Un hijo pródigo en la
Colombia del siglo XXI
Kevin
Botello Acuña es un joven colombiano que comparte con su hermano la cama donde
duermen y agradecen tener al menos una comida al día. Aunque pobre, mantiene
viva la esperanza en que Dios de alguna forma le ayudará para lograr romper el
estigma del abandono social. Con 17 años de edad anhela ingresar en la
universidad y casarse algún día, manteniéndose firme en su actual opción de
celibato hasta el matrimonio.
Esta
vida entregada a Dios, orante, devoto, prestando servicio animando con su voz
las eucaristías en la parroquia, es la vida buena que ha conocido tras una dura
batalla. Siendo apenas un adolescente Kevin se dejó conscientemente
seducir por “el enemigo”, según él mismo lo cuenta a Portaluz, en una
terraza de su natal Arauca…
Es
esta una localidad de Colombia limítrofe con Venezuela que ha sido fuertemente
golpeada por la violencia de grupos armados ilegales y declarada zona de
concentración guerrillera.
Al
verlo en la parroquia, alabando a Dios en el canto, pocos podrían suponer su
pasado con las drogas, el alcohol, prostituyéndose y delinquiendo, para tener
el dinero que le permitía seguir “esclavizado en los vicios”, nos confidencia.
La inocencia perdida
Creció
en una familia católica y mantiene vivo el recuerdo de cuando “mi papá me
llevaba desde muy pequeño en los brazos a la iglesia”, dice. Fue normal
entonces que Kevin, siendo apenas un niño que comenzaba a ir al colegio,
ayudara como acólito al padre Omar, párroco de la iglesia María Auxiliadora.
Teniendo
la confianza y cariño del sacerdote, a sus 14 años de edad la comunidad lo dejó
a cargo de recolectar las ofrendas en la iglesia. El padre Omar jamás imaginó
que esta responsabilidad sería la puerta que “el enemigo” usaría para tentar al
niño. “El 50 % de las ofrendas yo las tomaba, entraba a la habitación del padre
y sin que él se diera cuenta lo hurtaba de una manera increíble para luego malgastar
el dinero” reconoce Kevin.
Al
descubrirse los continuos hurtos, el sacerdote lo expulsó de la parroquia.
Kevin, lejos de caer derrumbado por la situación, se dejó llevar, silenciando
su conciencia. “Conocí a una persona mayor que me llevó por el camino del alcohol,
el vicio y el robo”, recuerda. Evita “por respeto”, dice, dar cualquier nombre
de terceros involucrados en esta etapa de su vida…
Esclavo
de sus pasiones, pronto ya no sólo hurtaba el dinero de la colecta -también en
otros templos-, sino que también asaltaba a personas más débiles que él. “Atraqué
a una viejita que iba una noche en el barrio Los Fundadores; la amenacé
con un arma blanca y le quité su monedero en el cual solo habían lo equivalente
a dos dólares y un celular de los más económicos”, recuerda Kevin con los ojos
húmedos, avergonzado.
La prostitución y el caos
Su
apego al dinero que rápido llegaba y rápido gastaba, se fusionaba con las
oportunidades que -sin ser entonces consciente, señala- el enemigo de Dios
ponía en su camino. Se dejó llevar sin pensar en las consecuencias.
“Empecé
a tener relaciones sexuales con homosexuales, no por placer sino por dinero”,
nos cuenta y agrega una reflexión sobre aquel sórdido ambiente que en algún
grado se vio forzado a vivir…
“Al
compartir con ellos todo ese tiempo y tras conocer sus experiencias creo que
los homosexuales no nacen, sino que se hacen y la mayor causa es por placer…
conocí el caso de hombres que tenían muchas mujeres; entonces estaban con una,
una semana, y luego se cambiaban con la otra; prácticamente ellos empezaron a
hastiarse de las mujeres y empezaron a buscar conductas completamente paganas,
ellos como sentían cierto placer en eso. Tenían mujer, tenían hijos pero me
decían: No, Kevin es que yo siento placer en esto, yo como que me siento libre
así. A muchos les preguntaba si de siempre habían sentido eso y me decían que
no, que con el tiempo se volvieron así”.
La
suma de actos errados cometidos por Kevin también implicó que tuviera enemigos
e incluso ser amenazado de muerte. Su madre intervino entonces
enviándolo por varios meses a una finca donde siempre por las tardes, dice,
recordaba cómo su padre allá en Arauca se aproximaba a la cama, donde él yacía
borracho tras llegar de madrugada, orando para que él dejara los vicios. Ese
recuerdo le apretaba el alma. Se cuestionaba Kevin…
“Pero
el enemigo es muy astuto e intenta maquillar el mal con lo bueno. Luego pensaba
que lo hecho estaba bien porque con la plata que ganaba a veces con los gays o
robando, cierta parte la compartía con mi papá. No me daba cuenta que estaba
enviando mi alma a la condenación eterna”.
La medalla de “la
Milagrosa”
A
su regreso de la finca y tras un nuevo tropiezo, Kevin comprendería que el
poder de Dios se manifiesta -como enseña el papa Francisco- en la misericordia.
Su madre lo había consagrado a la Santísima Virgen María desde que lo llevaba
en el vientre y como un recuerdo de este acto de amor, había comprado una
cadenita de plata con la medalla de “La Milagrosa”, que guardaba para
entregársela algún día. Ella nunca había contado a su hijo de este evento
espiritual realizado por amor a él.
“Esa
cadenita con la Virgen yo se la robé y la vendí”, nos cuenta Kevin; y se le
quiebra la voz llorando por su falta de antaño. Su madre -dice el joven-, sin
enojos, sólo le suplicaba por saber en qué lugar la había vendido. “Quería
recuperarla”. Finalmente Kevin cedió.
“Cuando
mi madre llegó con la cadena se postró y llorando me narró el por qué era tan
importante esa medallita con su cadena. En ese momento sentí una mano
suave que pasó por mis ojos y me quitó la venda que tenía, me hizo ver cómo
había destruido a mi familia y mi propia alma”, señala con voz pausada.
Rescatado para Dios
Esa
misma mañana se fue a la iglesia María Auxiliadora, recuerda. Postrado
ante el Señor, en el Santísimo, suplicó ayuda… “cambiar mi vida”. Luego
llegó al despacho del padre Omar “y llorando le pedí perdón, le conté todo lo
que había pasado, él también llorando me abrazó y me dijo: tranquilo Dios
está ahí para levantarte de nuevo; y me dio la oportunidad de volver a
acolitar” recuerda Kevin.
Reconciliado
luego sacramentalmente, este hijo pródigo tuvo la gracia de la esperanza al
descubrir y poner al servicio de la Iglesia un talento que Dios le ha dado… su
calidad vocal y aptitudes para la música. Alabando con su canto al Santísimo y
ante la imagen de la Virgen, Kevin ha ido sanando sus heridas. “La música es
como un salvavidas que Dios colocó en mi vida”, reconoce.
Hoy
su anhelo es tener la oportunidad de ir a la Universidad, acceder a un trabajo,
casarse algún día y formar familia. Para lograrlo, dice, “le pido a Dios que me
dé la gracia de mantenerme fiel. Yo por mi parte estoy pendiente de la
Eucaristía diaria, la lectura de la Palabra, hacer el rosario en familia y servir
al Señor con el carisma que Él me ha regalado, con el don de la música y el don
del canto”.
Artículo
originalmente publicado por Portaluz
Fuente:
Aleteia
