Los
mayores expertos europeos en transmisión de la fe se han reunido en Madrid para
hablar sobre la relación entre familia, parroquia y catequesis
¿Qué han hecho mal los padres
y los abuelos que ven cómo sus hijos y nietos viven sus días sin querer saber
nada de Dios, quizá sin una abierta contraposición pero sí con indisimulada
indiferencia? ¿Hay algún método que asegure que los niños que hacen la Primera
Comunión se apunten a poscomunión? ¿Cómo conseguir que el sacramento de la
Confirmación no sea el sacramento del adiós a la parroquia durante
muchos años, a veces para siempre?
En realidad «el debate
sobre los métodos no tiene objeto», asegura Joel Molinario, del Instituto
Catequético de París, «porque la crisis de la transmisión de la fe no es una
crisis de los métodos, sino una crisis de la tradición, de la herencia
recibida, de la autoridad». En definitiva, de la familia.
Los tiempos han
cambiado y si antes bastaba aprender el Catecismo, «esto ya no funciona de
manera evidente». Así lo ha constatado el Congreso del Equipo Europeo de
Catequesis, que del 31 de mayo al 5 de junio en Madrid, abordó el tema La
familia, entre la educación cristiana y la propuesta de fe. La organización
corrió a cargo del Instituto Superior San Pío X, vinculado a los hermanos de La
Salle.
El dolor de padres y
abuelos
En el congreso
participaron los mayores expertos europeos en catequesis, como Dominique Foyer,
de la Universidad Católica de Lille, que dice que «hoy escuchamos el lamento de
los padres o abuelos que descubren que no han logrado transmitir la herencia
dogmática, ética y simbólica que caracteriza a su fe. Y nos preguntamos qué es
lo que no va bien, o no va en absoluto, en la transmisión».
La respuesta está en los
actores principales de la catequesis: parroquia y familia. Para el presidente
de la Asociación Italiana de Catequesis, Salvatore Currò, la catequesis que se
ha dado hasta ahora en las parroquias «debe renovarse», porque «se ha quedado
en el registro de la comprensión doctrinal del mensaje cristiano», unos
conocimientos «que pivotan más sobre lo cognitivo que sobre lo afectivo, debido
al componente racionalista e iluminista de nuestra tradición cultural».
Según Curró, la solución
está en mirar a la familia, cómo transmiten la fe las familias creyentes: «Hay
que preguntarse si toda la catequesis no debería modularse sobre el registro
afectivo de la experiencia familiar, donde se da un entrenamiento a algunas
prácticas, sin tener que entender siempre su sentido, pero porque se advierte
que son soporte del amor y del crecimiento, y donde se da la experiencia de
sentirse amados por Dios, sobre una base sensible y afectiva».
Engendrar cristianos, no
adoctrinarlos
Esta renovación de la
catequesis está en línea con lo que defiende el Papa Francisco en Amoris
laetitia, una propuesta que «no está preocupada tanto por los contenidos
de la fe como por la experiencia de Dios, y la confianza de que Él siempre está
cercano a nuestras vidas», como señala Antonio Ávila del Instituto Superior de
Pastoral, de la Universidad Pontificia de Salamanca. En esta tesitura, «el
pontificado actual se inclina porque la experiencia de la fe, la gozosa alegría
del Evangelio» vivida en la familia, donde «los niños pueden comprender, no
intelectualmente sino vitalmente, que lo que el adulto vive». Se trataría
entonces de «una catequesis de engendramiento, no de adoctrinamiento», aun a
riesgo de que «pueda resultar insuficiente a la hora de mantener la fe en un mundo
como el actual».
El lugar en que Dios
habita
Y si la parroquia es una
de las claves esenciales en la transmisión de la fe, la otra es la familia.
«Hay que guiar a las familias hacia la comprensión y práctica de su propia
sacramentalidad», afirma Caroline Dollard, representante de la Conferencia
Episcopal de Inglaterra y Gales. Sin embargo, en la práctica, muchas de las
familias que se acercan a la Iglesia por diversos motivos, sobre todo para
pedir un sacramento –bautizo de un hijo, Primera Comunión…,– «están
desconectadas de su historia de fe y de la práctica, algunas de ellas por dos o
tres generaciones», y lo más grave es que el modelo habitual de acompañamiento
que les ofrece la Iglesia «consiste en apartar a los niños y adolescentes de
sus padres y de sus hogares en cuanto a su educación religiosa», de modo que la
educación en la fe sería algo así como «una tarea de profesionales» que se da
en la parroquia y no en la familia.
Aprovechar el bautizo de
los hijos
Por eso, hay que volver
a enganchar a las familias. Por ejemplo, aprovechando el bautizo de los hijos.
Para el polaco Andrzej Kicinski, de la Universidad Católica de Lublin, «hoy,
por desgracia, no podemos dar por sentado que los padres pidan el Bautismo por
motivos de fe», pero sin embargo las catequesis prebautismales pueden «ayudar a
los padres a profundizar y a ser conscientes de que el Bautismo se celebra en
la fe de la Iglesia», lo que en numerosas ocasiones «activa en los padres las
ganas de ser sujetos activos de la catequesis».
Si se hace bien y se
sigue el proceso, más adelante la familia podrá convertirse «en el lugar de
oración cristiana, un lugar en el que Dios habita», gracias a «la lectura de la
Palabra de Dios, la participación en la Eucaristía, el perdón recíproco,
incluso con el sello del sacramento de la Reconciliación, la bendición de la
familia, las fiestas de cumpleaños, las peregrinaciones, los retiros, las
tradiciones asociadas con la Navidad…». Solo así podrá arraigar una verdadera vida
espiritual familiar que, si falta en la celebración de la Primera Comunión,
hará a la familia «prisioneros de una ceremonia que en realidad no entienden».
Cuando ir a Misa es una
batalla
La Comisión de
Matrimonio y Vida Familiar de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales ha
realizado una encuesta a padres, abuelos, sacerdotes y catequistas, con
conclusiones extrapolables a nuestro país. En la encuesta, presentada estos
días en el congreso por Caroline Dollard, los padres expresan abiertamente que
«muchas veces, llevar a la familia a Misa es una batalla», y manifiestan que
«se sienten juzgados porque, a pesar de hacer todo lo que pueden, sus vidas no
son perfectas». Por eso demandan a la parroquia «que sea más amigable con las
familias» y les ofrezca «conocimientos y recursos que les ayuden a vivir la fe
en el hogar».
Por parte de las
parroquias, los interrogantes son muchos. Mientras solicitan que «los padres
traigan a sus hijos a la iglesia y participen de la vida de la comunidad»,
admiten que la comunidad parroquial «no siempre comprende, valora o apoya a los
padres», y reconocen que, «mirada desde fuera, la parroquia puede parecer
excluyente e impenetrable». Y deslizan también una inquietud: «el camino de fe
que debemos ofrecer a las familias ¿consiste únicamente en enseñar la doctrina
y asistir a la Misa?»
La encuesta concluye con
los resultados de un diálogo a dos bandas en el que se aclara que las
parroquias deben «escuchar a las familias de modo activo» y ofrecerles «un
entorno amigable», al mismo tiempo que deben confirmar a los padres como
«líderes espirituales en el hogar», haciendo posible también «el apoyo mutuo
entre familias».
Para ello es preciso
«salir de nuestra comodidad y así poder comprender la realidad en la que se
encuentran» las familias, adoptando «estrategias creativas e imaginativas» no
solo «para favorecer la comunión familiar, sino también la comunión
parroquial».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega