“Todos estamos
necesitados de la misericordia de Dios, una fuerza que nos transforma y nos devuelve
cada día la esperanza”
El Papa
Francisco exhortó durante la Audiencia General del segundo miércoles de
agosto a “ser testigos de ese amor en medio de los hermanos y anunciadores
de la misericordia que el Señor no niega a nadie”.
En
su catequesis y ante miles de fieles y peregrinos de numerosos países que se
dieron cita en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, el Santo Padrereflexionó
sobre el perdón divino como “motor de la esperanza”. Y lo hizo a partir de un
pasaje del Evangelio de San Lucas en Jesús explica que por
numerosos que sean los pecados quedan perdonados si se es capaz de mucho amor.
Mientras
al que se le perdona poco, demuestra poco amor.
Hablando
en italiano el Papa explicó que según la mentalidad de la época
de Jesús, entre el santo y el pecador, o entre el puro y el impuro, la
separación debía ser neta. Mientras la actitud del Maestro era
diversa, puesto que Él se acercaba a los leprosos, endemoniados, enfermos y
marginados. Lo que constituía un comportamiento no habitual. Tanto es así que
esta simpatía del Señor por los excluidos, o “intocables”, fue uno de
los aspectos que más desconcertaban a sus contemporáneos.
Sí,
porque como dijo Francisco, “donde hay una persona que sufre, Jesús se
hace cargo y ese sufrimiento se vuelve suyo.
En
efecto, como siguió explicando el Papa Bergoglio, Jesús no predica
que la condición de pena debe ser soportada con heroísmo. Sino que comparte el
dolor humano, con la actitud que caracteriza el cristianismo, a saber: la
misericordia.
Tras
destacar que el Señor experimenta la compasión el Pontífice afirmó
el corazón de Cristo encarna y revela el corazón de Dios. Porque
donde haya un hombre o una mujer que sufra, el Señor quiere su
curación, su liberación y su vida plena. Por esta razón – agregó – siempre abre
los brazos de par en par a los pecadores, independientemente de que hayan
transcurrido una vida llena de elecciones equivocadas.
De
ahí que haya insistido en que no debemos olvidar que para Jesús no se
trató de un amor fácil, de poco precio. Y, de hecho, Él no va a la cruz porque
sanaba a los enfermos, o predicaba la caridad, sino porque perdonaba los
pecados. De manera que los pecadores no sólo reciben una tranquilidad
psicológica en el perdón puesto que son liberados del sentimiento de culpa,
sino que además el Señor nos ofrece la esperanza de una vida nueva,
una vida marcada por el amor.
Y
si bien “la Iglesia es un pueblo de pecadores” – dijo el Sucesor de Pedro al
concluir esta catequesis – en ella experimentamos la misericordia y el
perdón de Dios.
María
Fernanda Bernasconi
Radio Vaticano