«Salvar
África por medio de África». Esto hoy nos parece obvio, pero no lo era cuando
Daniel Comboni presentó esta propuesta al Concilio Vaticano I
Daniel Comboni en El Cairo con algunos sacerdotes,
laicos y alumnos de su
instituto
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Hace
exactamente 150 años el intrépido misionero italiano Daniel Comboni fundó el
Instituto Misionero para la Nigrizia. Lo hizo por imperativo eclesial y como
requisito para poder seguir anunciando el Evangelio a los habitantes del
vicariato de África Central. Tenía tan solo 36 años.
Tres años antes de fundar
el instituto escribió su plan para la regeneración de África, un ambicioso
proyecto para hacer viable la evangelización en el continente negro con un
planteamiento nuevo: «Salvar África por medio de África», es decir, con los
propios africanos.
Esto
hoy nos parece obvio, pero cuando Comboni formuló esta propuesta y la presentó
al Concilio Vaticano I, en muchos países europeos los negros africanos estaban
considerados seres con escasas facultades humanas, cuando no desprovistos de
racionalidad.
En
aquella época, grandes exploradores como David Livingstone, Henry Morton
Stantely y Pierre Savorgan Brazza favorecieron la conquista de África. Una vez
suprimida la trata de esclavos, las fábricas europeas necesitaban materias
primas. Los nuevos conquistadores creían en la importancia de África para el
éxito de la emergente industria y se lanzaron a la explotación intensiva de sus
cuantiosos recursos naturales, al margen de las necesidades de los propios africanos.
A
Daniel Comboni no le interesaban los recursos africanos, sino las personas que
vivían en el continente. Por eso, como escribió el cardenal nigeriano Francis
Arinze cuando presentó la causa de beatificación, «Daniel Comboni fue un
verdadero profeta y precursor de lo que África tendría que ser y que
efectivamente está siendo».
Comboni
fue nombrado obispo del vicariato del África Central y murió a los 51 años en
Jartum, capital de Sudán. Dijo poco antes de expirar: «Yo muero, pero mi obra
no morirá». Daniel Comboni fue beatificado por san Juan Pablo II el 17 de marzo
de 1996 y canonizado por el mismo Papa el 5 de octubre de 2003.
Fieles a su fundador
La
obra de Comboni, efectivamente, no murió, sino que siguió adelante gracias a
sus misioneros, que abrazaron con entusiasmo sus intuiciones de y creyeron en
el hombre africano. Por eso, abrieron escuelas primarias en los lugares más
apartados de la misión y hasta centros de estudios superiores en las grandes
ciudades. El mismo Comboni creó tres institutos para los africanos en El Cairo
y posteriormente los misioneros combonianos fundaron el Comboni College en
Jartum, transformado posteriormente en universidad.
Los
misioneros aprendieron y difundieron las lenguas africanas de los pueblos con
los que trabajaron. Muchos de ellos elaboraron las primeras gramáticas y
diccionarios; otros se convirtieron en grandes etnólogos y etnógrafos. Fue una
de las señas de identidad de unas personas que creyeron en el hombre negro, en
su valía y en su cultura.
A
los 150 años de su fundación, los misioneros combonianos están presentes en
cuatro continentes. En Europa llevan a cabo principalmente tareas de animación
misionera, una labor a la que el propio Comboni dedicó muchas de sus energías y
promocionó a través de la revista Anales del Buen Pastor, que fundó en
1872 y se convirtió en 1883 en Nigrizia, dos años después de la muerte de
Comboni.
En
estos 150 años de historia como instituto misionero, los combonianos han dejado
una huella indeleble no solo en África, sino también en América Latina, donde
se han dedicado con empeño a dignificar a la población negra. Los misioneros
combonianos han sido –y siguen siendo– leales a su fundador, que tuvo el sueño
de engarzar en la corona de la Iglesia la perla de África.
Gerardo
González Calvo. Ex redactor jefe de la revista Mundo Negro
Fuente: Alfa y Omega