El Santo Padre reflexionó acerca de cómo la certeza de la esperanza se funda en que somos hijos amados de Dios
“Pidamos
a la Virgen María que nos dejemos guiar siempre por el amor de su Hijo. Que
sepamos transmitir a los demás ese amor de Dios, para que se encienda en toda
una esperanza nueva”.
Fue
la invitación del Papa Bergoglio al saludar a los peregrinos de
nuestro idioma – que se dieron cita en la Plaza de San Pedro – para participar
en la Audiencia General del segundo miércoles de junio.
Prosiguiendo
con su ciclo de catequesis dedicado a la esperanza cristiana, en esta
ocasión el Santo Padre reflexionó acerca de cómo la certeza de la
esperanza se funda en que somos hijos amados de Dios. Y lo hizo a partir de un
pasaje del Evangelio de San Lucas que relata la fiesta que hizo el
padre cuando regresó a casa el hijo pródigo.
Hablando
en italiano, el Papa destacó ante todo que ninguno de nosotros puede
vivir sin amor, a la vez que recordó que tal vez, buena parte de la angustia
del hombre contemporáneo podría derivar de la creencia de que no somos fuertes,
atrayentes y bellos como para que alguien se ocupe de nosotros. Y afirmó que
buena parte del narcisismo del ser humano surge de un sentimiento de soledad.
Francisco añadió
que cuando el que no es, o no se siente amado, es un adolescente, entonces
podría producirse la violencia, ya que detrás de tantas formas de odio social y
de vandalismo hay, con frecuencia, un corazón que no ha sido reconocido. “No
existen niños malos – dijo el Obispo de Roma – así como no existen
adolescentes totalmente malvados, sino que existen personas infelices”. A
lo que añadió que la vida del ser humano es un intercambio de miradas, que nos
conduce a la sonrisa.
De
hecho – prosiguió el Pontífice – el primer paso que Dios realiza
hacia nosotros es el de un amor incondicional, puesto que no nos ama porque en
nosotros exista alguna razón que suscite el amor. No. Dios nos ama porque Él
mismo es amor, y el amor tiende, por su misma naturaleza, a difundirse y
donarse. De manera que Dios ni siquiera relaciona su benevolencia a nuestra
conversión. Y recordó que San Pablo dice esto mismo perfectamente en
su Carta a los Romanos: “Dios demuestra su amor hacia nosotros en el hecho de
que, mientras éramos aún pecadores, Cristo ha muerto por nosotros”.
A
lo que el Papa se preguntó: “¿Quién de nosotros ama de esta manera,
sino quien es padre o madre? Una mamá sigue queriendo a su hijo también cuando
éste se encuentra en la cárcel”. Francisco dijo que si bien una madre
no pedirá que se borre la justicia humana, porque todo error exige una
redención, al mismo tiempo, tampoco dejará de sufrir por su propio hijo, puesto
que lo ama aun cuando es pecador. Dios – añadió el Papa – hace
lo mismo con nosotros: ¡“Somos sus hijos amados”, exclamó.
El Santo
Padre concluyó su catequesis afirmando que “para cambiar el corazón de una
persona infeliz, es necesario ante todo abrazarla”. Hacerle sentir – dijo – que
es deseada, que es importante, y así dejará de estar triste. Sí, porque el amor
llama al amor, y de modo más fuerte de cuanto el odio llame a la muerte, agregó Francisco.
A la vez que recordó que Jesús murió y resucitó por nosotros, a fin
de que nuestros pecados sean perdonados. Por tanto, es tiempo de resurrección
para todos, finalizó diciendo el Papa: tiempo de librar a los pobres del
desaliento, sobre todo a los que yacen en el sepulcro desde hace mucho más que
tres días.
Audiencia
semanal, el Papa Francisco saludó a los enfermos que se
habían dado cita en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano.
Hablándoles
espontáneamente, el Pontífice les dio los buenos días y les explicó
que esta Audiencia se realizaría en dos lugares, dándoles la
oportunidad a todos ellos, de seguir sus palabras a través de las pantallas
gigantes de televisión, permitiéndoles, de este modo, mayor comodidad a causa
del gran calor reinante en la Plaza.
El Santo
Padre les agradeció su presencia y afirmó que la Iglesia también es así,
un grupo acá y otro allá, pero todos unidos. Y quién une a la Iglesia,
preguntó Francisco. El Espíritu Santo, fue su respuesta. De ahí su
invitación a rezar al Espíritu Santo para que una a todos en esta
audiencia. Y antes de impartirles su bendición apostólica se despidió de todos
ellos tras rezar el Veni, Sancte Spiritus y un Padrenuestro.
María
Fernanda Bernasconi
Radio
Vaticano