Un sacerdote, como ángel
guardián, fue quien logró sacarle del infierno
El
sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo (1929-1966) tras estudiar
Sociología en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y coherente con su
proceso de adhesión a la Teología de la Liberación, co-fundó en Colombia la guerrilla
“Ejército de Liberación Nacional” (ELN).
Aunque
Camilo anhelaba un futuro noble para su patria, esa fusión entre sotana y fusil
trajo muerte y dolor a millones de personas en Colombia. Situación que podría
tener un próximo término, con las recientes negociaciones de paz animadas por
Papa Francisco. Proceso de reconciliación que es fruto de gracias
espirituales alcanzadas por la fe y conversión de muchos.
Herney
Mauricio Muñoz es un colombiano que ha vivido en carne propia la realidad
perversa que impone a sus miembros la guerrilla y hasta hoy se encuentra en
proceso de sanar su alma, del dolor que le significa haber dañado a muchas
personas mientras era un miembro del ELN. El portal de la Arquidiócesis de
Bogotá, quien registró el año 2015 este testimonio que hoy Portaluz difunde, lo
presentó entonces como un “testigo de la misericordia, del perdón y la
reconciliación”.
En el desastre surge un
ángel guardián
Con
16 años de edad, Herney era un joven hastiado de los conflictos y carencias
familiares, limitado por la pobreza, por una educación irregular; todo ello
sumado a la violencia que el narcotráfico y la guerrilla imponía en
Colombia. Precisamente adherir a los rebeldes le pareció el único camino
posible para su vida, máxime pues controlaban la zona donde él vivía.
Su
decisión no pasó desapercibida para un sacerdote que sería un ángel de la
guarda para el joven… “Él llegó de la nada, él no era de allá. Nunca en la
vida me había visto y yo a él tampoco. Dios me lo puso en el camino. Se me
arrimó y me preguntó qué es lo que yo hacía y le contesté que yo consumía
drogas y mataba gente. Era verdad, pero se lo dije a manera un poco de burla.
Él desde ese día me dijo: Yo lo voy a ayudar. Me reí, me burlé, pues no
pensé que iba a ser cierto”.
Sin
embargo aquél sacerdote, dice Herney, desde ese día no dejó de visitarlo
regularmente, aconsejándolo, animándolo a que tomara un rumbo distinto para su
vida. Advertencias que no alcanzaron a evitar que el joven y su familia fueran
víctimas de la espiral de violencia en que vivían.
Recuerda
que “hicieron un atentado: atropellaron a mi abuelo, mi tía, mi hermanito y a
mi madre. Me tocó abandonar el pueblo, me interné en el monte”. Así, como
muchos otros jóvenes lo padecieron, sería absorbido por el ELN, su nueva
‘familia’. El mismo día que partía, recuerda que apareció en el pueblo el
sacerdote y le contó lo arrepentido que estaba de la vida que llevaba;
agregando que sentía era ya tarde para él, pues de no escapar al monte con la
guerrilla lo iban a matar.
“En
esa lucha incansable un día él estaba presidiendo una santa misa en una vereda
de este pueblo. Yo estaba allí y me vio. Me dijo: Yo voy a hablar con sus
comandantes para que lo dejen ir, yo me voy a hacer responsable de usted. Le
dije: No padre, si usted hace eso nos van a matar a los dos, no haga eso.
Insistió él preguntándome: ¿Quién es el que está con usted?, ¿acaso ese?,
señaló (indicando a uno que me acompañaba). No, es otra persona, respondí.
Así comenzó esta lucha de Dios que no me dejaba y finalmente yo deserté de este
grupo”.
La confesión
Cuando
el sacerdote logró coordinar la huida de Herney, acordaron que debía irse a
otra región del país. En la despedida, dice, le recordó cuánta
misericordia estaba teniendo Dios con él al darle esta oportunidad y esas
palabras –agrega- se anidaron en su alma.
Efectivamente,
nada más llegar a Cali, camino a su destino final, se dio el tiempo de ir hasta
la catedral donde se confesó. Y no sería un momento grato para el
ex-guerrillero… “Cuando me confesé era época de una violencia impresionante. El
sacerdote me echó (dio) la bendición, asomó la cabeza del confesionario, miró
para todos lados y me dijo que me fuera. Yo pues me sentí como mal, pero igual
seguí en ese proceso de conversión”.
Herney
hubo de continuar varios meses huyendo de un sitio a otro. A la distancia el
sacerdote siempre le apoyaba. Cuando aquél período donde temía por su vida
finalizó y pudo afincarse en un nuevo lugar se unió a un movimiento mariano que
ha marcado benéficamente su vida según él mismo destaca: “Mi real conversión
fue cuando conocí el grupo Lazos de Amor Mariano; yo pertenezco a él. Aprendí a
querer a la Santísima Virgen, adoro a Dios sobre todas las cosas. Venero a la
Santísima Virgen. Ella me enseñó el camino, es la intercesora mía ante Dios por
todos mis pecados”.
El perdón que sana
Es
su conversión la que finalmente da sentido a este testimonio en el que Herney
Mauricio Muñoz pide perdón a las víctimas y a sus familias…
“Que
nos perdonen por el mal que hicimos. Uno no es capaz de devolver esas víctimas…
a la gente que uno asesinó e hizo daño, uno no es capaz de volverlas. Dios,
Jesucristo, El simplemente nos lo dio el perdón, nos lo regaló, se inmoló en la
cruz. Entregó su vida, tuvo una muerte desastrosa y si él simplemente nos
regaló ese perdón (se emociona) ¿por qué no nos lo pueden dar a nosotros? En
este proceso que estamos de verdad que me arrepiento de todo corazón. Hablo
desde el amor de Dios y, yo digo que he sido bendecido por él. Por todo
esto tan maravilloso que me pasa, por tener la oportunidad de pedir perdón. De
pedir ese perdón que de verdad que lo anhelo, lo espero… y perdonarme yo
mismo”.
(Fuente:
Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones-Bogotá)
Artículo
originalmente publicado por Portaluz