Unos nacen ricos, otros
pobres; unos nacen con salud, mientras otros llegan al mundo con enfermedades o
deficiencias… Si Dios es justo y todo lo hace por amor a nosotros, ¿por qué no
crea a todos con las mismas condiciones?
1. No partimos todos de
las mismas condiciones. Dios ha creado a los seres en la diversidad de sus
propias características.
El
mundo fue creado por Dios. La fe lo profesa y la razón lo admite. Somos capaces
de afirmar racionalmente que todo procede de un primer principio, “al que
denominamos Dios”, como Tomás de Aquino se expresa en sus famosas cinco vías
para demostrar la existencia de Dios (Suma Teológica, Iª Parte, cuestión 2,
artículo 3).
Pero
sólo la fe nos enseña que la creación se da en el tiempo, por una decisión
libre, sabia y amorosa de Dios. Para la Revelación, acogida como Palabra de
Dios en la fe, no importa tanto la manera como representemos el origen del
universo. Importa, sobre todo, admitir como verdad fundamental que Dios creó
todo personalmente, por un acto de inteligencia y de amor.
Pudo
ser a partir de una explosión inicial de energía o de una especie de materia
inerte. La manera como se desarrolló todo se expondrá como mejor convenga al
nivel de nuestros conocimientos, según la visión que tengamos del cosmos. Son
representaciones de la razón.
Por
la fe, sabemos que Dios creó a los seres con diversas características,
especialmente a los hombres y a las mujeres en su originalidad de criaturas
espirituales, cada una con su propio perfil, en su unidad específica.
2. El principio de
diversidad es sabiduría y amor de Dios, y no justicia.
La
sabiduría se demuestra en la percepción armoniosa y sinfónica de la diversidad
en todos los órdenes, captada en una unidad superior que reconoce a cada uno su
propio valor como una contribución a la perfección del conjunto del universo y
de la historia.
El
amor reúne a todos en un mismo abrazo, que sostiene a cada uno como es y desea
ser, superando al mismo tiempo la nivelación por lo bajo, que desconoce los
valores, y la imposición de una excelencia que margina a los menos dotados.
No
todos partimos de las mismas condiciones, igual que somos diferentes unos y
otros, expresiones diversificadas de la sabiduría divina. Sin embargo, todos
somos sostenidos y abrazados por un mismo y único amor, el Espíritu de Dios.
Esto
no supone un menoscabo de la justicia, pues todo lo que somos y tenemos es don
de Dios, dado a cada uno en su individualidad, para que pueda convertirse
plenamente en aquello que está llamado a ser y desempeñe la función que
se espera de él en la sinfonía universal. Usando la expresión bíblica, puede
decirse “todo fue hecho para gloria de Dios: según las iniciales latinas usadas
frecuentemente, UIOGD: ut in omnibus glorificetur Deus (1ª Carta de Pedro,
4,11)
3. Caminamos por caminos
diferentes. Creados a imagen de Dios, no nos quedamos parados en nuestro estado
inicial.
Lo
que caracteriza a la vida humana es que ella constituye el caminar real de cada
uno de nosotros. Creados como seres humanos a imagen de Dios, no permanecemos
en el estado en el que nacemos. Nuestra vida humana no se reduce al resultado
de la evolución de un ser sometido a una diversidad de factores de tipo físico,
biológico, psicológico, cultural, social, económico o político que lo
determinan, en el tiempo y en el espacio. No se niegan las múltiples influencias
que tienen sobre cada uno de nosotros el entorno físico, mental, cultural e
histórico en el que nacemos y nos desarrollamos, pero cualquiera que sean las
circunstancias en las que vivimos, estamos llamados a convertirnos en lo que
hagamos de nuestra vida.
Aquí
reside lo propio del ser humano. Los seres materiales, vivos e incluso animales
surgen, nacen y se desarrollan como resultado de muchos factores que los
influyen. El ser humano, más allá de eso, se afirma y se desarrolla como humano
a partir de una decisión suya, que va determinando progresivamente la dirección
que sigue en su vida, hasta el momento de entregarla, quiera o no, en las manos
de Dios.
La
vida humana está llamada a buscar la verdad, lo bello y el bien, a través de la
elección cotidiana de los caminos para alcanzarlos, en la que hay muchas
posibilidades de volverse esclavo de ilusiones, víctima de temores imaginarios
o del canto seductor de las sirenas.
5. ¿Llegaremos todos al
mismo puerto?
Una
de las grandes ilusiones por desenmascarar sería pensar que así como la
justicia de Dios debería hacer que todos partiéramos de las mismas condiciones,
debería hacer también que todos llegáramos al mismo término.
La
justicia del origen es la misma que la del final. Si hubiera nivelación, la
habría en el origen, en medio y al final. Si lo que guía la acción divina es la
inteligencia amorosa, hay inteligencia amorosa en el origen, en medio y al
final.
La
pregunta formulada al principio esconde, por tanto, una visión absurda de Dios,
determinista y fatalista. Realmente desconoce a Dios. Lo concibe casi como un
apéndice del mundo o del hombre, imponiéndole la manera de pensar del hombre.
“Sus caminos no son mis caminos” (Isaías 55, 8), decía Dios por boca del
profeta.
Desconoce
también la originalidad de la criatura espiritual, llamada a vivir, como Dios,
la aventura de una relación personal. En todas sus formas, el amor es
imprevisible. Nada hay más cierto que el amor de Dios por nosotros, manifestado
por el simple hecho de que existimos. Sin embargo, nada más aventurado que
nuestra fidelidad al amor, puesta a prueba en cada momento.
Totalmente
dependientes de Dios, existimos para estar en comunicación en el Ser primero,
sabio y bueno, que realiza con amor su obra inteligente y amorosa de
comunicarse como don de sí mismo a todos los que, reconociéndole como Dios y
aceptándose a sí mismos como personas también inteligentes y libres,
corresponden al impulso profundo de su corazón de ponerse en las manos del Amor
y darse a los demás como un mismo movimiento de amor con el que se dan a Dios.
6. Al atardecer de esta
vida, todos seremos juzgados sobre el amor, escribió san Juan de la Cruz.
El
amor es nuestra vida. El amor de Dios correspondido con amor, nuestro camino.
La unidad de todos nosotros en el amor en Dios es el puerto común en el que nos
encontraremos, guardando la originalidad con la que cada uno fue creado y la
forma que nos damos a través de nuestra vida, del primer al último acto de
libertad, de amor.
ALETEIA
TEAM
Fuente:
Aleteia