¿EXISTEN REALMENTE LOS FANTASMAS?

Las probabilidades sugieren que si alguien ve a un fantasma o si está involucrado en la "caza de fantasmas", lo que ha visto es de hecho un demonio

Todos los años a estas alturas, con la proximidad del Día de Todos los Santos y la popularización del Halloween, ya estamos rodeados de “fantasmas” por todas partes. Hay fantasmas en los colegios, en los bares, en las ventanas de las casas y hasta en los supermercados. La mayoría de las veces, en vez de tener una pinta terrorífica, son lindos y adorables, como Casper, el fantasma bueno, o vienen en forma de niños que llegan a la puerta de tu casa envueltos en una sábana y aullando ‘¡buuuu¡’ con voz trémula.
 
Pero los fantasmas… ¿existen en realidad? ¿Pueden creer en ellos los católicos?
Bueno, la verdad es que sí, si a lo que nos referimos son a espíritus, entonces los católicos pueden creer sin lugar a dudas en los “fantasmas”. En inglés antiguo, la palabra latina ‘spiritus’ fue traducida por ‘gast’, luego ‘ghost’, ‘fantasma’ en inglés, por lo que incluso para denominar al Espíritu Santo, en inglés se le refiere como Holy Spirit o Holy Ghost. Dios es puro espíritu y, al menos en inglés, la equivalencia entre conceptos es más cercana y, en definitiva, acertada.

Pero, ¿qué pasa con esos fantasmas espeluznantes que supuestamente encantan las casas o esos otros que aparecen en programas de televisión sobre lo paranormal como los Ghost Hunters? ¿Todo eso es real?

Espíritus santos

Para responder a esta pregunta, debemos volver a la definición tradicional de ‘espíritu’ y recurrir al Catecismo en busca de orientación. Así, leemos:

“La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición. (…) En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello” (CIC 328, 330).

Los ángeles, como Dios, son puro espíritu y existen sin duda. Es una “verdad de fe” y estamos obligados a creer en ellos como católicos.

Cada vez que un ángel se aparece a alguien en la Biblia, ese alguien a veces siente temor al principio, pero entonces el ángel le habla y le insta a no tener miedo. El ángel acude a entregar un mensaje específico de ánimo y a ayudar a una persona en particular a acercarse más a Dios. Su propósito es guiar a un alma en el camino que Dios ha dispuesto para ellos con la esperanza última de alcanzar la vida eterna.

Quede claro, un ángel no trata de ser engañoso ni acecha detrás de las puertas ni intenta esconderse de nadie. Su misión es muy específica y a menudo ofrecen su ayuda sin que nosotros sepamos siquiera que son ángeles. A veces es posible que asuman una apariencia humana, pero su aspecto no tiene el propósito de asustar o intimidar, sino el de ayudarnos.

Demonios engañosos

Por otro lado, aunque los ángeles buenos existen, también existen ángeles malos. Esto es lo que dice el Catecismo al respecto:

“Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio” (CIC 414).

“[Las acciones de Satán pueden causar] graves daños —de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física—en cada hombre y en la sociedad” (CIC 395).

Esta descripción parece ajustarse mejor al concepto de fantasmas que aparecen en los reality shows sobre lo paranormal. Los testimonios de este tipo de fantasmas siempre giran en torno a algo que asusta a un individuo, como un objeto que se mueve sin explicación o una casa encantada. A veces el testimonio es sobre una figura terrorífica; a menudo la persona que cree haber visto un fantasma en realidad solo consigue entrever algo, pero la experiencia es escalofriante.

Esta táctica evoca sin duda a lo que los demonios quieren causar en nosotros: miedo. Los demonios quieren confundirnos y engañarnos haciéndonos creer que son poderosos y que pueden conseguir someternos. Es un truco muy viejo. El diablo quiere tentarnos, alejarnos de Dios y crear en nosotros una fascinación por lo demoniaco.

De la misma forma que los ángeles se pueden poner un “disfraz” para no asustarnos, los demonios pueden hacer lo mismo, aunque con intenciones bastante diferentes. Los demonios pueden aparecerse como criaturas “fantasmagóricas” para intimidarnos.

Lo más probable es que si alguien ve un fantasma o si está involucrado en una búsqueda o “caza” de fantasmas, lo que en realidad esté viendo sea un demonio.

Espíritus de los muertos

Existe otra categoría más de fantasmas que no se ajusta a la definición de un ángel o un demonio. Hay innumerables historias a través de los siglos de santos o almas del purgatorio que visitan a las personas de la tierra. Los santos se aparecen para alentar y dar esperanzas de una vida eterna, y habitualmente las almas del purgatorio vienen a pedir nuestras oraciones o a agradecer a alguien por las oraciones.

Los santos llevan siglos dando testimonio de haber visto almas del purgatorio, pero estas almas siempre buscan las oraciones de aquellos a quienes se aparecen y luego agradecen al santo cuando son admitidos en el Cielo. Las almas del purgatorio tienen un propósito en sus apariciones y no tienen intención de asustarnos ni amedrentarnos.
La Iglesia no tiene oficialmente nada “escrito en piedra” en relación a las almas que aparecen tras la muerte, aunque las historias y la experiencia habitual de las personas parece confirmar este fenómeno. Es posible que algunos fantasmas sean los espíritus de parientes fallecidos que buscan ofrecernos una palabra de consuelo o incluso de advertencia, pero la Iglesia no ha confirmado si este pudiera ser o no el caso.

En cualquier caso, la Iglesia sugeriría que, si te ves acosado por fantasmas que tratan de hostigarte y asustarte, no llames a los Cazafantasmas. Mejor llama al sacerdote local. Es posible que hubiera algo mucho más oscuro detrás de todo, contra lo cual los investigadores de lo paranormal no tienen ningún poder.

PHILIP KOSLOSKI


Fuente: Aleteia