Trágico enganchón
Hola,
buenos días, hoy Sión nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Estaba
en el refectorio (comedor), quitando el polvo... y de pronto lo vi.
Es
un reloj de pared que no sé cuantísimos años tendrá. Ahora es sólo decorativo,
y, aunque parecía bastante limpio, decidí asegurarme y le pasé el plumero.
No
vi que no tenía cristal encima de la esfera. No vi que se me había enganchado
la manilla de los minutos en el plumero. No vi que se movió, señalando las nueve
en punto.
-¡Tin,
tin tin...!
"¡Anda!
¡Si suena!", pensé.
-¡Tin,
tin, tin...!
“¡Qué
curioso! ¿Cómo será posible?”
-¡Tin,
tin, tin...!
"Uy,
ya ha dado más de nueve campanadas..."
-¡Tin,
tin, tin...!
"¿A
qué está tocando?"
-¡Tin,
tin, tin...!
Los
minutos pasaban y yo ya empezaba a ponerme nerviosa...
-¡Tin,
tin, tin...!
"Doscientos
años sin cantar, y justo hoy lo ha cogido con ganas..."
-¡Tin,
tin, tin...!
"¡Ay,
Señor! Que vienen las monjas a comer y tengo a éste todo motivado con la banda
sonora..."
-¡Tin,
tin, tin!
Metí
un trapo en la campana, intentando callarlo y...
-¡Toc,
toc, toc...!
-¡¡SOR
PURI!! ¡SOCORRO!
Menos
mal que la veterana de la Comunidad se conoce todos los trucos, y en dos
segundos la paz monástica volvía al comedor.
-Estaba
limpio -le expliqué a sor Puri- pero quise asegurarme...
-Ya,
ya... "por meterte a redentora, saliste crucificada"...
Mi
carcajada tuvo que oírse por todo el convento: ¡tiene cada frase!
Lo
cierto es que nunca había valorado tanto el silencio: ¡qué paz se respiraba
ahora!
En
la oración descubrí que cada campanada del reloj me ponía nerviosa porque la
sentía como una acusación que me martilleaba: “¡Ésa me ha tocado!” Fue entonces
cuando el Señor me mostró... ¡que el silencio también es una forma de amar!
Dicen
que si el hijo pródigo hubiese pensado que su padre le iba a recriminar todo lo
que había pasado, el miedo podría haberle impedido volver. Sin embargo, el
padre no le dijo nada, ¡ni siquiera dejó que hablara el hijo! Sólo dio órdenes
para organizar una gran fiesta...
Del
mismo modo, cuando aquella mujer, pecadora pública, lava los pies de Jesús con
sus lágrimas, secándolos con sus cabellos, ungiéndolos con perfume... Cristo se
dejó hacer en silencio. ¿Sonreiría? Yo creo que sí. Como el padre de la
parábola, estallaría de alegría al decir: “Tus pecados quedan perdonados”.
Aquella mujer no necesitaba más palabras...
¡Cuanto
amor puede esconderse tras el silencio!
Hoy
el reto del amor es guardar silencio. ¡Pero no consiste en estar callado todo
el día, no! Basta con silenciar un comentario. Te invito a que hoy le pidas al
Señor que cuide tus labios, tus palabras. Si alguien viene a ti reconociéndote
que “ha metido la pata”, no le respondas con un “Ya te lo decía yo...”. Mira al
Señor y acoge a esa persona como lo haría Él: con cariño, sin echar en cara.
¡Hoy ama con un silencio! ¡Feliz día!
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma