La Virgen María nos ayude
a acoger la lógica del amor, que nos libera de la presunción de merecer la
recompensa de Dios y del juicio negativo sobre los demás
El
Papa Francisco introdujo el rezo a la Madre de Dios del XXV domingo del Tiempo
Ordinario, con las palabras de Jesús, en la parábola de los obreros de la viña,
que leemos en el Evangelio según San Mateo (20,1-16).
Texto de las palabras del
Papa antes del rezo del Ángelus:
«Queridos
hermanos y hermanas
En
la página evangélica de hoy (cfr Mt 20, 1-26) encontramos la parábola de los
trabajadores llamados para la jornada, que Jesús cuenta para comunicar dos
aspectos del Reino de Dios: el primero, que Dios quiere llamar a todos a
trabajar para su Reino; el segundo, que al final quiere dar a todos la misma
recompensa, es decir la salvación, la vida eterna.
El
dueño de una viña, que representa a Dios, sale de madrugada y contrata a un
grupo de trabajadores, concordando con ellos el salario de un denario por la
jornada, era un salario justo. Luego, sale también en las horas sucesivas,
hasta el atardecer - cinco veces sale ese día - para asumir a otros obreros que
ve desocupados. Al terminar la jornada, el dueño ordena que se dé un denario a
todos, también a los que han trabajado menos. El dueño, sin embargo, les
recuerda que han recibido lo que se había pactado; si, después, Él quiere ser
generoso con otros, ellos no tienen que ser envidiosos.
En
realidad esta ‘injusticia’ del dueño sirve a provocar, en el que escucha la
parábola, un salto de nivel, porque aquí ¡Jesús no quiere hablar del problema
del trabajo y de salario justo, sino del Reino de Dios! Y el mensaje es éste:
en el Reino de Dios no hay desocupados, todos están llamados a hacer su parte;
y para todos, al final, habrá la recompensa que viene de la justicia divina –
¡no humana, por suerte para nosotros! -. Es decir, la salvación que Jesucristo
nos ha comprado con su muerte y resurrección. Una salvación que no es merecida,
sino donada – la salvación es gratuita - por lo que ‘los últimos serán los
primeros y los primeros, los últimos’ (Mt 20, 16).
Con
esta parábola, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del
Padre, que es gratuito y generoso. Se trata de dejarse asombrar y fascinar por
los ‘planes’ y ‘caminos’ de Dios, que como recuerda el profeta Isaías, no son
nuestros planes y no son nuestros caminos (cfr Is 55,8). Los planes humanos
están marcados a menudo por egoísmos y conveniencias personales y nuestros
estrechos y tortuosos senderos no son comparables a los amplios y rectos
caminos del Señor. Él usa misericordia - no olvidar esto: Él usa misericordia -
perdona ampliamente, está lleno de generosidad y de bondad que derrama sobre
cada uno de nosotros, abre a todos los territorios sin límites de su amor y de
su gracia, que solamente pueden dar al corazón humano la plenitud de la
alegría.
Jesús
quiere hacernos contemplar la mirada de ese dueño: la mirada con la cual ve a
cada uno de los obreros en espera de trabajo, y los llama para que vayan a su
viña. Es una mirada llena de atención, de benevolencia; es una mirada que
llama, que invita a levantarse, a ponernos en camino, porque quiere la vida
para cada uno de nosotros, quiere una vida plena, comprometida, salvada del
vacío y de la inercia. Dios que no excluye a nadie y quiere que cada uno
alcance su plenitud. Éste es el amor de nuestro Dios, de nuestro Dios que es
Padre.
Que
María Santísima nos ayude a acoger en nuestra vida la lógica del amor, que nos
libera de la presunción de merecer la recompensa de Dios y del juicio negativo
sobre los demás».
Traducción
del italiano: Cecilia de Malak
Radio Vaticano