El Papa Francisco encargó
la preparación de las meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo 2017
a la biblista francesa Anne-Marie Pelletier, que decidió hacer algunas
innovaciones en la estructura del mismo
Octava estación: Jesús es
despojado de sus vestiduras
Lectura del santo
Evangelio según san Juan
Los
soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro
partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin
costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo (19, 23).
Lectura del libro de Job
«Desnudo
salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él» (1, 21).
Meditación
El
cuerpo humillado de Jesús queda desnudo. Expuesto a las miradas de burla y
desprecio. El cuerpo de Jesús plagado de heridas y destinado al suplicio
extremo de la crucifixión. Humanamente, ¿qué otra cosa se puede hacer sino
bajar los ojos para no aumentar su vergüenza?
Pero
el Espíritu nos ayuda en nuestra confusión. Nos enseña a entender el lenguaje
de Dios, el lenguaje de la kenosis, este abajamiento de Dios para llegar
hasta donde estamos nosotros. De este lenguaje de Dios nos habla el teólogo
ortodoxo Cristos Yanarás: «El lenguaje de la kenosis: Jesús recién nacido,
desnudo en el pesebre, desnudo en el río mientras recibe el bautismo como un
siervo, colgado en el árbol de la cruz, desnudo, como un malhechor. Por medio
de todo esto, él ha manifestado su amor por nosotros».
Adentrándonos
en este misterio de gracia, podemos volver a mirar el cuerpo martirizado de
Jesús. Entonces comenzamos a descubrir aquello que nuestros ojos no pueden ver:
su desnudez resplandece con aquella misma luz que irradiaba su túnica en el
momento de la Transfiguración.
Luz
que aleja toda tiniebla.
Luz
irresistible del amor hasta el extremo.
Oración
Señor,
Dios nuestro, ponemos ante tus ojos la inmensa multitud de hombres que sufren
la tortura, la asombrosa muchedumbre de cuerpos maltratados, temblando de
angustia ante la amenaza de los golpes, muriendo en barrios miserables.
Te
suplicamos, recoge su gemido.
El
mal nos deja sin voz e indefensos.
Pero
tú sabes hacer lo que nosotros no sabemos. Sabes encontrar una salida en el
caos y en la oscuridad del mal. Sabes hacer que la vida de la resurrección
brille ya en la pasión de tu Hijo amado.
¡Aumenta
nuestra fe!
Te
presentamos también la locura de los torturadores y de los que les mandan.
También esta nos deja sin palabras... excepto para rezarte e implorarte entre
lágrimas con las palabras de la oración que nos enseñaste: «Líbranos del mal».
Pater noster
Cristo
muerto por nuestros pecados,
Cristo
Resucitado para vida nuestra,
Te
rogamos, ten piedad de nosotros
Novena estación: Jesús es
crucificado.
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas
Y
cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a
los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen» (23, 33-34).
Lectura del libro del
Profeta Isaías
Nuestro
castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron (53, 5).
Meditación
En
verdad, Dios está donde no debería estar.
El
Hijo predilecto, el Santo de Dios, es ese cuerpo expuesto en una cruz de
infamia, abandonado al deshonor, en medio de dos malhechores. Hombre de dolores
ante quien se vuelve el rostro; a decir verdad, igual que se hace con tantos
seres humanos desfigurados que encontramos por nuestras calles.
El
Verbo de Dios, por quien todo fue creado, ya no es más que carne muda y sufriente.
La crueldad de nuestra humanidad se ha cebado con él y ha vencido. Sí, Dios
está allí donde no debería estar, y sin embargo necesitamos que esté allí.
Vino
para compartir con nosotros su vida. «Tomad», dijo sin cesar mientras ofrecía
la salud a los enfermos, su perdón a los corazones extraviados, su cuerpo en la
cena pascual.
Pero
ha caído en nuestras manos, en territorio de muerte y de violencia: la de cada
día en el mundo, que nos deja atónitos; y la que se insinúa dentro de cada uno
de nosotros.
Lo
sabían bien los monjes asesinados en Tibhirine, los cuales, a la oración
«desármalos» añadían la petición «desármanos».
Era
necesario que la dulzura de Dios visitase nuestro infierno, era el único modo
de librarnos del mal.
Era
necesario que Jesucristo trajese la infinita ternura de Dios al corazón del
pecado del mundo.
Era
necesario esto, para que la muerte, puesta ante la vida de Dios, se retirase y
cayese, como un enemigo que encuentra un rival más fuerte que él y se dispersa
en la nada.
Oración
Señor,
Dios nuestro, acoge nuestra alabanza silenciosa.
Como
los reyes que se quedan sin palabras ante la obra del Siervo revelada por el
profeta Isaías (cf. 52, 15), nos quedamos estupefactos ante el cordero inmolado
por nuestra vida y la del mundo, y confesamos que por tus llagas hemos sido
curados. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Te ofreceré un
sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor» (Sal 116, 12.17).
Pater noster
Cristo
muerto por nuestros pecados,
Cristo
Resucitado para vida nuestra,
Te
rogamos, ten piedad de nosotros.
Décima estación: Jesús en
la cruz es humillado
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas
El
pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A
otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el
Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le
ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti
mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los
judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres
tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (23, 35-39).
«Si
eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». [...] «Si eres
Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: [...] (los ángeles) te
sostendrán en sus manos» (4, 3.9-11).
Meditación
¿No
habría podido Jesús bajarse de la cruz? A duras penas nos atrevemos a hacernos
esta pregunta. ¿Acaso el Evangelio no la pone en boca de los impíos?
Y
sin embargo, ella nos persigue en la medida en que aún seguimos formando parte
del mundo de la tentación a la que Jesús se enfrentó durante los cuarenta días
en el desierto, preludio e inicio de su ministerio: «Si eres Hijo de Dios, di a
esta piedra que se convierta en pan, tírate desde la parte superior del templo,
porque Dios cuida del que es su amigo». Pero en la medida en que bautizados en
su muerte y resurrección seguimos a Jesucristo en su camino, el desafío del
Maligno ya no tiene poder sobre nosotros, se reduce a nada, su mentira queda
desenmascarada.
Es
entonces cuando se descubre la importancia absoluta de aquel «era necesario»
(Lc 24, 26), que Jesús enseña con paciencia y ardor a los caminantes de
Emaús.
«Era
necesario» que Cristo entrara en esta obediencia y en esta impotencia, para
llegar hasta nosotros en esa impotencia a la que nos ha llevado nuestra
desobediencia.
Comenzamos
así a comprender que «sólo el Dios que sufre puede salvarnos», como escribió el
pastor Dietrich Bonhoeffer unos meses antes de morir asesinado, de
tal manera que, experimentando en profundidad el poder del mal, pudo resumir en
esta verdad, simple y vertiginosa, la profesión de fe cristiana.
Oración
Señor,
Dios nuestro, ¿quién nos librará de las insidias del poder mundano? ¿Quién nos
librará de la tiranía de la mentira, que nos lleva a enaltecer a los poderosos
y buscar a la vez las falsas glorias?
Sólo
tú puedes convertir nuestros corazones.
Sólo
tú puedes hacernos amar los senderos de la humildad.
Sólo
tú..., que nos revelas que la única victoria es la del amor y que todo lo demás
no es más que paja que dispersa el viento, ilusión que desaparece frente a tu
verdad.
Te
rogamos, Señor, disipa las mentiras que pretenden reinar en nuestros corazones
y en el mundo.
Haznos
vivir según tus caminos, para que el mundo reconozca el poder de la Cruz.
Pater noster
Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Undécima estación: Jesús y
su Madre
Lectura del santo
Evangelio según San Juan
Junto
a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de
Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al
discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego,
dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo
la recibió como algo propio (19, 25-27).
Meditación
También
María ha llegado al final del camino. Ha llegado aquel día del que hablaba el
anciano Simeón. Cuando tomó en sus brazos temblorosos al niño y su acción de gracias
continuó con palabras misteriosas, que entrelazaban contemporáneamente drama y
esperanza, dolor y salvación.
«Este
—había dicho— ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y
será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el
alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones»
(Lc 2, 34-35).
Ya
la visita del ángel había hecho resonar en su corazón un anuncio increíble:
Dios había escogido su vida para hacer florecer la novedad prometida a Israel,
que «ni el ojo vio, ni el oído oyó» (1 Co 2, 9; cf. Is 64, 3). Y
ella aceptó ese proyecto divino que comenzó a transformar su cuerpo y, que más
tarde, condujo por caminos impredecibles al hijo nacido de sus entrañas.
En
los días ocultos de Nazaret y luego también en el tiempo de la vida pública,
cuando llegó la exigencia de hacerle sitio a la otra familia —la de los
discípulos, esos desconocidos que Jesús decía que eran sus hermanos, hermanas y
madres—, ella conservó todas estas cosas en su corazón, las confió a la gran
paciencia de su fe.
Hoy
es el tiempo del cumplimiento. La lanza que atraviesa el costado del Hijo
traspasa también su corazón. También María se sumerge en la confianza sin
apoyo, en la que Jesús vive totalmente su obediencia al Padre.
De
pie, ella no huye. Stabat Mater. En la oscuridad, pero convencida, sabe
que Dios cumple sus promesas. En la oscuridad, pero convencida, sabe que Jesús
es la promesa y su cumplimiento.
Oración
María,
Madre de Dios y mujer de nuestra estirpe, tú que nos engendras maternalmente en
aquel que has engendrado, sostén nuestra fe en las horas de oscuridad,
enséñanos a esperar contra toda esperanza.
Haz
que toda la Iglesia se mantenga en una espera fiel, a imagen de tu fidelidad,
humildemente dócil a los proyectos de Dios, que nos llevan hacia donde no
pensábamos ir; y que, más allá de toda expectativa, nos asocian a la obra de la
salvación.
Pater noster
Salve,
Regina, Mater Misericordiae;
vita,
dulcedo et spes nostra, salve.
Duodécima estación: Jesús
muere en la cruz
Lectura del santo
Evangelio según san Juan
[Jesús]
dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una
esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca.
Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza,
entregó el espíritu. [...] Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto,
no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le
traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da
testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que
también vosotros creáis (19, 28-30.33-35).
Meditación
Ahora
todo está cumplido. La misión de Jesús está concluida. Vino desde el Padre para
la misión de la misericordia. La cumplió con una fidelidad que lo llevó hasta
el extremo del amor. Todo está cumplido. Jesús encomienda su espíritu en las
manos de Padre.
Es
verdad, aparentemente todo parece hundirse en el silencio de la muerte que
desciende sobre el Gólgota y las tres cruces levantadas. En este día de la
Pasión, que llega a su fin, quien pasa por ese camino sólo puede ver la derrota
de Jesús, el fracaso de una esperanza que había alentado a muchos, consolado a
los pobres, levantado a los humillados, que hizo vislumbrar a los discípulos
que había llegado el tiempo en que Dios cumpliría las promesas anunciadas por
los profetas. Todo eso parecía perdido, destruido, derrumbado.
Sin
embargo, en medio de tanta decepción, el evangelista Juan hace que pongamos los
ojos en un pequeño detalle, y se detiene en él con solemnidad. Agua y sangre
brotan del costado del crucificado. ¡Oh maravilla! La herida abierta por la
lanza del soldado hace que salga el agua y la sangre que nos hablan de vida y
de nacimiento.
El
mensaje es extremadamente discreto, pero muy elocuente para los corazones que
tienen un poco de memoria. Del cuerpo de Jesús brota el manantial que el
profeta vio salir del templo. El manantial que crece y se convierte en un río
caudaloso, cuyas aguas sanan y fecundan todo lo que tocan a su paso. ¿No había
Jesús dicho un día que su cuerpo es el nuevo templo? Y la «sangre de la
alianza» acompaña el agua. ¿No había Jesús hablado de su carne y su sangre como
alimento para la vida eterna?
Oración
Señor
Jesús, en estos días santos del misterio pascual renueva en nosotros el gozo de
nuestro bautismo.
Al
contemplar el agua y la sangre que brotan de tu costado, enséñanos a reconocer
en qué fuente se engendra nuestra vida, de qué caridad está edificada tu
Iglesia, para qué esperanza, que compartir con el mundo, tú nos has elegido y
enviado.
Aquí
está la fuente de vida que lava todo el universo, que brota de la herida de
Cristo. Que nuestro bautismo sea para nosotros la única gloria, con una acción
de gracias llena de asombro.
Pater noster
Digno
es el Cordero degollado
de
recibir el poder, la riqueza,
la
sabiduría, la fuerza,
el
honor, la gloria y la alabanza
por
los siglos de los siglos.
Decimotercera
estación: Jesús es bajado de la cruz
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas
[José
de Arimatea], bajándolo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un
sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía (23, 53).
Meditación
Gestos
de atención y de honor para el cuerpo profanado y humillado de Jesús. Algunos
hombres y mujeres se encuentran al pie de la cruz. José, oriundo de Arimatea,
hombre «bueno y justo» (Lc 23, 50), que pide el cuerpo a Pilato, como
refiere san Lucas; Nicodemo, aquel que fue a encontrar a Jesús de noche, añade
san Juan; y algunas mujeres que, tenazmente fieles, observaban. La meditación
de la Iglesia ha querido añadir a la Virgen María, que estaba ciertamente
también presente en este momento.
María,
Madre de piedad, que recibe en sus brazos el cuerpo nacido de su carne y que ha
acompañado tiernamente, discretamente durante sus años de vida, como madre que
siempre cuida de su hijo.
Ahora
es un cuerpo inmenso el que ella recoge, a medida de su dolor, a medida de la
nueva creación que nace de la pasión del amor que ha atravesado el corazón del
hijo y de la madre.
En
el gran silencio que se creó después del griterío de los soldados, de las
burlas de los que pasaban y del murmullo de la crucifixión, los gestos son
ahora de dulzura, una caricia de respeto. José baja el cuerpo que se abandona
entre sus brazos. Lo envuelve en una sábana, lo pone dentro de un sepulcro
completamente nuevo, que espera a su huésped, en el jardín que está al lado.
Jesús
ha sido arrancado de las manos de sus verdugos. Ahora, muerto, se encuentra
entre aquellas de la ternura y de la compasión.
La
violencia de los hombres homicidas ha pasado. La dulzura ha vuelto al lugar del
suplicio.
Dulzura
de Dios y de los suyos, esos corazones mansos a los que Jesús promete un día
que poseerán la tierra. Dulzura originaria de la creación y del hombre a imagen
de Dios. Dulzura del final, cuando toda lágrima será enjugada, cuando el lobo
habitará con el cordero, porque está lleno el país del conocimiento del Señor
(cf. Is 11, 6.9).
Canto a María
Oh
María, no llores más: tu hijo, nuestro Señor, duerme en paz. Y su Padre, en la
gloria, abre las puertas de la vida.
Oh
María, alégrate: Jesús resucitado venció a la muerte.
Pater noster
En
paz me acuesto y enseguida me duermo;
me
despierto y tú me sostienes.
Decimocuarta estación:
Jesús en el sepulcro y las mujeres
Lectura del
santo Evangelio según san Lucas
Las
mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el
sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y
mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto (23, 55-56).
Meditación
Las
mujeres se han marchado. Ya no está el que habían acompañado, caminando
premurosas e incansables por los caminos de Galilea. En esta tarde, les deja
únicamente por compañía el recuerdo de la visión del sepulcro y de la sábana
donde ahora reposa. Pobre y precioso recuerdo de los intensos días pasados.
Soledad y silencio. Por otra parte, se acerca el shabbat, que invita a
Israel a concluir el trabajo, como también hizo Dios cuando completó la
creación, llevándola a plenitud con su bendición.
Hoy
se trata de otra plenitud; por ahora escondida e impenetrable.
Un Shabbat para
quedarse hoy quietos con el corazón recogido y la memoria oscurecida por las
lágrimas. Para preparar también los perfumes y los aromas con los que ellas
mañana, al amanecer, rendirán el último tributo a su cuerpo.
Sin
embargo, con este gesto, ¿se preparan solamente a embalsamar su esperanza? ¿Y
si Dios hubiera predispuesto una respuesta a su solicitud que ellas no logran
ni siquiera prever, imaginar, intuir? El descubrimiento de una tumba vacía…, el
anuncio de que él ya no está allí, porque ha destruido las puertas de la
muerte…
Oración
Señor,
Dios nuestro, dígnate ver y bendecir todos los gestos de las mujeres que honran
en este mundo la fragilidad del cuerpo humano, que ellas rodean de dulzura y de
honor.
Y
a nosotros, que te hemos acompañado en este camino de amor hasta el final, dígnate
protegernos, junto a las mujeres del Evangelio, en la oración y en la espera
que han sido colmadas con la resurrección de Jesús, y que tu Iglesia se dispone
a celebrar en el júbilo de la noche pascual.
Pater noster
A
quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: ACI Prensa