Cuidado con los supuestos mensajes sobrenaturales
que apartan de la fe verdadera
Ante la difusión de “nuevas
revelaciones” dentro y fuera del cristianismo, ¿cuál debe ser la postura de los
creyentes? Se trata de una cuestión compleja y delicada, a la que ha contestado
el sacerdote italiano Battista Cadei en una “carta fraterna” fechada en este
mes de agosto de 2017. El padre Cadei es consejero espiritual nacional del GRIS
(Grupo de Investigación e Información Socio-Religiosa), un organismo de la
Iglesia Católica en Italia para hacer frente al fenómeno de las sectas y la
nueva religiosidad.
Battista Cadei
comienza manifestando su extrañeza ante el hecho de que en una época de
racionalismo, indiferencia religiosa y ateísmo “se multiplican presuntas
‘nuevas revelaciones’ que a veces suscitan verdaderos movimientos de masas”.
Para comprender el mapa de este fenómeno, detalla los tipos de revelaciones que
pueden darse en nuestros días, y cuál es la postura cristiana ante cada una:
- Revelaciones esotéricas, que pretenden ofrecer un conocimiento reservado sólo a los iniciados, ya que las grandes revelaciones, como la contenida en la Biblia, serían para las masas. Sin embargo, la revelación del Dios cristiano “no es una revelación especial para unos pocos elegidos”, y el mismo Jesús dice que Dios ha revelado estas cosas a los sencillos (Mt 11, 25).
- Revelaciones mágicas, de las personas que dicen adivinar el futuro mediante la astrología, la quiromancia o la videncia. Ante esto, Cadei recuerda que “la magia está claramente condenada por la Biblia”.
- Revelaciones espiritistas, que obtienen los médiums recurriendo a la evocación de los espíritus de los muertos. “A veces practican el espiritismo también los católicos de buena fe, especialmente padres que han perdido a un hijo, y se consuelan buscando ‘contactarlo’. Quien se comporta así, está fuera de la enseñanza cristiana”, explica el sacerdote.
- Revelaciones añadidas: así consideran algunos a los textos sagrados de otras religiones, pensando que son revelados por Dios y estarían al mismo nivel que los Evangelios. Otros creen que Dios añade nuevos contenidos a la Biblia, como sucede con los mormones. La respuesta es clara: “quien acepta esto, renuncia a puntos esenciales del cristianismo”.
- Revelaciones privadas, cuya posibilidad es admitida por la fe católica siempre que no aporten nada nuevo doctrinalmente, sino que exhorten a la conversión y a la práctica de la vida cristiana. Por eso se llaman “privadas”, frente a la “revelación pública” que es la contenida en la Biblia. Pero, como insiste el padre Cadei, “estas revelaciones deben someterse al discernimiento de la Iglesia, y nunca pueden contradecir el Evangelio”.
- Revelaciones pseudocatólicas, que se deben al error en el que caen algunos cristianos que “no distinguen entre una enseñanza del Evangelio y una revelación privada; al contrario, consideran a esta última más importante que el Evangelio. Quien absolutiza estos mensajes, sustrayéndolos a la autoridad de la Iglesia, o acepta ‘revelaciones’ contrarias a la doctrina cristiana, abandona de hecho la recta fe”. No sólo eso: incluso algunos grupos mezclan las apariciones con la creencia en contactos extraterrestres, según recuerda Battista Cadei.
¿Qué dice la Iglesia?
Hay un principio teológico
clásico que afirma que la revelación se cerró con la muerte del último apóstol.
Y desde entonces, como recuerda el Concilio Vaticano II, “no hay que esperar ya
ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor
Jesucristo” (Dei
Verbum 4).
Sin embargo, la
Iglesia reconoce la posibilidad de las llamadas “revelaciones privadas”, de las
que habla con cautela el padre Cadei en el nº 5 de su enumeración. El Catecismo
de la Iglesia Católica establece lo siguiente, sintetizando la postura que
deben tener los creyentes ante este fenómeno tan en auge:
“A lo largo de los
siglos ha habido revelaciones llamadas ‘privadas’, algunas de las cuales han
sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no
pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de ‘mejorar’ o ‘completar’
la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente
en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el
sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir
y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de
Cristo o de sus santos a la Iglesia” (CEC 67).
Esto tiene detrás
una verdad fundamental: Jesucristo es la plenitud de la revelación. En Él, Dios
nos lo ha dicho todo. O como escribía San Juan de la Cruz: “Porque en darnos,
como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo
habló junto y de una vez en esta sola Palabra” (Subida del monte Carmelo). Por
eso llamamos a Jesús el Verbo encarnado (del latín Verbum, y en griego Logos).
Luces y sombras
El Catecismo deja claro el
valor que pueden tener estas revelaciones privadas en la medida en que puedan
ayudar a vivir mejor la fe, a asumir mejor personalmente la revelación pública
en un contexto determinado… pero nada de mejorar o completar lo que Dios ha
dicho en Cristo, que es insuperable.
La historia de la
Iglesia muestra multitud de ejemplos de apariciones, visiones o locuciones que
han experimentado los santos, fenómenos extraordinarios que han sido
fundamentales en su conversión o en la decisión de iniciar una nueva forma de
vida en la Iglesia (así ha sucedido en muchos casos de fundaciones de familias
religiosas y de nacimientos de nuevos carismas).
Sin embargo, muchas
personas basan su fe y su vida cristiana en apariciones o mensajes
sobrenaturales, estén o no reconocidos por el Magisterio de la Iglesia,
dándoles una importancia desproporcionada, en el mismo nivel o incluso por
encima de los medios ordinarios que Dios ha dado a su Iglesia para una
vida de gracia: la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración, la vida
ascética, el apostolado…
Conviene
recordar que las revelaciones privadas no son materia de fe, no es necesario
creer en ellas para salvarse y que, por supuesto, no pueden contradecir ninguna
afirmación de la fe cristiana. Por ello es necesario respetar el discernimiento
hecho por los pastores de la Iglesia y, en el caso de que no se haya hecho,
esperar a su palabra autorizada como maestros y garantes de la fe.
Luis Santamaría
Fuente: Aleteia