Los
padres de familia, antes que nadie, son los verdaderos protagonistas de la
educación cristiana
Es necesario que las primeras prácticas religiosas que se enseñan a los chicos reúnan dos condiciones: Que sean fruto de una piedad sincera por parte de los padres y que estén adecuadas a la capacidad y edad del niño.
Una de las
primeras actitudes que hay que despertar en el niño es la confianza en Dios.
Esto se logrará cuando los padres reflejan en los chicos su confianza en el
Todo Poderoso ante los pequeños y grandes sucesos de la vida ordinaria.
Puede servir
repetir verbalmente pequeñas oraciones como “Dios mío eres bueno. Tú nos amas.
Tenemos confianza en Ti”; hacerlo no solo en momentos angustiosos, sino en la
vida cotidiana del hogar. Ello ayudará a despertar lo que es el verdadero
fundamento espiritual de la vida cristiana: el sabernos ante todo y sobre todo,
hijos de Dios.
Para ayudar a
los padres a educar en la fe, los autores Pedro de la Herrán y Fernando
Corominas sugieren una serie de metas según la edad de los niños:
Pautas para
educar la fe de los niños
Entre los 0 y los 3 años
Desde que nace
el niño, debe sentir a Dios en la vida de sus padres. Los autores citan a un
niño de 2 años que al levantarse decía esta oración aprendida de su madre:
“Buenos días Jesús, buenos días María, os doy el corazón y el alma mía” .
En esta etapa, la vivencia religiosa se debe transmitir dentro de la máxima claridad y con actos concretos en un clima de intensa afectividad. Conviene por lo tanto, que el niño vea desde su cuna o cama una imagen de Jesús y de la Virgen y que se le enseñe a besar alguna imagen o medalla con la misma naturalidad que besa a sus padres.
Es bueno
aprovechar la Navidad y otras ocasiones cristianas durante el año para narrarle
historias sencillas sobre la vida de Jesús y la Virgen.
Entre los 3 y
los 6 años
Más importante
que enseñar oraciones vocales, es desarrollar en los niños la capacidad de
diálogo sencillo y espontáneo con su Padre Dios, con Jesús y con María. Es muy
importante fomentar que recen cada día al levantarse y al acostarse. Sin
embargo hay algunas oraciones que se pueden enseñar no de forma mecánica, como
el “ángel de la guarda” o el “Jesús, José y María”.
Es también el
momento de enseñar al niño a expresar esos sentimientos religiosos como
arrodillarse para rezar ante una imagen, persignarse o besar un crucifijo.
Esta es la
etapa en que el niño comienza a comprender el valor de la Santa Misa y por lo
tanto es bueno llevarlo, cuando sea posible, a misas dominicales especiales
para chicos. Esto les ayudará a tomar la Eucaristía no como un compromiso
obligado, sino como un diálogo con Dios a través de esta ceremonia.
Entre los 6 y
los 10 años
Esta es la edad
en la que los padres deben convertirse en los primeros catequistas de sus
hijos. Es llamada “Edad de Oro” y es el momento en el que los padres
pueden ganar en buena parte la batalla de la adolescencia. Es también la
edad del razonamiento y por lo tanto conviene tener en cuenta lo siguiente:
·
Elegir un buen colegio.
·
Continuar con el ejemplo.
·
Consolidar su formación religiosa.
·
Prepararlos para la primera Confesión (en sintonía con
la parroquia o colegio)
·
Prepararlos para la Primera Comunión (idem)
·
Ayudarles a formar su conciencia.
·
Continuar con las virtudes humanas y sociales.
Entre los 10 y
los 12 años
En esta etapa
los consejos son una continuación de la etapa anterior, pero con una clara
orientación a preparar para la edad de la crisis: la adolescencia. Por esto
conviene cuidar, entre otras cosas, las siguientes:
· Seguir orientando la vida de piedad.
· Dar criterios claros y asegurarse que se han entendido
bien.
· Ayudarle a intensificar la vivencia de las virtudes,
especialmente la caridad (virtud principal), la sinceridad, la laboriosidad y
la reciedumbre.
· Darle una información sexual adecuada a su edad y a
las circunstancias del ambiente en que se mueve.
· Ayudarle a usar su libertad responsablemente.
· Resaltar la necesidad y el valor de ayudar a los
demás.
· Enseñarles a descubrir el valor de una buena amistad.
· Mantener con los hijos un clima de amistad, confianza
y alegría.
Por: Pedro de la Herrán y Fernando Corominas