He aquí la gran novedad
del cristianismo: un Dios que, aunque decepcionado por nuestros errores y
nuestros pecados, no rompe su palabra, no se detiene y sobre todo no se venga
A
través de las "piedras descartadas" Dios sigue poniendo en
circulación el «vino nuevo» de su viña, es decir, la misericordia. En el XXVII
domingo del tiempo ordinario, tras reflexionar sobre el Evangelio del día que
presenta la parábola de los viñadores malvados, el pontífice exhortó a los
cristianos a responder con frutos de bien a la propuesta de amor del Señor de
ser su viña: una viña que es "vivaz y abierta", "rica de
esperanza y de frutos para todos".
A continuación, la
alocución del Papa previa al rezo mariano del Ángelus dominical:
La
liturgia de este domingo nos propone la parábola de los labradores, a quienes
el propietario arrienda la viña que había plantado y luego se va. (cf. Mt 21, 33-
43). De este modo es puesta a prueba la lealtad de estos labradores: la viña
está confiada a ellos, que deben custodiarla, hacerla fructificar y entregar la
cosecha al dueño. Una vez llegado el tiempo de la cosecha, el dueño envía a sus
siervos a cosechar los frutos. Pero los viñadores asumen una actitud posesiva:
no se consideran simples gestores, sino propietarios, y se niegan a entregar la
cosecha. Maltratan a los sirvientes, hasta el punto de matarlos. El dueño se
muestra paciente con ellos: envía a otros siervos, más numerosos que los
primeros, pero el resultado es el mismo. Al final, con su paciencia, decide
enviar a su propio hijo; pero esos labradores, prisioneros de su comportamiento
posesivo, también matan a su hijo pensando que así habrían podido tener su
herencia.
Este
relato ilustra de manera alegórica los reproches que los Profetas habían dicho
sobre la historia de Israel. Es una historia que nos pertenece: se habla de la
alianza que Dios quiso establecer con la humanidad y a la cual llamó a
participar también a nosotros.
Sin
embargo, esta historia de alianza, como cada historia de amor, conoce sus
momentos positivos, pero también está signada por traiciones y rechazos. Para
hacer entender cómo Dios Padre responde a los rechazos opuestos a su amor y a
su propuesta de alianza, el pasaje evangélico pone en los labios del dueño del
viñedo una pregunta: «Cuando vuelva el dueño, ¿qué hará con esos labradores?»
(v. 40). Esta pregunta subraya que la desilusión de Dios por el comportamiento
malvado de los hombres no es la última palabra. He aquí la gran novedad del
cristianismo: un Dios que, aunque decepcionado por nuestros errores y nuestros
pecados, no rompe su palabra, no se detiene y sobre todo no se venga.
Hermanos
y hermanas, ¡Dios no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera para
perdonarnos, para abrazarnos. A través de las “piedras de descarte”- Cristo es
la primera piedra que los constructores han desechado- a través de situaciones
de debilidad y de pecado, Dios sigue poniendo en circulación el «vino nuevo» de
su viña, es decir, la misericordia; éste es el vino nuevo de la viña del Señor:
la misericordia. Sólo hay un impedimento ante la tenaz y tierna voluntad de
Dios: nuestra arrogancia y nuestra presunción, que a veces se convierte también
en violencia. Frente a estas actitudes y donde no se producen frutos, la
Palabra de Dios conserva toda su fuerza de reprensión y admonición: «el Reino
de Dios se les quitará a ustedes y se le entregará a un pueblo que produzca los
frutos del Reino» (vs. 43)
La
urgencia de responder con frutos, frutos de bien a la llamada del Señor, que
nos llama a convertirnos en su viña, nos ayuda a comprender qué hay de nuevo y
original en la fe cristiana. Ella no es sólo la suma de preceptos y normas
morales, sino que es ante todo una propuesta de amor que Dios, por medio de
Jesús, ha hecho y sigue haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en
esta historia de amor, convirtiéndose en una viña viva y abierta, rica de
frutos y de esperanza para todos. Una viña cerrada puede volverse salvaje y
producir uvas silvestres. Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al
servicio de los hermanos que no están con nosotros, para sacudirnos mutuamente
y animarnos, para recordarnos que debemos ser la viña del Señor en cualquier
ambiente, incluso en los más lejanos e incómodos.
Queridos
hermanos y hermanas, invocamos la intercesión de María Santísima para que nos
ayude a ser, en todas partes, especialmente en las periferias de la sociedad,
la viña que el Señor ha plantado para el bien de todos y a llevar el vino nuevo
de la misericordia del Señor.
Traducción
del italiano: Griselda Mutual
Radio Vaticano