Para no olvidar el horror ni cada una de estas vidas, cada año, comunidades judías de todo el mundo organizan actos de recuerdo de Holocausto
«Los ojos míos tan llenos de cadáveres, llenos. Por
esto no me cuida si me muero o si vivo». A Annette Florentin, viuda de Cabelli,
se le llena la voz de lágrimas, aunque rápidamente coge de la mano a su amiga
Linda Sixou y le pide que canten. Una canción sefardí que suelen entonar
juntas. Un recuerdo de su infancia.
Este viernes se ha conmemorado el 72º aniversario de
la liberación del campo Auschwitz-Birkenau, jornada reconocida por Naciones
Unidas como el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Para que la memoria no se entumezca, Annette Cabelli, griega de 91 años
afincada en Niza, dio este miércoles su testimonio en el Retiro, de la mano del
centro Sefarad-Israel y el Ayuntamiento. «Cuento mi historia porque el mundo
entero debe saber lo que pasó. Tuve suerte de salir viva y debo contarlo»,
explica la anciana, acompañada en todo momento por su amiga y confidente Linda
Sixou, cantante francesa de música sefardí que la ayuda a expresarse, a
recordar.
No hace mucho que Cabelli ha dado a conocer su
historia. Sus hijas, Denise y Jacqueline, hasta el año pasado no escucharon de
boca de su madre qué ocurrió durante los dos años que estuvo en el campo de
concentración de Auschwitz-Birkenau. O durante la marcha de la muerte hasta
Ravensbrück. O el día de abril de 1945 que despertó y la guardia alemana por
fin había desaparecido.
Nacida en la comunidad hebrea de Salónica, en Grecia,
Annette se quedó huérfana de padre con tan solo 4 años. Su madre, trabajadora
en una fábrica de pantalones, apenas podía pasar por casa a cuidar de sus tres
hijos. Annette era la pequeña y «pronto aprendió el oficio de costurera, aunque
no le gustaba mucho. Esto es lo único en lo que se pudo formar antes de que
llegaran los alemanes», explica su amiga Linda en conversación con este
semanario.
Hambre y estrellas amarillas
La invasión trajo consigo hambre y estrellas amarillas
en el brazo, aunque durante el primer año no se tomó ninguna otra medida
antisemita, lo que trajo una falsa sensación de seguridad. Pero un caluroso
sábado de julio, coincidiendo con el sabbat, convocaron a los cerca
de 9.000 varones judíos de entre 18 y 45 años en la plaza de la Libertad y les
obligaron a hacer ejercicios físicos humillantes a punta de pistola. 4.000 de
ellos fueron enviados a trabajar para una empresa alemana que fabricaba carreteras
en una zona griega donde abundaba el paludismo. En diez semanas, una cuarta
parte de los hombres fallecieron. Al término de la guerra, solo quedaron 2.000
judíos de Salónica. 45.000 desaparecieron.
Mientras, a las mujeres, ancianos y niños «nos montaron
en trenes que eran para bestias. Yo era joven y pude aguantar, pero las
ancianas morían unas encima de otras», recuerda Cabelli en su testimonio. Ella,
a partir de ahora la prisionera 4.065, iba con su madre y una prima. «Mi mamá
lloraba todo el rato. En una de las paradas del tren nos recogieron en camiones
con el símbolo de la Cruz Roja para engañarnos».
«Mi amiga tuvo mucha suerte», o un ángel de la guarda
con una misión muy clara. «Al bajar del camión en Auschwitz eran las cinco de
la mañana. Había dos filas. Una iba directa a las cámaras de gas. Otra, a la
zona de trabajos. Ellas estaban en la fila de las mujeres que iban al
crematorio, pero un guardia nazi, nunca sabremos por qué, cogió a Annette y a
su prima y las cambió de fila. Este hombre las salvó en varias ocasiones, las
vigilaba desde lejos e impedía –cuando podía– que acabaran muertas», explica
Linda. De hecho, gracias a él Cabelli trabajó en la enfermería. «Allí al menos
se mantuvo bajo techo».
El humo de la muerte
Su familia había muerto. Lo supo casi al inicio,
cuando «una noche vi mucho humo en el cielo que no desaparecía. Me dijeron que
uno de mis hermanos y mi madre estaban allí, que los que no veíamos en los
campos de trabajo habían sido reducidos a cenizas». Eso la sumió en una
profunda depresión de la que todavía, en ocasiones, se resiente. Aunque «fue
una gran luchadora. Contrajo el tifus, convivió con gente que moría, dormía
junto a ancianos que gritaban cada noche llamando a su mamá, sobrevivió a una
marcha de la muerte de Auschwitz a Ravensbrück y logró salir viva del último
campo en el que estuvo, el de Malchow», afirma su amiga.
Harry Cabelli, judío y griego como ella, volvió a
cruzarse por los caminos de Auschwitz con su amiga de la infancia en un par de
ocasiones. La tercera vez que la vio los dos huían hacia Francia. Llegaron
juntos, se casaron y tuvieron dos hijas.
Durante todos estos años de estudio pormenorizado ha
sido imposible definir una cifra exacta de muertos durante la Shoá, pero se
estima que fueron entre 15 y 20 millones de personas. Para no olvidar el horror
ni cada una de estas vidas, cada año, comunidades judías de todo el mundo
organizan actos de recuerdo de Holocausto. En la capital ha sido este viernes, 29
de enero, a las 12:30 horas en la Asamblea de Madrid.
Cristina Sánchez Aguilar
Fuente: Alfa y Omega