El
término de moda es intolerancia, pero quienes piden tolerancia hacia sus
exigencias, están realmente pidiendo a los demás la claudicación de sus
principios y la aprobación, el aval moral de las inmoralidades o amoralidades
que defienden
Al tocar temas como el
aborto, la eutanasia o la homosexualidad, siempre aparecen los detractores de
los moralistas y de los voceros de las iglesias (en especial de la católica)
que en nombre de la “modernidad”, los acusan de “reaccionarios”, “oscurantistas”,
“retardatarios” o “medievales”, en especial “intolerantes”, por no aceptar
“nuevas, actuales y modernas” posiciones que contravienen valores tradicionales
del hombre.
La verdad es que en materia de valores o principios morales, no se puede “modernizar”. La humanidad, a través de los siglos, ha ido acumulando determinados valores o principios sobre los cuales no puede transigir, ceder, ya que se trata de principios universales que no tienen época o momento de validez.
El aprendizaje y la definición de esos principios, que por lo demás nos son dados instintivamente como moral natural, han costado mucho a la humanidad, la cual siempre ha contado con personas social y moralmente influyentes que las recuerden a todos; son la esencia de la civilización, en su estricto sentido etimológico.
Siempre ha habido quienes viven conforme a los principios y también contra ellos, quien los defienda y también quien los ataque en determinados casos; esos hechos no tienen nada de modernos ni de actuales, quienes por hacerlo se creen “modernos”, “progresistas”, no saben historia o se hacen los olvidadizos.
El respeto a la vida humana, la familia y el matrimonio naturales, la justicia, el honor a la palabra dada, la ayuda a los desvalidos, la legítima defensa, y muchos otros más, son valores que los hombres hemos aprendido a través de la historia en muy diversos medios culturales; son valores transcendentes al momento y a la vida propia, y como tal los transmitimos de padres a hijos, de maestros a alumnos y de líderes a seguidores.
En esta materia de valores universales y atemporales, no se puede “actualizar” o “modernizar”. Para comenzar, cada generación se considera a sí misma como “actual” y su patrimonio cultural y tecnológico es “lo moderno”. Lo que a fines del siglo dieciocho era moderno, digamos la máquina de vapor, ahora es totalmente obsoleto. La música del siglo IX es hoy pieza de museo.
El conocimiento científico y el saber tecnológico se han ido enriqueciendo, y aquellos conceptos que demostraron ser erróneos, como la indivisibilidad del átomo, han quedado atrás, son parte de la historia de la ciencia. A principios del siglo XX había quienes aseguraban era imposible para el hombre volar, pero ahora miles de aeronaves surcan el cielo constantemente.
La sociedad es cada vez más abierta al cambio tecnológico y científico y a reconocer su aportación al bienestar, pero, convencida de la moral universal y del valor del “bienser” personal, se preocupa por el deterioro social causado por quienes desdeñan los principios humanos universales. La perenne actualidad de los valores humanos, hace a la sociedad nuestra rechazar la violencia como solución a conflictos, acusa a los genocidas y castiga el asesinato, el abuso de menores, la violación, el fraude, la calumnia y la difamación de honor. ¿Por qué? porque contravienen esos valores aprendidos por la humanidad a través del tiempo.
No se puede entonces acusar de “retardatarios” a quienes defienden la moral universal; son más bien los acusadores quienes son retardatarios, pues a favor de sus personales intereses, quieren ver una sociedad vuelta a la edad de las cavernas en asuntos particulares. Quienes se rasgan las vestiduras ante las condenas al aborto, a la eutanasia o a la homosexualidad, defienden los derechos que les acomodan, como el derecho a la libertad de la propia expresión, para atacar los derechos humanos que otros a su vez defienden usando también el derecho a la libertad de palabra.
El término de moda es “intolerancia”, pero quienes piden tolerancia hacia sus exigencias, están realmente pidiendo a los demás la claudicación de sus principios y la aprobación, el aval moral de las inmoralidades o amoralidades que defienden.
No, la “modernidad” del hombre no es más que un momento en la historia, que nos precede y nos dejará atrás. La actualidad es efímera, el conocimiento humano se enriquece y supera las hipótesis erróneas que había considerado teorías válidas, ahora superadas por nuevos descubrimientos científicos.
La tecnología avanza y nos proporciona mejores medios de vida, pero la aplicación permanente de los valores perennes de la humanidad, nos ofrece también oportunidades de mejor convivencia entre personas, sociedades y naciones y plenitud personal de cada ser humano. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, por ejemplo, es el reconocimiento por las naciones asociadas a la ONU, de principios no inventados en el siglo XX, sino vigentes desde siempre y hasta el fin de la historia.
Pedir el olvido de algunos de esos principios universales de la cultura moral del hombre, es en sí retardatario, es volver a la prehistoria, es aceptar que el poderoso, el influyente o el humanamente desviado, pueden manipular y acomodar la sociedad a sus personales antojos e intereses, y esto es lo que no es culturalmente aceptable. Los valores universales son para siempre.
Por: Salvador I. Reding V
Fuente: Catholic.net