A veces
no necesitas palabras de Dios, sino a Él
A veces me pongo el mundo por
montera y pienso que todo depende de mí. Creo que yo puedo solo, sin Él, sin su
presencia.
Como leía el otro día: “Ese
empeño por tirar del carro, por cumplir, por hacer, por ser… que sólo lleva a
clavar la mirada en un espejo en lugar de mirar a Dios. A cargar –heroica e
inútilmente–con las limitaciones, empeñándose en corregirlas en lugar de dejar
que sea Dios el que sane las heridas y abrace las miserias. Ese empeño por
hacerse fuertes en la fortaleza, en lugar de escuchar esa palabra que promete
que la fuerza –de Dios–se realiza en la debilidad”.
Me doy cuenta de mi
debilidad, de lo frágil que soy.
El Adviento es un tiempo de
fragilidades. Un hombre y una mujer embarazada. Sin medios, sin recursos. Dios
nace entre los hombres. Pobre, desnudo. En medio de la debilidad brillan los
deseos. ¿Qué desea María? ¿Qué desea José? ¿Cuáles
son mis deseos más hondos en este Adviento?
Toco mi debilidad y sueño. Jesús tomará mis sueños y los hará suyos. ¿Qué es lo que más deseo? Pienso que
estas cuatro semanas de Adviento son un tiempo para mirar hacia mi corazón. Yo no puedo solo con mi carro.
No puedo tirar de él yo solo. De mi vida con sus dificultades. Deseo tantas
cosas. Sueño. Necesito. Soy mendigo. Necesito que Dios me toque.
¿Qué me viene a mi corazón al
comenzar el Adviento? Vienen muchas imágenes. Sueño y deseo. Creo que el
Adviento es un tiempo de caminos, de ángeles. De una intimidad en la que el
corazón se entrega. Tiempo de noches de dudas y de búsquedas. Tiempo de
estrellas que marcan el camino. Tiempo de mula y de buey, de pastores
temerosos. Tiempo de José cuidando a María. Es tiempo de miradas y silencios.
Tiempo de sueños profundos y verdaderos.
Pienso que el Adviento consiste en acompañar a María
en su espera. A José
en su amor a María. A los dos en su camino. Y dejar que Dios acepte mi debilidad como
ofrenda. Mi mayor regalo. Yo
solo no puedo. Quiero ir con ellos. Aunque sea de noche. Es una noche de
esperanza, de velas, de tantos deseos que ensanchan mi corazón y me hacen
pensar que no estoy solo.
Quiero vivir estas semanas
hablándole a Dios que llega, que viene hasta mí. Ahora camino de noche, con
María y José. Llegará la luz. Pero quiero velar. Una sola vela se enciende y revela tanta
oscuridad… Tengo
que esperar y desear. Eso es el Adviento.
No quiero que me pille de
sorpresa. Que cuando nazca Dios y lo llene todo yo esté allí con mis manos
rotas, con mi herida abierta, vacío de todo, anhelante, feliz. Me pongo en
camino. Esa es mi vela.
Dios sale a mi encuentro,
aquí, en mi vida. Sale cuando Él quiere, donde Él quiere. Es la hora de su abrazo, de mi descanso.
De la luz después de tantos pasos tanteando en la noche.
La vela del Adviento es la
vela de mi esperanza. Todas las promesas, todos los deseos, toda mi sed, tendrá
cabida en Jesús, cuando venga, cuando nazca. Quiero mirar mi corazón. Llevo yo
el carro solo tantos días. Quiero ser perfecto, hacerlo todo bien, cargo
demasiado. Como una mula.
Pienso en la mula que lleva a
María. Así quiero ser yo. Todo comienza sobre esa mula. En María. Es mi
Adviento. Dios
sabe cuáles son mis sueños. Sabe qué es lo que siento y lo que me pesa. Sabe
qué aguas corren por dentro de mis mares. Ahí empieza Dios a hacerse carne. Ahí
empieza su camino en mi propio camino. Se hace historia en mí. Su historia
conmigo, nuestra historia.
Él tira del carro. Yo
descanso. Me pongo en camino bajo las estrellas, con María y con José. Hacia
Belén. Miro a María. Cerca de Ella. Le pido
que me enseñe a guardar silencio, a hablarle a Dios en mi corazón, a encender
las velas.
Necesito a Dios. El mundo necesita a Dios. No necesita
palabras de Dios, sino a Él. Y
yo, hablo tanto de Él, escribo tanto y quiero tenerlo a mi lado, en mi alma.
Pienso en mi deseo. En mi anhelo. Quiero vivir estas semanas deseando,
anhelando. Soy hijo del anhelo.
Elijo abrir mi corazón. Dios llega para todos. Pero yo elijo.
Siempre es así. Él se acerca y llega para todos los hombres. Algunos no lo ven.
Lo ignoran.
¿Por qué tengo yo fe y le
sigo y otros quieren matar a Dios o lo ignoran? No soy tan distinto de los que
no lo siguen, de los que no creen. También
en mí anida a veces el odio, la rabia, la ira. Yo elijo. Doy un paso para
acogerlo, para recibirlo, para caminar con Él. Para que algo
cambie en mí y sea fuente de paz y esperanza.
No quiero seguir igual. No
quiero ser pagano. Quiero elegir. No quiero que llegue la Navidad y no me haya
dado cuenta. Quiero
recibir a Dios de nuevo. Me
pongo en camino, tal como soy, con mi torpeza y mi corazón herido, con mi vida
y mis deseos, con mi fragilidad.
Sólo quiero, de nuevo, elegir
a Dios. Sólo quiero que mi camino sea hasta Belén. Hasta arrodillarme ante
Jesús que me ama tanto y se hace como yo. Con José y María.
Necesito que Dios venga y se quede. Necesito que ilumine mi oscuridad y me
cambie de nuevo.
CARLOS PADILLA ESTEBAN
Fuente:
Aleteia