Papa
Francisco destaca la herencia de los mártires en una celebración con la
Comunidad de San Egidio
“La
herencia viva de los mártires nos da hoy a nosotros paz y unidad. Ellos nos
enseñan que, con la fuerza del amor, con la mansedumbre, se puede luchar contra
la prepotencia, la violencia, la guerra y se puede realizar con paciencia la
paz”, lo dijo el papa Francisco en su homilía en la Liturgia de la Palabra que
presidió en la basílica romana de San Bartolomé, con la Comunidad de San
Egidio, hoy, cuarto sábado de abril.
En
la Celebración de la Memoria de los Testigos de la fe de los siglos XX y XXI,
el Santo Padre dijo que, “hemos llegado hasta esta basílica de San Bartolomé
como peregrinos, aquí donde la historia antigua del martirio se une a la
memoria de los nuevos mártires, de tantos cristianos asesinados por las
desequilibradas ideologías de siglo pasado, y asesinados sólo porque eran
discípulos de Jesús”.
“El
recuerdo de estos heroicos testimonios antiguos y recientes – señaló el
Pontífice – nos confirma en la conciencia que la Iglesia es una Iglesia de
mártires. Ellos han tenido la gracia de confesar a Jesús hasta el final, hasta
la muerte. Ellos sufren, ellos donan la vida, y nosotros recibimos la bendición
de Dios por su testimonio”.
Y
existen también, tantos mártires escondidos, dijo el Papa, esos hombres y
esas mujeres fieles a la fuerza humilde del amor, a la voz del Espíritu Santo,
que en la vida de cada día buscan ayudar a los hermanos y de amar a Dios sin
reservas.
“Jesús
–afirmó el papa Francisco– nos ha elegido y nos ha rescatado, por un don
gratuito de su amor. Con su muerte y resurrección nos ha rescatado del poder
del mundo, del poder del diablo, del poder del príncipe de este mundo”.
Y el
origen del odio dijo el Papa, está en el príncipe de este mundo, él nos odia y
suscita la persecución, que desde los tiempos de Jesús y de la Iglesia naciente
continúa hasta nuestros días. ¡Cuántas comunidades cristianas hoy son objeto de
persecución! ¿Por qué? A causa del odio del espíritu del mundo.
Por
ello, recordar estos testimonios de la fe y orar en este lugar, puntualizó el
Papa, es un gran don. Es un don para la Comunidad de San Egidio, para la
Iglesia de Roma, para todas las comunidades cristianas de esta ciudad, y para
tantos peregrinos.
Y
entonces podemos orar así, dijo el Papa: “Oh Señor, haznos dignos testimonios
del Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre la humanidad; renueva
tu iglesia, protege a los cristianos perseguidos, concede pronto la paz al
mundo entero”.
Texto de la homilía del
papa Francisco:
Hemos
venido como peregrinos a esta Basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina,
donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de los nuevos
mártires, de tantos cristianos asesinados por las desequilibradas ideologías de
siglo pasado, y asesinados sólo porque eran discípulos de Jesús
El
recuerdo de estos heroicos testimonios antiguos y recientes nos confirma en la
conciencia que la Iglesia es Iglesia si es una Iglesia de mártires. Y los
mártires son aquellos que, como nos lo ha recordado el Libro del Apocalipsis,
«vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestiduras, haciéndolas
cándidas en la sangre del Cordero» (7, 17). Ellos han tenido la gracia de confesar
a Jesús hasta el final, hasta la muerte. Ellos sufren, ellos donan la vida, y
nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio. Y existen también
tantos mártires escondidos, esos hombres y esas mujeres fieles a la fuerza
humilde del amor, a la voz del Espíritu Santo, que en la vida de cada día
buscan ayudar a los hermanos y de amar a Dios sin reservas.
Si
miramos bien, la causa de toda persecución es el odio del príncipe de este
mundo hacia cuantos han sido salvados y redimidos por Jesús con su muerte y con
su resurrección. En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (Cfr. Jn 15, 12-19)
Jesús usa una palabra fuerte y escandalosa: la palabra “odio”. Él, que es el
maestro del amor, a quien gustaba mucho hablar de amor, habla de odio. Pero Él
quería siempre llamar las cosas por su nombre. Y nos dice: “No se asusten. El
mundo los odiará; pero sepan que antes de ustedes, me ha odiado”.
Jesús
nos ha elegido y nos ha rescatado, por un don gratuito de su amor. Con su
muerte y resurrección nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del
diablo, del poder del príncipe de este mundo. Y el origen del odio es este:
porque nosotros hemos sido salvados por Jesús, y el príncipe de este mundo esto
no lo quiere, él nos odia y suscita la persecución, que desde los tiempos de
Jesús y de la Iglesia naciente continúa hasta nuestros días. ¡Cuántas
comunidades cristianas hoy son objeto de persecución! ¿Por qué? A causa del
odio del espíritu del mundo.
Cuantas
veces, en momentos difíciles de la historia, se ha escuchado decir: “Hoy la
patria necesita héroes”. El mártir puede ser pensado como un héroe, pero lo
fundamental del mártir es que ha estado agraciado. Del mismo modo se puede
decir: “¿Qué cosa necesita hoy la Iglesia?” Mártires, testimonios, es decir,
santos de todos los días, aquellos de la vida ordinaria, llevada adelante con
coherencia; pero también de aquellos que tienen la valentía de aceptar la
gracia de ser testigos hasta el final, hasta la muerte. Todos ellos son la
sangre viva de la Iglesia. Son los testimonios que llevan adelante la Iglesia;
aquellos que atestiguan que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo
testifican con la coherencia de vida y con la fuerza del Espíritu Santo que han
recibido como don.
Yo
quisiera hoy agregar un icono más, en esta iglesia. Una mujer, no se el nombre,
pero ella nos mira del cielo. Estaba en Lesbos y saludaba a los refugiados y encontré
un hombre de 30 años con 3 hicos. Me miró y me dijo padre yo soy musulmán. Mi
mujer era cristiana. En mi país vinieron los terroristas y cuando la vieron a
ella con el crucifijo le dijeron de sacárselo y como no lo hizo la degollaron
delante mío. Nos amábamos tanto. Este es el icono que traigo como regalo. No sé
si este hombre se quedó allí o fue a otra parte, si fue capaz de huir de este
campo de concentración, porque los campos de refugiados son tantos campos de
concentración, porque son tantos; parece que los acuerdos internacionales son
más importantes que los derechos humanos. Este hombre no tenía rencor. Se
refugiaba en su mujer agraciada por el martirio.
Recordar
estos testimonios de la fe y orar en este lugar es un gran don. Es un don para
la Comunidad de San Egidio, para la Iglesia de Roma, para todas las Comunidades
cristianas de esta ciudad, y para tantos peregrinos.
La
herencia viva de los mártires nos dona hoy a nosotros paz y unidad. Ellos nos
enseñan que, con la fuerza del amor, con la mansedumbre, se puede luchar contra
la prepotencia, la violencia, la guerra y se puede realizar con paciencia la
paz. Y entonces podemos orar así: Oh Señor, haznos dignos testimonios del
Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre la humanidad; renueva tu
iglesia, protege a los cristianos perseguidos, concede pronto la paz al mundo
entero.
Artículo publicado originalmente por Radio Vaticano
Fuente:
Aleteia
