El Obispo de Roma ha
indicado un ejercicio de piedad que ayuda: el Vía Crucis, que consiste
en caminar con Jesús en el momento en que nos da “el abrazo del
perdón y de la paz”
El
centro del misterio de Jesucristo es que “me amó” y “se entregó a sí
mismo” a la muerte, por mí. Lo recordó el Papa Francisco en su homilía
de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el
cuarto martes de octubre. Y para entrar en este misterio sugirió meditar
sobre la Pasión del Señor en el Vía Crucis. Está bien ir a Misa, rezar, ser
buenos cristianos – dijo – pero la pregunta central es si hemos entrado en el
misterio de Jesucristo.
El Santo
Padre comenzó su reflexión a partir de la Primera Lectura tomada de la
Carta a los Romanos, en la que San Pablo usa contraposiciones –
pecado, desobediencia; gracia, perdón – para tratar de “llevarnos a comprender
algo”. Se siente “impotente” para explicar” lo que quiere decir.
Detrás
de todo esto está la historia de la salvación. Y dado que no contaba con
palabras suficientes para explicar a Cristo, Pablo “va más allá” – dijo Francisco –
“nos arroja, para que caigamos en el misterio” de Cristo. Y añadió
que estas contraposiciones son sólo pasos en el camino para sumergirnos
en el misterio de Cristo, que no es fácil de entender, porque es “tan
sobreabundante”, “tan generoso”, que no se puede comprender con argumentaciones
porque éstas llevan hasta cierto punto. Mientras para entender “quién es
Jesucristo para ti”, “para mí”, “para nosotros”, el Papa exhortó hundirnos en
este misterio.
En
otro pasaje, San Pablo mirando a Jesucristo dice: “Me amó y se entregó a sí
mismo por mí”. Y destacó que, difícilmente, se encuentra a alguien
dispuesto a morir por una persona justa, pero sólo Jesucristo quiere dar
la vida “por un pecador como yo”. Con estas palabras, San Pablo trata de
hacernos entrar en el misterio de Cristo. No es fácil, “es una gracia”. No sólo
los Santos canonizados lo entendieron, sino también tantos santos “escondidos
en la vida cotidiana”, gente humilde que sólo pone su esperanza en el
Señor. Y que entraron en el misterio de Jesucristo crucificado, “que es
una locura”, dice Pablo, pero notando que si tuviera que vanagloriarse de algo,
sólo podría vanagloriarse “de sus pecados y de Jesucristo crucificado”, no del
estudio con Gamaliel en la sinagoga. “Otra contradicción”, ésta, que nos
conduce al misterio de Jesús crucificado, “en diálogo con mis pecados”.
Francisco,
evidenció asimismo que cuando vamos a Misa, sabemos que Él está en la
Palabra, que Jesús viene, pero esto – advirtió el Papa – no es
suficiente para poder entrar en el misterio:
“Entrar
en el misterio de Jesucristo es algo más, es dejarse caer en aquel abismo de
misericordia donde no hay palabras: sólo el abrazo del amor. El amor que
lo condujo a la muerte por nosotros. Cuando nosotros vamos a confesarnos porque
tenemos pecados – ‘sí, debo quitarme los pecados’, decimos; o ‘que Dios me
perdone los pecados’ – decimos los pecados al confesor y estamos tranquilos y
contentos. Si hacemos así, no hemos entrado en el misterio de Jesucristo. Si yo
voy, voy a encontrar a Jesucristo, a entrar en el misterio de Jesucristo, a
entrar en aquel abrazo de perdón del que habla Pablo; de aquella gratuidad del
perdón.
A
la pregunta acerca de “¿quién es Jesús para ti?”, se podría responder
diciendo: “El Hijo de Dios”; se podría decir todo el Credo, todo el Catecismo,
y es verdad, pero se llegaría a un punto en el que no lograríamos explicar
el centro del misterio de Jesucristo, aquel “me amó” y “se entregó a sí mismo
por mí”. “Comprender el misterio de Jesucristo no es una cuestión de estudio” –
advirtió el Papa – porque “a Jesucristo sólo se lo entiende por pura
gracia”.
De
ahí que el Obispo de Roma haya indicado un ejercicio de piedad que
ayuda: el Vía Crucis, que consiste en caminar con Jesús en el
momento en que nos da “el abrazo del perdón y de la paz”.
“Es
bello hacer el Vía Crucis. Hacerlo en casa, pensando en los momentos de la
Pasión del Señor. También los grandes Santos aconsejaban siempre comenzar la
vida espiritual con este encuentro con el misterio de Jesús Crucificado. Santa
Teresa aconsejaba a sus monjas: para llegar a la oración de contemplación,
la alta oración que ella tenía, comenzar con la meditación de la Pasión del
Señor. La Cruz con Cristo. Cristo en la Cruz. Comenzar y pensar. Y
así tratar de comprender con el corazón que “me amó a mí y que se entregó por
mí”, “se dio a sí mismo a la muerte por mí”.
El Papa
Bergoglio reafirmó que en la Primera Lectura, San Pablo quiere llevarnos
al abismo del misterio de Cristo:
“Yo
soy un buen cristiano. Voy a Misa los domingos. Hago obras de misericordia.
Rezo las oraciones. Educo bien a mis hijos. Esto está muy bien. Pero yo
pregunto: “¿Tú haces todo esto, pero has entrado en el misterio de Jesucristo?
¿Aquello que tú no puedes controlar?... Pidamos a San Pablo, un verdadero
testigo, uno que ha encontrado a Jesucristo y que se dejó encontrar por Él y
que entró en el misterio de Jesucristo: pidámosle a él, a Pablo, que nos dé la
gracia de entrar en el misterio de Jesucristo – que nos amó, que se entregó a
sí mismo a la muerte por nosotros, que nos ha hecho justos ante Dios, que ha
perdonado los pecados a todos, incluso las raíces del pecado – pidámosle entrar
en el misterio del Señor”.
La
invitación conclusiva del Obispo de Roma fue precisamente
a mirar al Crucificado, “icono del mayor misterio de la creación, de
todo”: “Cristo crucificado, centro de la historia, centro de mi vida”.
María
Fernanda Bernasconi
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