¿TENER FE AMPLÍA O REDUCE LA LIBERTAD?

Al igual que el amor, el origen del asentimiento de la fe reside en la voluntad

¿La fe es realmente un acto libre? ¿Nos hace más libres o es una forma opresiva de conocimiento? ¿Creer amplía o reduce la libertad de pensamiento?

La Encíclica Lumen Fidei, sobre el tema de la fe, publicada en el año 2013, finalizada y firmada por el papa Francisco, pero escrita en su mayor parte por Benedicto XVI, comienza con una directa alusión a los prejuicios modernos sobre la fe, vista como una ilusión, una quimera, un obstáculo a la libertad de pensamiento y al progreso humano.

En la época moderna se ha pensado que esa luz podía bastar para las sociedades antiguas, pero que ya no sirve para los tiempos nuevos, para el hombre adulto, ufano de su razón, ávido de explorar el futuro de una nueva forma. En este sentido, la fe se veía como una luz ilusoria, que impedía al hombre seguir la audacia del saber.

El joven Nietzsche invitaba a su hermana Elisabeth a arriesgarse, a “emprender nuevos caminos… con la inseguridad de quien procede autónomamente”. Y añadía: “Aquí se dividen los caminos del hombre; si quieres alcanzar paz en el alma y felicidad, cree; pero si quieres ser discípulo de la verdad, indaga”. Con lo que creer sería lo contrario de buscar.

A partir de aquí, Nietzsche critica al cristianismo por haber rebajado la existencia humana, quitando novedad y aventura a la vida. La fe sería entonces como un espejismo que nos impide avanzar como hombres libres hacia el futuro.

La fe es vista por la incredulidad como un obstáculo a la razón, como una cadena a la libertad del pensamiento, como un salto en el vacío, como un sentimiento ciego que anula las capacidades humanas de decidir libremente y de progresar.

Pero lo cierto es que jamás uno se ve forzado a creer algo. Nadie cree por creer, ni es una decisión arbitraria. Siempre se elige creer a otro en quien decido confiar. Aun teniendo todas las razones en favor de la credibilidad de alguien, puedo elegir no creerle. La fe no anula la libertad, sino que la presupone y la exige.

No se puede creer si no se quiere

El filósofo Josef Pieper escribe que la fe es un acto voluntario, totalmente libre, al que nada ni nadie puede obligarme o forzarme a creer, del mismo modo que no me pueden obligar a amar a alguien. Y nadie ama o cree si no lo decide libremente. “Ni se puede amar de mala gana ni tampoco creer”.

No debe confundirse la fe con la ciega afirmación de una opinión cualquiera o con el deseo de que algo sea como pensamos. Pieper citando a John Henry Newman, escribe que uno no cree porque desee que lo creíble sea verdadero, sino porque ama a la persona que da fe: “creemos porque amamos”.

Al igual que el amor, el origen del asentimiento de la fe reside en la voluntad, que no es un mecanismo ciego sobre el intelecto, sino que es el hombre mismo en su capacidad de dirigirse en toda su persona hacia aquel en quien se sostiene su fe.

Es toda la persona la que decide y esto jamás se hace de espaldas a la razón. Como acto racional, relacional y libre, no se agota en un mero asentimiento intelectual de la verdad creída, sino que abarca a toda la persona.

La fe entre la duda y la certeza

Por otra parte, la fe no puede ser pura oscuridad ni pura claridad. Le toca a cada ser humano decidirse libremente, abrirse o no, aceptar o no, la propuesta que viene de fuera de uno mismo, aceptando el testimonio de alguien que merece crédito.

La base antropológica de la libertad de la fe está en la oscuridad que la acompaña, en el sentido de que nunca se nos dan todas las razones que nos llevarían infaliblemente a la fe. Es decir, que la fe es oscura porque la verdad de su objeto no puede ser alcanzada totalmente ni por la demostración ni por la evidencia, y además el propio objeto de la fe excede completamente nuestra capacidad.

En el camino de la fe las dudas pueden desempeñar un impulso para la misma fe, porque llevan a reafirmarla, a repensarla, a comprenderla mejor.

Al mismo tiempo, también la fe se caracteriza por ser luminosa, por la certeza, a la que se llega por voluntad propia, por una libre decisión. Una certeza en la que la persona entera se ve comprometida. Si bien la certeza de la fe no es porque se tenga la evidencia por uno mismo, sino por la credibilidad del testigo a quien creo. 

Para poder creer es necesario que alguien lo conozca con certeza. Lo que es desconocido por todos no puede ser creído por nadie. Y nadie puede decidir sobre lo que ignora.

Por esto mismo, la fe no solo presupone la libertad sino que abre nuevas posibilidades para decidir. Cuando más amplio es nuestro horizonte y perspectivas, más libres somos de poder elegir aquello que de otro modo desconoceríamos.

Nadie puede ser obligado a creer

La fe es una decisión fundamental, en tanto que siempre habrá que optar por creer o no creer, por estar a favor o en contra de un horizonte más amplio.

El acto de fe es plenamente humano porque es inteligente y libre, y por esto también es un acto moral, en cuanto que no tiene las mismas consecuencias prácticas creer o no creer, como tampoco da lo mismo el contenido de la fe a la que adhiero.

El así llamado “salto de la fe” no es una pura decisión, porque quien cree debe poder justificar de algún modo ante su propia razón su decisión de creer, pero el paso de la fe siempre se convierte en la aventura de creer.

La fe católica defiende que la libertad es causa de la fe, porque sólo se cree si libremente se quiere creer. En propio Concilio Vaticano II, expresa con claridad que nadie puede ser obligado a creer: “Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios… asintiendo libremente”. Y en la declaración sobre la Libertad Religiosa, el Concilio también afirma:

Es uno de los capítulos principales de la doctrina católica, contenido en la palabra de Dios y predicado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios y que, por tanto, nadie debe ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza…

Miguel Pastorino


Fuente: Aleteia