El Papa Francisco recordó
en la Audiencia General del segundo miércoles de septiembre, su reciente Viaje
Apostólico a Colombia
Texto de la catequesis del
Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Como
ustedes saben en los días pasados he realizado el Viaje Apostólico a Colombia.
¡Están aquí algunos colombianos! Con todo el corazón agradezco al Señor por
este gran don; y deseo renovar la expresión de mi reconocimiento al Señor
Presidente de la República, que me ha acogido con mucha cortesía, a los Obispos
colombianos que han trabajado mucho para preparar esta Visita, como también a
las Autoridades de este País, y a todos aquellos que han colaborado en la
realización de esta Visita. ¡Y un agradecimiento especial al pueblo colombiano
que me ha recibido con mucho afecto y tanta alegría! Un pueblo alegre en medio
del sufrimiento, pero gozoso; un pueblo con esperanza.
Una
de las cosas que más me ha impresionado en todas las ciudades, entre la gente,
los papás y las mamás con los niños, que levantaban a los niños para que el
Papa los bendijera, pero también con orgullo hacían ver a sus niños como
diciendo: “Esto es nuestro orgullo, esta es nuestra esperanza”. Yo he pensado:
un pueblo capaz de hacer niños y capaz de hacerlos ver con orgullo, con esperanza:
este pueblo tiene futuro. Y me ha gustado mucho.
De
modo particular en este Viaje he sentido la continuidad con los dos Papas que
antes de mí han visitado Colombia: el Beato Pablo VI, en 1968, y San Juan Pablo
II, en 1986. Una continuidad fuertemente animada por el Espíritu, que guía los
pasos del pueblo de Dios por los caminos de la historia.
El
lema del Viaje era “Demos el primer paso”, es decir, “realicemos el primer
paso”, referido al proceso de reconciliación que Colombia está viviendo para
salir de medio siglo – de medio siglo – de conflictos internos, que ha sembrado
sufrimiento y enemistad, causando tantas heridas, difíciles de cicatrizar. Pero
con la ayuda de Dios el camino está ya iniciado. Con mi visita he querido
bendecir el esfuerzo de este pueblo, confirmarlo en la fe y en la esperanza, y
recibir su testimonio, que es una riqueza para mi ministerio y para toda la
Iglesia. El testimonio de este pueblo es una riqueza para toda la Iglesia, ¡eh!
Colombia
– como la mayor parte de los países latinoamericanos – es un país en el cual
son fuertes las raíces cristianas. Y si este hecho hace todavía más agudo el
dolor por la tragedia de la guerra que lo ha desgarrado, al mismo tiempo
constituye la garantía de la paz, el sólido fundamento de su reconstrucción, la
linfa de su invencible esperanza. Es evidente que el Maligno ha querido dividir
al pueblo para destruir la obra de Dios, pero es también evidente que el amor
de Cristo, su infinita Misericordia es más fuerte que el pecado y que la
muerte.
Este
Viaje ha sido para llevar la bendición de Cristo, la bendición de la Iglesia
sobre el deseo de vida y de paz que rebosa del corazón de esta Nación: lo he
podido ver en los ojos de los miles y miles de niños, jóvenes y muchachos que
han llenado la Plaza de Bogotá y que he encontrado por todas partes; esa fuerza
de vida que también la naturaleza misma proclama con su exuberancia y su
biodiversidad. Colombia es el segundo país en el mundo por biodiversidad. En
Bogotá he podido encontrar a todos los Obispos del país y también al Comité
Directivo del Consejo Episcopal Latinoamericano. Agradezco a Dios por haberlos
podido abrazar y por haberles dado mi aliento pastoral, por su misión al
servicio de la Iglesia sacramento de Cristo nuestra paz y nuestra esperanza.
La
jornada dedicada de modo particular al tema de la reconciliación, momento
culminante de todo el Viaje, se ha desarrollado en Villavicencio. En la mañana
se realizó la gran celebración eucarística, con la beatificación de los
mártires Jesús Jaramillo Monsalve, Obispo, y Pedro María Ramírez Ramos,
sacerdote; por la tarde, la especial Liturgia de Reconciliación, simbólicamente
orientada hacia el Cristo de Bojayá, sin brazos y sin piernas, mutilado como su
pueblo.
La
beatificación de los dos Mártires ha recordado plásticamente que la paz se
funda también, y sobre todo, en la sangre de tantos testigos del amor, de la
verdad, de la justicia, y también de mártires verdaderos, asesinados por la fe,
como los dos apenas citados. Escuchar sus biografías ha sido conmovedor hasta
las lágrimas: lágrimas de dolor y de alegría juntas. Ante sus Reliquias y sus
rostros, el santo pueblo fiel de Dios ha sentido fuerte su propia identidad,
con dolor, pensando a las tantas, muchas víctimas, y con alegría, por la
misericordia de Dios que se extiende sobre quienes lo temen (Cfr. Lc 1, 50).
«Misericordia
y verdad se encontraran, justicia y paz se besaran» (Sal 85, 11), que hemos
escuchado al inicio. Este versículo del salmo contiene la profecía de lo que ha
sucedido el viernes pasado en Colombia; la profecía y la gracia de Dios para
este pueblo herido, para que pueda resurgir y caminar en una vida nueva. Estas
palabras proféticas llenas de gracia las hemos visto encarnadas en la historia
de los testimonios, que han hablado en nombre de tantos y tantos que, a partir
de sus heridas, con la gracia de Cristo han salido de sí mismos y se han
abierto al encuentro, al perdón, a la reconciliación.
En
Medellín la perspectiva ha sido la de la vida cristiana como discipulado: la
vocación y la misión. Cuando los cristianos se comprometen completamente en el
camino del seguimiento de Jesucristo, se hacen verdaderamente sal, luz y
levadura en el mundo, y los frutos son abundantes. Uno de estos frutos son los
Hogares, es decir, las Casas donde los niños y los jóvenes heridos por la vida
pueden encontrar una nueva familia donde son amados, acogidos, protegidos y
acompañados. Y otros frutos, abundantes como racimos, son las vocaciones para
la vida sacerdotal y consagrada, que he podido bendecir y animar con alegría en
un inolvidable encuentro con los consagrados y sus familiares.
Y
finalmente, en Cartagena, la ciudad de San Pedro Claver, apóstol de los
esclavos, el “focus” ha ido a la promoción de la persona humana y de sus
derechos fundamentales. San Pedro Claver, como también recientemente Santa
María Bernarda Bütler, han dado la vida por los más pobres y marginados, y así
han mostrado la vía de la verdadera revolución, aquella evangélica, no
ideológica, que libera verdaderamente a las personas y las sociedades de las
esclavitudes de ayer y, lamentablemente, también de hoy. En este sentido, “dar
el primer paso” – el lema del Viaje – significa acercarse, inclinarse, tocar la
carne del hermano herido y abandonado. Y hacerlo con Cristo, el Señor hecho
esclavo por nosotros. Gracias a Él hay esperanza, porque Él es la misericordia
y la paz.
Encomiendo
nuevamente a Colombia y a su amado pueblo a la Madre, Nuestra Señora de
Chiquinquirá, que he podido venerar en la catedral de Bogotá. Con la ayuda de
María, todo colombiano pueda dar cada día el primer paso hacia el hermano y la
hermana, y así construir juntos, día a día, la paz en el amor, en la justicia y
en la verdad. Gracias.
Traducción
del italiano, Renato Martínez
Radio
Vaticano