UN ASOMBROSO HALLAZGO: LA CASA DE LA VIRGEN

En 1891, la superiora de una comunidad en Esmirna, la actual Turquía, pidió a su capellán que comprobara en Éfeso las descripciones que había hecho la beata de Emmerick sin salir de Westfalia. Al poco tiempo, la improvisada expedición dio con la casa de la Virgen

No tiene sentido. Acompañar a alguien hasta las puertas de la muerte, que ese alguien te haga depositario de su última voluntad, y que la misma te entre por un oído y te salga por el otro, después de habértela jugado por permanecer a su lado. Eso es lo que no tiene sentido.

Por tanto, es absurdo pensar que, tras aguantar hasta el final a los pies de la Cruz, Juan, el discípulo amado, hiciese oídos sordos a las palabras de Cristo referidas a la Virgen: «He aquí a tu Madre». Con lo que cabe concluir que es verdad, que desde aquel momento, Juan tomó consigo a María. 

La pregunta es adónde exactamente se llevó el apóstol consigo a la Virgen y una posible pista la encontramos a pocas páginas del pasaje arriba relatado, en los Hechos de los Apóstoles. Allí se cuenta que, a la muerte de Cristo, se desató en Jerusalén una persecución contra los cristianos.

Fue también entonces que los apóstoles llevaron a término el mandato de su Maestro –«Id por todo el mundo y predicad el Evangelio»–, situando distintos autores y fuentes a Juan en Asia Menor, cuya capital era Éfeso.

Fue precisamente en el concilio que tuvo lugar en Éfeso, en 431, donde se definió el dogma de la maternidad divina de María. Es mucho suponer que para tan alta ocasión la Iglesia eligiera Éfeso al azar, obviando la carga simbólica del lugar. De hecho, la iglesia donde se celebró el concilio fue la primera de la cristiandad puesta bajo la advocación de la Virgen.

Las visiones de Ana Catalina de Emmerick

Sin embargo, no fue aquella edificación, sino otra cercana, la que dicen que vio con sus propios ojos Ana Catalina de Emmerick, monja agustina del siglo XIX que en su vida salió de su patria chica, Westfalia, y quien nunca adquirió la instrucción suficiente para situar en el mapa la ciudad de Éfeso. ¿Cómo fue capaz entonces de describir con todo detalle unas ruinas a miles de millas de distancia? Porque las mismas se le representaron por medio de visiones.

Nada extraño, por otro lado, para alguien que, a lo largo de su vida, se vio bendecida con los más sobrenaturales dones; por ejemplo, el de reproducir en su cuerpo los estigmas de Cristo; o la cardiognosis o capacidad de leer los corazones de quienes la visitaban, aunque fuera la primera vez que los veía; o la inedia o facultad de alimentarse durante años solo con el pan de la Eucaristía y unos sorbos de agua; o…

Cada cual es libre para creer lo anterior o no, pero ha de saberse que en vida de Emmerick tres instituciones tan dispares como la Iglesia católica, el invasor napoleónico y la autoridad imperial prusiana impulsaron sendas y exhaustivas investigaciones cuyo objeto era la monja, y que si bien cada una partía de una motivación y llegaba a unas conclusiones distintas, las tres coincidieron en descartar el fraude.

Cómo han llegado aquellas visiones hasta nuestros días, eso se debe a la pluma de Clemens Brentano, estrella de los salones literarios del Berlín de la época, y quien quedó subyugado por Emmerick tan pronto la conoció, erigiéndose, sin consultarlo con nadie, ni siquiera con ella, en su fedatario. El problema era que no se limitó a transcribir las visiones, muchas y muy distintas, sino que las enriqueció, en el sentido de que las dotó de un contexto, histórico y literario, nada extraño, por otra parte, en un investigador de su categoría. Que por esta razón la Iglesia dejara fuera las visiones del proceso de beatificación –porque Emmerick fue beatificada– no significa necesariamente que las tuviera por falsas, como enseguida se verá.

El hallazgo de la Casa de la Virgen

En 1891, una monja de muy determinada determinación, sor Marie de Mandat Grancey, superiora de una comunidad en Esmirna, la actual Turquía, pidió al padre Jung, su capellán, que comprobara in situ, en la no muy lejana Éfeso, si la descripción de la casa de la Virgen que Emmerick le había hecho supuestamente a Brentano se correspondía o no con el terreno. Al poco tiempo, con la bendición de sus superiores, la improvisada expedición de la que formaban parte el propio Jung, otro sacerdote y dos laicos, hallaba, y con la sola ayuda del texto de las visiones y una brújula, la casa de la Virgen.

Al hallazgo de las ruinas, siguió la sorpresa del obispo del lugar, quien ordenó una comisión interdisciplinaria, la cual concluyó con la constatación de la semejanza entre lo relatado en las visiones y lo encontrado, todo con el refrendo de la pequeña comunidad ortodoxa del lugar, que llevaba siglos peregrinando hasta allí el día de la Asunción. Con el tiempo y hasta hoy, millones de peregrinos de todo el mundo se les unirían, entre ellos, tres Papas de Roma: el beato Pablo VI en 1967, san Juan Pablo II en 1979 y Benedicto XVI en 2006.

Gonzalo Altozano
Éfeso

Fuente: Alfa y Omega