CÓMO MIRAR SIN RENCOR A QUIEN TE HA HECHO DAÑO

No quiero dar un perdón con los dientes apretados, sino con el corazón

El amor a los enemigos me parece excesivo. “Habéis oído que se dijo: – Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: – Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?”. 

¿A quién amo yo? Amo a los que lo merecen. A mis amigos. A los que me aman. Lo otro, me parece imposible. Estoy tan lejos. ¿Jesús cree que soy capaz de eso? Él me conoce mejor que yo mismo. Sabe que puedo ser capaz si me dejo tocar por Él. Esto ya me descoloca.

Ya no me llama sólo a dar más, a dar sin que me pidan, a darlo todo. Me invita a mirar a quien me ha hecho daño sin rencor. Pero yo no puedo. Tengo que dejarme hacer por Dios, ponerme en sus manos y contarle que tengo rabia, rencor, odio. Decirle que estoy atado a heridas antiguas grabadas en mi alma.

¡Qué difícil olvidar! Me doy cuenta de que estoy atado por dentro. Sé que no soy libre frente a algunas personas. Miro a Jesús en la cruz. Él perdonó a todos. Amó a quien lo clavaba, a quien se burlaba de Él. ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo puede pedirme que yo lo haga? ¿Cómo puedo hacerlo yo?

Es un camino largo. Sólo de la mano de Dios es posible. Perdonar, liberarme de todo lo que siento frente a quien me hace daño y no me quiere. El resentimiento me ata a esa persona, me quita libertad, no me deja mirarla a los ojos con paz.

Comprendo al que quiere vengarse y guarda odio. Comprendo menos a Jesús. Pero es verdad que el perdón dado y recibido libera profundamente. Ese perdón desata nudos que tengo dentro. Cuando he perdonado he sentido a Dios muy hondo. Como un soplo de vida muy dentro. Es una gracia que yo solo no puedo vivir porque va contra mi naturaleza.

Me gusta que Dios me perdone siempre, que me ame con esa locura de su amor. Cuando caigo me levanta. Pero me cuesta creer en la gratuidad. Y me cuesta hacer yo lo mismo. Es un ideal muy alto. Los que lo consiguen me parecen santos, especiales, únicos. Llevan a Dios dentro de una forma muy honda.

Le pido a Jesús que me ayude a volver a mirar a los ojos del que me hizo daño. Que me ayude a volver a confiar. No quiero dar un perdón con los dientes apretados, sino con el corazón.

¿A quién tengo hoy que perdonar? Dios me conoce, sabe que soy pequeño, pero sabe que con Él soy grande. Mi altura va del suelo al cielo. Me pongo en sus manos.
Le pido que me ayude y sane mi corazón herido. Que me muestre su manera de amar a todos, sin medida, sin condiciones, si excepciones. Es el verdadero sentido de mi vida. Sé que eso es vivir el cielo en la tierra. Jesús me lo mostró en su vida.
Quiero seguirlo, quiero vivir con Él y como Él. Aunque me deje el corazón en ello. No voy solo, Él va conmigo. Él me conoce y cree en mí. Le pido ser capaz de querer el bien del que me odia y persigue. Rezar por el que me ha hecho daño. Perdonar esas ofensas imperdonables. Acoger esas injusticias lacerantes.

Quiero un amor de Dios en mí que me haga capaz de lo imposible. Un amor como el suyo en mi carne débil.

CARLOS PADILLA ESTEBAN


Fuente: Aleteia