Su
perfil está vinculado, en mayor o menor grado, al ejercicio de la autoridad
temporal
No.
Sólo pueden apreciarse ciertas similitudes en cuanto a su función religiosa y
como cabeza visible una comunidad religiosa. Aunque con frecuencia escuchemos
hablar de “clérigos musulmanes”, lo cierto es que no puede decirse que exista
una correspondencia entre un sacerdote y un imam.
Literalmente,
imam significa “modelo”, “ejemplar”. Y su sentido varía teniendo en cuenta su
pertenencia a la rama suní o chií del islam. Podemos decir, por tanto, que es
un término que posee una vertiente espiritual, una segunda litúrgica y una
tercera, propia de los chiíes.
Como
guía espiritual, el imam es un modelo y maestro de la comunidad. En su
forma originaria (siglos VIII-XIII), el califa recibía entre los suníes este
nombre en tanto que se le consideraba un hombre ejemplar. Por extensión, se les
consideraba grandes conocedores de las ciencias islámicas. De hecho, están
incluidos los cuatro fundadores de las cuatro escuelas jurídicas.
En
cuanto al plano litúrgico, el imam es la persona que dirige la oración
comunitaria (salat), colocado en el lugar más destacado de la mezquita
(mihrab), a la cabeza de las filas de asistentes.
Para
los suníes esta responsabilidad se le otorga por tres razones. La primera, por
sus conocimientos del Corán y los textos sagrados. Otro factor importante es su
edad y, en consecuencia, su madurez. En tercer lugar, por tener cierta
relevancia dentro de la comunidad expresada en un consenso sobre su elección.
Algo que puede llevarle a desempeñar ciertas funciones de liderazgo
temporal (califa).
Como
es lógico, puede haber varias personas que reúnan las condiciones para ejercer
esta función, caso en el que pueden encargarse de cumplirlas de modo
consecutivo.
Lo
más común es que en cada mezquita exista una persona autorizada para este
cometido y sea remunerada por ello. En las grandes mezquitas, puede haber
varios imames. En el caso de los oratorios más humildes, sólo existe uno que
atenderá la oración del viernes.
Para
los chiíes, el imam designa a los descendientes de Ali, yerno de Muhammad,
sucesor incontestable de su liderazgo y depositario de su legado doctrinal. Por
tanto, es una figura que tiene que ver con la dirección temporal y religiosa de
una comunidad.
En
este sentido, se le atribuyen cuna sabiduría y autoridad moral infalibles. Sus
enseñanzas tienen un valor definitivo y su mandato como jefes de la comunidad
es recibido directamente de Dios. Esto los convierte en intermediarios de
los hombres y depósito de la sabiduría de la Ley (sharía), que conocen e
interpretan. Todo poder que no sea el del imam es considerado ilegítimo. Y para
alguna corriente del chiismo como la duodecimana, su autoridad civil es
indiscutible. De hecho, el conjunto de dichos y actuaciones de los imames,
forma parte, junto con el de Muhammad, de las fuentes del derecho chií.
Como
podemos ver, existen diferencias doctrinales entre el califato sunní y el
imamato chií. En este último caso, su papel en los regímenes políticos es
crucial, en contraposición con el carácter más doctrinal y religioso de los
ulemas sunníes.
Si
reflexionamos sobre el importante papel de los imames, podremos deducir el por
qué han sido figuras cruciales para los movimientos islamistas. Su capacidad de
mediación y liderazgo sobre una comunidad les confiere una capacidad
extraordinaria de influir con sus sermones. No es casual que los gobiernos
presten especial atención a los imames como piezas clave en la extensión de
mensajes subversivos y potencialmente violentos.
Por
este motivo, la mayoría de los países islámicos han intentado darle un carácter
oficial, equiparándolo a un funcionario. Por su parte, en los países
occidentales, a raíz de los atentados de Madrid (2004) y Londres (2005) se
han habilitado distintas fórmulas para poder controlar los sermones.
Finalmente,
hay que mencionar la controvertida posibilidad de que las mujeres puedan
dirigir las oraciones comunitarias, Algunas escuelas islámicas lo prohíben
taxativamente (malikí), mientras que otras lo aprueban (chafií). Al margen de
esto, existen compiladores de hadices clásicos (al-Tabari, 839-923) que
muestran a mujeres ejerciendo funciones de imam.
Actualmente,
el crecimiento de mujeres formadas en la Ley islámica hace que deba plantearse
esta posibilidad. Ya en el 2005, el Ministerio de Asuntos Religiosos de Egipto
ofreció cincuenta plazas para imames femeninas, algo que ha contado con la
oposición de los ulemas.
Como
podemos comprobar, la realidad de los imames es diversa dentro del mundo
islámico. Además, su perfil está vinculado, en mayor o menor grado, al
ejercicio de la autoridad temporal, aspectos que distan mucho de la misión
de un sacerdote.
María Angeles Corpas
Fuente:
Aleteia