La
castidad es una realidad que atañe a todos los hombres y mujeres, porque es la
virtud que regula el uso adecuado y responsable de la sexualidad y de la
afectividad
Tercer consejo: Aprecio
1. Aprecio por la virtud en general. Vivimos en una sociedad de mínimos: ¿Qué es lo mínimo que tengo que hacer para divertirme sin pecar? ¿Qué es lo mínimo que tengo que hacer para hacer lo que me pega la gana sin traicionar la conciencia? No. El cristianismo no puede vivir de mínimos. Muchas veces en la sociedad civil nos podemos regir por la moral de lo mínimo: ¿cuánto es lo mínimo que tengo que pagar con los impuestos? Nunca iré a hacer la declaración de hacienda, diciendo: “oiga, le doy más de lo que me pide porque veo que es necesario para tapar los agujeros de la carretera”. Más bien actúo así: si tengo que trabajar seis horas al día, trabajo seis horas y basta. Esto es lo mínimo que tengo que hacer.
Esto puede valer para la sociedad civil. Pero no vale para quien se declara
discípulo de Jesucristo. Veamos su ejemplo: Cristo no hizo lo mínimo para
salvarnos, hubiera sido un redentor bastante raquítico. No. Por el contrario,
Él entregó toda su sangre por cada uno de nosotros. En el evangelio de san Juan
está escrito: “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (Jn. 13,1),
y ese extremo fue la pasión, la cruz, la muerte y la resurrección. El modelo
del cristiano – y su vía de auténtica felicidad – es Cristo y no el “fresco”
dandy que se la pasa disfrutando haciendo slalom con las normas, sacándoles la
vuelta.
2. Aprecio por la virtud de la castidad. La castidad es una virtud austera, que
exige renuncia y en cuanto tal, es difícil de practicar. A muchos parece
imposible de vivir e incluso nociva. Pero tenemos que fijarnos en la dimensión
positiva de la castidad: es decir, la entrega del corazón a Jesucristo y el
orden en el ejercicio de la sexualidad. En cuanto cristiano – soltero, casado
y, cuanto más religioso o sacerdote – mi corazón pertenece a Cristo. En cuanto
hombre cabal, debo someter mi pasión sexual al imperio de la razón, pues es más
hombre quien controla sus pasiones que el que se deja dominar por ellas.
Apreciar la virtud de la castidad es verla como un ideal por el cual vale la
pena luchar: sea que tenga intención de casarme, el ideal de poder llegar al
matrimonio con un corazón limpio, que ha sabido ser fiel al amor de su vida y
que sabrá en el matrimonio subordinar el sexo al amor espiritual. Sea que opte
por la castidad “por el Reino de los Cielos” (Mt. 19,12). Sea incluso en el
caso de que uno no logre casarse y se vea obligado a vivir en castidad en razón
de las circunstancias. En este caso es necesario “hacer de la necesidad
virtud”; es decir, el no poder casarse no es el peor mal de la vida, que habría
de conducir al célibe fatalmente a la pérdida del sentido de la vida, al
fracaso y a la frustración existencial. Esto no es así. Si Cristo y María, su
Madre castísima, vivieron el ideal de la virginidad, sería un absurdo creer que
la castidad es una desgracia en la vida. Tantos santos, tantos hombres de bien
han optado libremente o a causa de las circunstancias a vivir la castidad, y su
vida ha sido un camino de realización plena.
3. Aprecio por la belleza del amor humano: quienes viven la castidad por el
Reino de los Cielos, no lo hacen por deporte o porque tengan una visión
negativa del amor humano. El religioso o la consagrada no han dejado algo malo
(el matrimonio y lo que ello conlleva) por algo bueno (la castidad en sí misma,
considerada como fin y no como medio). No. Vivir la castidad consagrada es
renunciar a algo bueno y santo, por algo mejor: el amor y la donación total a
Jesucristo. El uso de la sexualidad dentro del matrimonio no es un pecado, sino
que ha sido creado por Dios para que dos personas puedan manifestarse el amor
en la donación íntima del propio cuerpo, y abiertos a la llegada de los hijos.
La virtud de la castidad lleva a los esposos a hacer del acto conyugal un
auténtico acto de caridad sobrenatural. Si una persona viviera la castidad como
rechazo y desprecio de la dimensión sexual del amor, no sería una persona
virtuosa, sino todo lo contrario.
Cuarto consejo: Fomento
Si realmente tengo aprecio sincero por algo, busco incrementarlo. Si tengo un
negocio que me está dando ganancias, invierto para que me dé todavía más
ganancias. No lo abandono, no me despreocupo de él. Es la ley del éxito de una
empresa. Pasa exactamente lo mismo con la castidad. He dicho que la castidad es
una virtud no sólo para los religiosos o monjas (que se comprometen bajo voto
público), sino para todo cristiano – para todo ser humano digno – sea célibe o
casado. Fomentar la castidad es promover todo lo que sea la consideración de la
belleza del amor. ¿Qué significa esto?
1. Llenar el corazón de nobles ideales. Desear ser como Cristo que – como dice
san Pedro – pasó haciendo el bien (cf. Hch. 10,38). ¿Qué más puedo hacer? Esta
ha de ser nuestra pregunta cotidiana.
2. Lecturas que nos ayuden a vivir la virtud. No se trata de leer libros sobre
la castidad, sino leer mucho sobre la vida cristiana. Sobre todo la lectura de
la vida de santos es un estímulo. Leyendo las vidas de santos sentimos cómo
nuestro corazón se llena de deseos de imitación, pues ellos son hombres como
nosotros y tuvieron que luchar como nosotros para alcanzar las virtudes.
3. Vida de Sacramentos:
a. La confesión como un encuentro íntimo con la misericordia de Dios. Si
supiéramos qué misterio subyace al sacramento de la penitencia, seríamos
asiduos clientes del sacerdote. Confesarnos cuando hemos caído es importante,
pues en la confesión recibimos la gracia perdida y volvemos a ser hijos amados
de Dios. ¡Cuánto gozo habrá sentido el joven rico cuando su Padre lo estrechó
entre sus brazos! (cf. Lc. 15). Si no hemos pecado gravemente y sólo tenemos
pecados veniales, la confesión nos da un incremento de gracia y la fuerza para
ser fiel a nuestros ideales cristianos. Además, la confesión es un gimnasio de
humildad: sin Dios no podemos ser fieles, no podemos ser castos, ni en el
matrimonio ni en la vida consagrada…
b. Eucaristía: el Pan Purísimo bajado del cielo. Recibir frecuentemente a Cristo
Eucaristía será un estímulo para mantener el corazón limpio de impurezas y
pecados.
4. Cultivo de las virtudes teologales, en especial de la virtud de la
esperanza. ¿Qué significa la esperanza? Es la certeza, que me viene de la fe,
de que Dios va a ser fiel a sus promesas y me dará el cielo. Lo dice san Pablo:
“los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se
ha de manifestar en nosotros” (Rm 8,18). Si yo me esfuerzo por vivir
castamente, aunque sea difícil, aunque signifique renunciar a mi “modus
vivendi”, aunque signifique cruz y abnegación, estoy dispuesto a luchar porque
sé – tengo absoluta certeza – de que Jesús, que subió al cielo para prepararme
una morada, está reservándome un tesoro en el cielo.
Por: P. Marcelo Bravo, L.C. (Profesor de filosofía de la religión, UPRA. Roma). |