“Luchar
contra las mafias no sólo significa reprimir. También significa reclamar,
transformar y construir"
Lo dijo el Papa Francisco en su discurso a los miembros de la Comisión Parlamentaria Antimafia, en Italia, a
quienes recibió en el Vaticano el jueves 21 de septiembre.
Discurso del Papa a la Comisión Parlamentaria
Antimafia
Señores
y Señoras:
Me
complace darles la bienvenida y doy las gracias a la Presidenta de la Comisión,
la señora Binde, por sus amables palabras.
En
primer lugar, dirijo un pensamiento a todas las personas que en Italia han
pagado con su vida la lucha contra las mafias. Mientras estaba preparando este
encuentro me venían a la mente algunas escenas evangélicas, en las cuales no
nos cuesta reconocer las señales y los signos de esa crisis moral por la cual
hoy atraviesan personas e instituciones. En este contexto, permanecen siempre
actuales las palabras de Jesús: «Lo que sale del hombre es lo que
lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde
provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,
los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden
del interior y son las que
manchan
al hombre». (Mc 7, 20-23)
El
punto de partida siempre sigue siendo el corazón del hombre, sus relaciones,
sus apegos. Nunca estaremos suficientemente alejados de este abismo donde la
persona está expuesta a las tentaciones del oportunismo, el engaño y el
fraude, que se vuelven más peligrosas al negarse a cuestionar. También es
señal de corrupción una política desviada, basada en intereses partidarios y
acuerdos poco claros. Por tanto, se llega a sofocar los llamamientos de la
conciencia, cayendo en el mal banal, confundiendo la verdad con la mentira y
aprovechando el papel de la responsabilidad pública.
La política
auténtica, la que reconocemos como una forma eminente de caridad, trabaja
en su lugar para asegurar un futuro de esperanza y promover la dignidad de cada
uno. Precisamente por esto ve la lucha contra la mafia como una prioridad, ya
que ésta se roba el bien común, quitando la esperanza y la dignidad del pueblo.
Con
este fin, se convierte en algo decisivo para oponerse al grave problema
de la corrupción, que desprecia el interés general, representa el terreno
fértil en el que se desenvuelven las mafias. La corrupción siempre encuentra la
manera de justificarse, presentándose como la condición "normal", la
solución de aquel que es "astuto", o el camino para alcanzar las
metas. Tiene un carácter "infeccioso y parasitario", ya que no se
alimenta de las cosas buenas que produce, sino de todo lo que quita y roba.
La
corrupción es una raíz venenosa que altera la competencia sana y aleja la
inversión. En la parte inferior, la corrupción es una forma de vida construida
sobre la "idolatría del dinero" y la comercialización de la dignidad
humana, a la cual hay que combatir con medidas no menos incisivas de los previstas
en la lucha contra el crimen organizado.
Luchar
contra las mafias no sólo significa reprimir. También significa reclamar,
transformar, construir, y esto implica dos niveles de compromiso. El primero es
la política, a través de una mayor justicia social, porque las
mafias tienen facilidad para proponerse como un sistema alternativo en el área
donde faltan los derechos y las oportunidades: el trabajo, el hogar, la
educación y la atención sanitaria.
El
segundo nivel de compromiso es el económico, a través de la corrección
o supresión de aquellos mecanismos que generan en todas partes la desigualdad y
la pobreza. Hoy ya no podemos hablar de luchar contra las mafias sin levantar
el enorme problema de una financiación soberana con reglas democráticas a
través de las cuales las realidades criminales invierten y multiplican los
beneficios ya rentables obtenidos por sus tráficos: drogas, armas, eliminación
de residuos tóxicos, adquisición de grandes contratos de obras, juegos de azar,
etc.
Italia
debe estar orgullosa de haber puesto en marcha contra la mafia una legislación
que involucra al Estado y a los ciudadanos, las administraciones y
asociaciones, el mundo secular, católico, y religioso en el sentido más amplio.
Los bienes
confiscados de las mafias y destinados al uso social representan, en
este sentido, auténticos “gimnasios de vida”. En tales realidades, los jóvenes
estudian, aprenden conocimientos y responsabilidades, encuentran un trabajo y
una realización personal. En estas estructuras, muchas personas mayores, pobres
o desfavorecidas encuentran refugio, servicio y dignidad en ellos también.
Por
último, no se puede olvidar que la lucha contra la mafia pasa a través de
la protección y valoración de los testigos judiciales, las
personas que están expuestas a riesgos graves por su elección de denunciar la
violencia de la que fueron testigos. Se debe encontrar una manera que permita a
una “persona limpia”, pero que pertenecen a familias o contextos de la mafia;
salir de ese círculo sin sufrir venganza y represalias. Son muchas las mujeres,
especialmente madres, las que tratan de hacerlo, en el rechazo de la lógica
criminal y el deseo de asegurar a sus hijos un futuro mejor. Debemos ser
capaces de ayudarlos, en el respeto, sin duda, de los caminos de la
justicia; pero también en el de su dignidad como personas que optan por el bien
y la vida.
Exhortándolos,
queridos hermanos y hermanas, a continuar con dedicación y sentido del deber la
tarea encomendada para el bien de todos, invoco sobre ustedes la bendición de
Dios. La certeza de estar acompañados por Él, que es rico en misericordia, los
consuele; y la conciencia de que Él no soporta la violencia, los convierta en
“incansables trabajadores de la justicia”. Gracias.
SL
Radio Vaticano
