El Santo Padre clausura el jubileo por los 800 años de
la Orden de los Predicadores con una misa en San Juan de Letrán
El papa Francisco presidió
este sábado por la tarde la santa misa con la que concluyó el ‘Jubileo de los
Dominicos’, iniciado el 7 de noviembre pasado con motivo de los 800 años de la
confirmación de la Orden de los Predicadores por el papa Honorio III.
En
la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán, el Santo Padre después
de inciensar el altar y de las lecturas del día, invitó a los dominicos a ser
sal y luz en el carnaval mundano de hoy como en el de ayer, y en medio del
ambiente ‘líquido’ responder con las obras buenas que hacen nacer en el corazón
el agradecimiento a Dios Padre, la alabanza, o al menos el interrogante: ‘¿por
qué?’, ‘¿por qué esa persona se comporta así?’, inquietando al mundo delante
del testimonio del Evangelio.
A continuación el texto
completo:
“La
palabra de Dios hoy nos presenta dos escenarios humanos opuestos: de una parte
el ‘carnaval’ de la curiosidad mundana, de otra la glorificación del Padre
mediante las buenas obras. Y nuestra vida se mueve siempre entre estos dos escenarios”.
De
hecho estos son de cada época, como lo demuestran las palabras de san Pablo
dirigidas a Timoteo (cfr 2 Tm 4, 1-5). Y también san Domingo como sus primeros
hermanos, ochocientos años atrás, se movía entre estos dos escenarios.
Pablo
le advierte a Timoteo que deberá anunciar el Evangelio en medio a un contexto
en donde la gente busca siempre nuevos maestros, y fábulas, doctrinas diversas,
ideologías … «Prurientes auribus» (2 Tm 4, 3).
Es
el carnaval de la curiosidad mundana, de la seducción. Por esto el Apóstol
instruye a su discípulo usando también palabras fuertes, como ‘insiste’,
‘amonesta’, ‘reprende’, ‘exhorta’, y después ‘vigila’, ‘soporta los
sufrimientos’ (vv. 2.5).
Es
interesante ver como ya entonces, hace dos mil años, los apóstoles del Evangelio
se econtraban de frente a este escenario, que en nuestros días se ha
desarrollado y globalizado a causa de la seducción del relativismo
subjetivista.
La
tendencia de buscar novedades, propia del ser humano, encuentra el ambiente
ideal en la sociedad del aparecer, del consumo, en el cual muchas veces se
reciclan cosas viejas, pero lo importante es hacerlas aparecer como nuevas,
atrayentes, cautivantes.
También
la verdad es maquillada. Nos movemos en la llamada ‘sociedad líquida’, sin
puntos fijos, sin ejes, privada de referencias sólidas y estables; en la
cultura del efímero, del usa y descarta. Delante a este ‘carnaval’ mundano se
destaca netamente el escenario opuesto, que encontramos en las palabras de
Jesús que apenas hemos escuchado: “Rindan gloria al Padre vuestro que está en
los cielos”.
¿Y
cómo se realiza este pasar de la superficialidad pseudo-festiva a la
glorificación? Se realiza a través de las obras buenas de aquellos de quienes
volviéndose discípulos de Jesús se han vuelto ‘sal’ y ‘luz’.
“Resplandezca
así vuestra luz delante de los hombres –dice Jesús– para que vean vuestras
obras buenas y rindan gloria al Padre vuestro que está en los cielos”. En medio
al ‘carnaval’ de ayer y de hoy, esta es la respuesta de Jesús y de la Iglesia,
este es el apoyo sólido en medio del ambiente ‘líquido’: las obras buenas que
podemos realizar gracias a Cristo y a su Espíritu Santo, y que hacen nacer en
el corazón el agradecimiento a Dios Padre, la alabanza, o al menos el
interrogante: ‘¿por qué?’, ‘¿por qué esa persona se comporta así?’, inquietando
al mundo delante del testimonio del Evangelio.
Pero
para que suceda este ‘sacudón’ es necesario que la sal no pierda el sabor y la
luz no se esconda (cfr Mt 5, 13-15).
Jesús
lo dice de manera muy clara: si la sal pierde su sabor no sirve más para nada.
¡Ay la sal pierde el sabor!, ¡Ay de una Iglesia que pierde el sabor!, ¡atención
a un sacerdote, a un consagrado, a una congregación que pierde su sabor!
Hoy
nosotros rendimos gloria al Padre por la obra que santo Domingo, lleno de la
luz y del sal de Cristo, ha cumplido hace ochocientos años; una obra al
servicio del Evangelio, predicado con la palabra y con la vida; una obra que,
con la gracia del Espíritu Santo, ha hecho que tantos hombres y mujeres hayan
sido ayudados a no dispersarse en medio del ‘carnaval’ de la curiosidad
mundana, pero en cambio hayan sentido el gusto de la sana doctrina, el gusto
del Evangelio, y se hayan vuelto a su vez luz y sal, artesanos de las obras
buenas… y verdaderos hermanos y hermanas que glorifican al Dios y enseñan a
glorificar a Dios con las buenas obras de la vida”.
Fuente: Zenit