero; saben
que quien acumula tesoros para sí no se enriquece ante Dios (Cfr. Lc 12, 21).
Creen en cambio que el Señor es el tesoro de la vida, y el amor al prójimo la
única verdadera fuente de ganancia. A veces estamos descontentos por algo que
nos falta o preocupados si no somos considerados como quisiéramos; recordémonos
que no está aquí nuestra felicidad, sino en el Señor y en el amor: sólo con Él,
sólo amando se vive como bienaventurado.
Quisiera
finalmente citar otra bienaventuranza, que no se encuentra en el Evangelio,
sino al final de la Biblia y habla de la conclusión de la vida: «Felices los
que mueren en el Señor» (Ap 14, 13). Mañana seremos llamados a acompañar con la
oración con la oración a nuestros difuntos, para que gocen por siempre del
Señor. Recordemos con gratitud a nuestros seres queridos y oremos por ellos.
La
Madre de Dios, Reina de los Santos y Puerta del Cielo, interceda por nuestro
camino de santidad y por nuestros seres queridos que nos han precedido y han ya
partido para la Patria celestial.
Traducción
del italiano, Renato Martínez
Radio
Vaticano