Fue la resurrección y las apariciones las que provocaron la fe mostrando que Jesús vivía entre los suyos de forma nueva
El tiempo pascual es un
tiempo hermoso que nos ayuda a comprender la nueva forma de vida de Jesús, el
Resucitado. Las apariciones que narran los evangelios son hechos históricos, de
los que fueron testigos quienes habían convivido con Jesús: las mujeres, los
Doce, los discípulos de Emaús y otros, y el perseguidor Saulo de Tarso, que
llegaría a ser san Pablo, apóstol de los gentiles.
Quienes afirman que las
apariciones son proyecciones subjetivas de los discípulos de Cristo se basan en
que los relatos tienen contradicciones, y resulta difícil compaginarlos.
Es
precisamente este dato el que los hace más verosímiles como señalan los
críticos literarios. Si se hubieran inventado, es lógico pensar que sus autores
habrían creado relatos bien pulidos y libres de toda incoherencia.
No es este el lugar para
explicar en detalle cómo la crítica ha dado razón de esas dificultades que
llamamos contradicciones. Recomiendo a los lectores el capítulo que dedica
Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret al tema de la resurrección y de las
apariciones. Baste decir aquí que la teoría de que los discípulos proyectaron
su fe en Jesús creando estos relatos carece de lógica, puesto que, según los
evangelios, no creyeron en la resurrección. Fue la resurrección y las
apariciones las que provocaron la fe mostrando que Jesús vivía entre los suyos
de forma nueva.
Los relatos de las
apariciones nacieron de forma diferente a como nace el relato de la pasión.
Éste nace como una crónica de los hechos que fueron seguidos por los discípulos
de Cristo día a día. De ahí la coherencia de todo el relato a pesar de las
diferencias que cada evangelista señala en razón de su intención literaria. Los
relatos de apariciones nacieron como piezas sueltas, aisladas, porque no hubo
una secuencia «histórica» de las mismas, sino que cada una de ellas tuvo su
destinatario, personal o colectivo, y finalmente se unieron al relato de la
pasión dejando las huellas de su origen singular.
Cuando san Pablo recoge la
tradición primitiva sobre estos hechos dice así: «Os trasmití lo que también yo
recibí: que Cristo… resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se
apareció a Cefas (Pedro) y más tarde a los Doce, después se apareció a más de
quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han
muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por
último, como a un aborto, se me apareció también a mí» (1Cor 15,3-8).
Hay dos claves literarias
para entender los relatos de apariciones, que muestran la nueva vida del
Resucitado. La primera, es la identidad y diferencia de su forma corporal. El
Resucitado es el Crucificado, por eso puede mostrar sus llagas y decirle a
Tomás que lo compruebe tocándolas y metiendo la mano en su costado. Pero su
naturaleza humana ha sido transformada, glorificada. Aparece y desaparece y
supera cualquier obstáculo de espacio y tiempo. Vive ya en una dimensión nueva,
divina, fuera del curso de la historia, pero con el poder de intervenir en
ella.
La segunda clave consiste en
la dialéctica entre no conocer y reconocer. En un primer momento Jesús no es
conocido; sólo cuando él quiere se le reconoce. El misterio rodea su persona.
Con esta clave se quiere recalcar lo que ya hemos dicho: Jesús ha pasado de
este mundo al Padre y pertenece ya al ámbito de lo divino. Con sus apariciones
quiere confirmar a los suyos en la fe y reanudar con ellos una vida distinta de
la terrena, fundada en la fe. Por eso dice a Tomas: bienaventurados quienes
crean sin haberme visto. Ellos vieron para que nosotros creamos. Con las
apariciones, Jesús capacitó a los apóstoles para dar testimonio de que vivía
para siempre.
+ César Franco
Obispo de Segovia
Fuente: Diócesis de Segovia
