Descubre cómo se siente un
sacerdote recién ordenado
El 8 de diciembre, fiesta de la
Inmaculada Concepción, fui ordenado sacerdote católico. Como tengo por
costumbre compartir mis historias familiares con los lectores de For
Her (el equivalente de Aleteia para el público
femenino angloparlante), es posible que a algunos les resulte sorprendente. Lo
que tal vez no sepan es que en 1980 el papa Juan Pablo II instituyó la
denominada “disposición pastoral” para ordenar
a antiguos sacerdotes anglicanos, algunos de los cuales, como yo, estábamos (y
seguimos estando) casados*.
“¿Qué se siente al ser sacerdote?”,
es una de las preguntas que he recibido con más frecuencia desde mi ordenación.
Podría responder con un sencillo “es fantástico” sin entrar en más detalles,
pero si soy totalmente sincero, en gran parte sí es fantástico, pero
también es terrorífico.
Siento alivio porque el largo
periodo de preparación al fin haya terminado, pero también siento inquietud por
asumir las responsabilidades de un sacerdote. Siento algo de inseguridad sobre
cómo adoptaré esta nueva identidad pastoral, aunque al mismo tiempo no me
siento tan diferente de como era antes. Siento que ahora cargo con el peso de
esta responsabilidad, pero también sé que el peso no es
difícil de llevar.
No creo que la ordenación sea
diferente de todos esos momentos decisivos a los que cada uno de nosotros hace
frente en el transcurso de la vida, como el matrimonio, el nacimiento de un
hijo o la muerte de un padre. Las emociones ligadas a estos cambios son
complejas, pero no importa lo que sintamos, porque la realidad es que nunca
seguimos siendo los mismos.
La vida es un viaje increíble, lleno
de momentos enormes y abrumadores, y también de momentos pequeños no menos
importantes. Todos estos momentos son preciosos y, sin importar a dónde nos
lleve el camino de la vida, todas nuestras historias son dignas de ser
contadas.
Aquí os muestro algunos de los
momentos más señalados de mi ordenación, capturados por la fotógrafa Cori
Nations y por mi esposa, Amber Rennier.
Mi familia antes del comienzo de la
misa, sentados en la primera fila. Parecen nerviosos, lo cual resulta curioso,
porque creo que en ese mismo momento yo me encontraba en la sacristía,
mirándome incrédulo en el espejo del cuarto de baño, preguntándome si lo que
veía era real.
No sé cómo Cori consiguió tomar esta
foto de mí sonriendo, en la puerta de la sacristía antes de la ordenación. No
porque no estuviera feliz antes de la misa, sino porque habría pensado que
estaba demasiado concentrado como para poder sonreír. Debió haber sido un
momento de gracia.
La iglesia en la que fui ordenado es
la basílica del Rey Luis IX. Está situada a la sombra del Arco de San Luis, en
la rivera izquierda de río Misisipi y es una de las iglesias más antiguas a
este lado del río.
La pintura de
la crucifixión cuelga sobre el altar y esta imagen es un epítome perfecto de
mis emociones en el momento en que caminaba hacia el santuario para mi
ordenación. En cierto sentido, es como un cordero que va
camino de su sacrificio, una marcha hacia una muerte espiritual.
Al final, la fe es individual y
únicamente concierne a Dios y a cada uno de nosotros. Nadie puede tener fe en
nuestro nombre. Puede ser un sentimiento solitario, hasta que levantamos la
vista y nos percatamos de que no estamos solos en absoluto, sino que Dios nos
acompaña a cada paso del camino. Él sabe cómo nos sentimos, conoce nuestros
problemas y nuestras dudas. Podemos descansar bajo la sombra de su ala.
Como una semilla que cae a la tierra
y debe morir antes de desplegar sus verdes brotes, en los momentos antes de ser
ordenado, el sacerdote yace boca abajo en el suelo mientras la Iglesia reza por
él. Entre las oraciones, se pide la intercesión de una larga lista de santos.
Tumbado boca
abajo, tengo tiempo de reflexionar y estar absolutamente seguro de que entregar
la vida a Dios es abrumador, pero también increíblemente liberador.
Aunque por la foto no puede
percibirse, este es el preciso momento de la ordenación, toda la iglesia está
en absoluto silencio mientras el arzobispo Carlson pone sus manos sobre mi
cabeza. No hay palabras ni oraciones audibles para acompañar este momento,
porque sea lo que sea lo que sucede en el alma de un hombre cuando se hace
sacerdote, no puede expresarse en palabras.
Esta es mi hija mayor ayudándome a
preparar la misa del día siguiente. Una de mis cosas favoritas es ver a mis
hijos participando y contribuyendo en el oficio. ¡Se siente muy orgullosa de
ayudar!
La ropa que lleva el sacerdote se
denomina vestidura. Cada pieza tiene un alto simbolismo y un significado
particular. Se tarda un rato en vestirse para la misa, pero me gusta la forma
en que me ayuda a desacelerar y a calmar mi mente. Admito que la vestimenta puede
ser un poco exigente, pero me ayuda a rezar mejor al recordarme que la misa es
un momento especial, separado de la vida ordinaria.
Este es mi hijo de monaguillo. Solo
tiene 6 años, pero le encanta ayudar y de hecho se comporta mucho mejor durante
la misa cuando tiene un trabajo que hacer. ¡Supongo que no es nada común que un
sacerdote tenga a su propio hijo como monaguillo!
* Declaración
de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, publicada el 31 de marzo
de 1981
La Santa Sede, en junio de 1980, a
través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, expresó parecer favorable
sobre la solicitud presentada por los obispos de los Estados Unidos de América
referente a la admisión en la comunión plena con la Iglesia católica de algunos
miembros del clero y del laicado perteneciente a la Iglesia episcopaliana
(Anglicana).
La respuesta de la Santa Sede a la
proposición de estos episcopalianos incluye la posibilidad de una “disposición
pastoral” por la que se permita a quienes lo deseen una identidad común
conservando algunos elementos de su patrimonio.
La entrada de estas personas en la
Iglesia católica ha de ser considerada como “reconciliación de cada una de las
personas que desean la comunión católica plena”, de acuerdo con lo previsto en
el Decreto sobre Ecumenismo (núm. 4) del Concilio Vaticano II.
Al recibir en las filas del clero
católico a dicho clero episcopaliano casado, la Santa Sede ha hecho constar
que la excepción a la norma del celibato se concede en favor de cada
una de estas personas y no se ha de interpretar como significativa de
un cambio del pensamiento de la Iglesia sobre el valor del celibato sacerdotal, que sigue siendo norma también para los futuros candidatos al sacerdocio
provenientes de este grupo.
De acuerdo con la Conferencia
Episcopal de los Estados Unidos, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha
designado delegado eclesiástico para esta cuestión a Bernard Francis Law,
obispo de Springfield-Cape Girardeau.
A él le compete la tarea de elaborar
propuestas con elementos útiles para la “disposición pastoral” mencionada que
se someterá a la aprobación de la Santa Sede, velar por su cumplimiento y
estudiar con la Congregación para la Doctrina de la Fe las cuestiones
concernientes a la admisión del exclero episcopaliano en el sacerdocio
católico.
MICHAEL RENNIER/ ALETEIA FOR HER
Fuente: Aleteia