No es un acontecimiento
solamente intelectual, ni solamente emocional, ni solamente voluntario, sino
todo a la vez
¿Son
todas las personas libres para creer en Dios o su libertad puede verse
condicionada para no creer? ¿Es la fe una cuestión meramente teórica que no
tiene repercusión en la vida cotidiana? ¿No es la fe una cuestión ética,
práctica, donde no importa el contenido sino la vivencia?
Muchas
de estas preguntas están entre creyentes y no creyentes y no pocas veces se
vuelven dificultades para dar el paso de la fe cristiana.
Obstáculos para abrirse a
la fe cristiana
El
teólogo canadiense Bernard Lonergan entiende que existen impedimentos a la
libertad para creer y se pregunta si somos realmente libres para dar el paso de
la fe. Encuentra varios bloqueos o predisposiciones negativas que pueden
limitar seriamente nuestra libertad ante la fe.
Cuando
a nivel sociocultural se imponen modos de ver y de pensar, estos necesariamente
condicionan la predisposición a creer o no creer.
En
primer lugar encontramos lo que él llama “sesgo individual”, una tendencia
a poner el propio yo en el centro del universo y pensar en consecuencia,
existiendo una disposición previa a rechazar cualquier propuesta que reclame un
acto de fe.
También
considera que existe un “sesgo grupal”, manifiesto en prejuicios
conectados con sectores de la sociedad o grupos ideológicos. Ciertos
resentimientos o prejuicios les generan un punto ciego para escuchar el mensaje
cristiano.
Una
tercera limitación es el pragmatismo y la renuncia a buscar la raíz de las
cosas. El interés por cuestiones prácticas reduce el horizonte para
preguntarse más allá de lo inmediato. Cualquier miopía intelectual disfrazada
de sentido común cierra el camino a cualquier pregunta por la fe.
Para
Lonergan, autotrascenderse y liberarse uno mismo de visiones reductoras de
la realidad, no es un proceso meramente intelectual, sino voluntario, del
ámbito de la libertad, donde se decide la vida entera y su sentido último.
La fe como camino de
libertad
La
decisión por la fe no es un acto aislado, sino un proceso humano en el que
interviene siempre la libertad y la responsabilidad de lo asumido.
Benedicto
XVI admiraba en san Agustín de Hipona su proceso de fe, porque desde sus
comienzos como catecúmeno no fue capaz de identificarse con la Iglesia, y poco
a poco, progresivamente fue encontrando su camino.
No
hay procesos ideales, sino caminos personales y comunitarios donde se
elige conscientemente, en medio de no pocas luchas interiores, creer a quien
consideramos digno de confianza.
El
propio derecho a creer y manifestar públicamente la propia fe es protegido
dentro del ámbito de la libertad de la persona. Por eso mismo, Benedicto XVI
considera la libertad de religión como “una necesidad que deriva de la
convivencia humana, más aún, como una consecuencia intrínseca de la verdad que
no se puede imponer desde fuera, sino que el hombre la debe hacer suya sólo
mediante un proceso de convicción”.
Para
él, la decisión de la fe cristiana no es una decisión ética o la opción
por una ideología o conjunto de doctrinas, sino por una persona, que da un
nuevo horizonte de sentido a la vida.
“La
fe cristiana no es primariamente un misterioso sistema de conocimiento, sino
una actitud existencial, una decisión fundamental sobre la dirección de la
existencia… Una decisión que penetra hasta los estratos más profundos del ser
humano, hasta ese ámbito que no aparece siempre al descubierto, pero que
atraviesa e impregna todo, sin que pueda ser mensurable”.
La
fe no es un saber a medias, sino una decisión existencial que nos abre a
la realidad desde otro modo de saber. Requiere todas las energías de la
inteligencia, del sentimiento y de la voluntad, y éstas se orientan a la
búsqueda de la verdad. Siendo una orientación de la totalidad de la existencia
humana, no puede renunciar a la verdad.
La
dirección al futuro, incluso más allá de las fronteras de la muerte, es lo que
le da peso y también su libertad. Porque una opción fundamental que se extiende
a todos los ámbitos de la existencia no es un acontecimiento solamente
intelectual, ni solamente emocional, ni solamente voluntario, sino todo a la vez.
La fe mueve a pensar y a
conocer
Para
muchos, la fe es una renuncia a pensar, una autolimitación en el conocimiento.
¿Pero es realmente así en la fe cristiana? Estamos convencidos de todo lo
contrario.
De
hecho el acto de fe es un acto de la persona entera, en su unidad abarcante y
siempre impulsa al conocimiento a llegar mucho más allá de sus propios límites.
Por esto, pretender limitar la razón a lo medible como plantea el
cientificismo, es estrechar el horizonte del conocimiento.
Por
las mismas razones, la fe tampoco supone en ningún momento el olvido de la
razón o la renuncia a la actividad intelectual, más bien todo lo contrario. La
fe impulsa al conocimiento, a la búsqueda, al preguntar.
La fe cambia la vida
Por
otra parte, la fe no es pura teoría, algo meramente teórico, ni solo una praxis
sin contenido. Es una realidad que abarca y afecta a toda la existencia
personal y comunitaria. Este aspecto práctico de la fe señala que lo que
creemos tiene consecuencias en la vida cotidiana, por ello no da lo mismo si
conocemos la verdad o no.
Creer
en Dios o no creer en él, no es algo que no cambie la vida, sino todo lo
contrario. Se cree auténticamente si se vive de acuerdo con aquello que se
ha aceptado por la razón y ha sido acogido en el corazón.
Por
eso creer no es vivir un hermoso sentimiento o aceptar ideas más o menos
interesantes desde el plano teórico, sino que la fe siempre trae nuevas
convicciones que tienen un contenido transformador, inmediatamente práctico. En
perspectiva cristiana, la vida no es la misma si se cree o no se cree.
Miguel Pastorino
Fuente:
Aleteia