El buen samaritano
Hola,
buenos días, hoy Matilde nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Uno
de estos días leíamos en la Misa la parábola del Buen Samaritano, y me quedaba
sorprendida de la dureza de corazón e indiferencia del sacerdote y el levita,
que, viendo a ese hombre medio muerto en el camino, no se pararon a echarle una
mano.
Pero
me daba cuenta también de que, la compasión del samaritano, no era suya. Ese
sentimiento de piedad era de Dios…, y recordé vivamente algo que me sucedió
siendo yo joven estudiante y recién llamada por el Señor a seguirle en la vida
religiosa.
Iba
por la calle a prisa porque tenía un examen y mi tiempo estaba justo. De
repente, una joven cayó desplomada delante de mí llorando, en una fuerte crisis
nerviosa de sufrimiento. Mucha gente se paró y la levantamos del suelo; su
estado psicológico estaba muy alterado, no parecía estar en este mundo. En esto
me di cuenta de que todos habían desaparecido y estaba sola con ella.
A
dos pasos estaba el Ministerio del Interior y muchos guardias haciendo allí su
servicio. Les pedí que la atendieran, pero me contestaron que estaban de
servicio y no podían moverse de allí. En un instante vi que, si me hacía cargo
de esta joven, mi examen, que era final, lo perdería, y además, aprobando ese
examen, terminaba el magisterio antes de entrar al convento.
Pero
algo por dentro, era la voz de Dios, me respondió: "Pues aun así, lo
primero es que te compadezcas y la ayudes, lo demás, si lo pierdes…"
Me
puse en marcha. La llevé en un taxi a un centro de salud. Allí le dieron los
primeros auxilios y me indicaron que sola no podría ir a su casa. Entonces cogí
otro taxi y nos fuimos para allá. Vivía en un barrio extremo de Madrid, así que
el precio del taxi subía y subía, y yo no sabía si tendría dinero para ir y
volver a casa. Por fin llegamos y la entregué a su madre, que, entre lágrimas,
no sabía cómo agradecérmelo…
Pero
aquí no acaba la historia del Buen Samaritano, porque marché directamente a la
escuela por ver si podía hacer algo con mi examen y conté lo sucedido a la
profesora. Ella me lo hizo en particular y Dios me regaló aprobar todas las
asignaturas y terminar el magisterio.
Siempre,
al recordar este episodio, he visto cómo el amor de Dios me había cogido el
corazón y lo primero era Él, me regaló poder hacer una obra de misericordia.
Hoy
el Reto del Amor es dejarnos tocar por Dios a la compasión y misericordia. No
pases de largo ante una necesidad que veas en tu hermano. Échale una mano.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma