La Eucaristía y la liturgia
“Quítate las
sandalias, porque el lugar que pisas es lugar sagrado”
Entremos con
los pies descalzos y el alma extasiada al corazón de la liturgia: la
Eucaristía. ¡Oh, admirable sacramento!
Nos dice Juan
Pablo II: “Existen interrogantes que únicamente encuentran respuesta en
un contacto personal con Cristo. Sólo en la intimidad con Él cada existencia
cobra sentido, y puede llegar a experimentar la alegría que hizo exclamar a
Pedro en el monte de la Transfiguración: “Maestro, ¡qué bien se está aquí!” (Lc
9, 33). Ante este anhelo de encuentro con Dios, la liturgia ofrece la respuesta
más profunda y eficaz. Lo hace especialmente en la Eucaristía, en la que se nos
permite unirnos al sacrificio de Cristo y alimentarnos de su cuerpo y su sangre”
(Carta apostólica en el XL aniversario de la constitución sobre la sagrada
Liturgia, n. 11 y 12).
Entremos, pues, y acerquémonos a esta zarza ardiente.
En el himno de
Laudes de la Liturgia de las Horas de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de
Cristo, Corpus Christi, la Iglesia canta esta estupenda síntesis del Misterio
Eucarístico: “Se nascens dedit socium, convescens in edulium, se
moriens in pretium, se regnans dat in praemium”, que se traduce así: “Se
dio, al nacer, como compañero; comiendo, se entregó como alimento; muriendo, se
empeñó como rescate; reinando, como premio se nos brinda”.
¿Por qué Cristo
se quedó en la Eucaristía?
Llevamos veinte
siglos de cristianismo, por todas las latitudes, celebrando lo que Jesús
encomendó a sus apóstoles en la noche de la Cena: “Haced esto en
conmemoración mía”.
Es de tal
profundidad y belleza la Eucaristía que en el transcurso de los tiempos a este
misterio eucarístico se le ha llamado con varios nombres:
● Fracción del
pan, donde se parte, se reparte y se comparte el Pan del
cielo, como alimento de inmortalidad.
● Santo
Sacrificio de la Misa, donde Cristo se sacrifica y muere
para salvarnos y darnos vida a nosotros.
● Eucaristía, porque es la acción de gracias por antonomasia que ofrece Jesús a su
Padre celestial, en nombre nuestro y de toda la Iglesia.
● Celebración
Eucarística, porque celebramos en comunidad esta acción divina.
● La Santa Misa, porque la Eucaristía acaba en envío, en misión, donde nos comprometemos a
llevar a los demás esa salvación que hemos recibido.
● Misterio
Eucarístico, porque ante nuestros ojos se realiza el gran
misterio de la fe.
Antes de
empezar a hablar de este misterio hay que preguntarse el porqué de la
eucaristía, por qué quiso Jesús instituir este sacramento admirable, por qué
quiso quedarse entre nosotros, con nosotros, para nosotros, en nosotros; qué le
movió a hacer este asombroso milagro al que no podemos ni debemos
acostumbrarnos. ¡Oh, asombroso misterio de fe!
¿Por qué quiso
Jesús hacer presente el sacrificio de la Cruz, como si no hubiera bastado para
salvarnos ese Viernes Santo en que nos dio toda su sangre y nos consiguió todas
las gracias necesarias para salvarnos?
La respuesta a
esta pregunta sólo Jesús la sabe. Nosotros podemos solamente vislumbrar algunas
intuiciones y atisbos.
Se quedó por
amor excesivo a nosotros, diríamos por locura de amor. No quiso dejarnos solos,
por eso se hizo nuestro compañero de camino. Nos vio con hambre espiritual, y
Cristo se nos dio bajo la especie de pan que al tiempo que colma y calma,
también abre el hambre de Dios, porque estimula el apetito para una vida nueva:
la vida de Dios en nosotros. Nos vio tan desalentados, que quiso animarnos,
como a Elías:“Levántate y come, porque todavía te queda mucho por caminar” (1
Re 19, 7). Pero ya no es pan sino el Cuerpo de Cristo.
Ante este
regalo espléndido del Corazón de Jesús a la humanidad, sólo caben estas
actitudes:
● Agradecimiento profundo.
● Admiración y asombro constantes.
● Amor íntimo.
● Ansias de recibirlo digna y frecuentemente.
● Adoración continua.
La Eucaristía
prolonga la Encarnación. Es más, la Eucaristía es la venida continua de Cristo
sobre los altares del mundo. Y la Iglesia viene a ser como la cuna en la que
María coloca a Jesús todos los días en cada misa y lo entrega a la adoración y
contemplación de todos, envuelto ese Jesús en los pañales visibles del pan y del
vino, pero que, después de la consagración, se convierten milagrosamente y por
la fuerza del Espíritu Santo en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y así la
Eucaristía llega a ser nuestro alimento de inmortalidad y nuestra fuerza y
vigor espiritual.
Hace dos mil
años lo entregó a la adoración de los pastores y de los reyes de Oriente. Hoy
María lo entrega a la Iglesia en cada Eucaristía, en cada misa bajo unos
pañales sumamente sencillos y humildes: pan y vino. ¡Así es Dios! ¿Pudo ser más
asequible, más sencillo?
¿Cuál es el
valor y la importancia de la Eucaristía?
La Eucaristía
es la más sorprendente invención de Dios. Es una invención en la que se
manifiesta la genialidad de una Sabiduría que es simultáneamente locura de
Amor.
Admiramos la
genialidad de muchos inventos humanos, en los que se reflejan cualidades
excepcionales de inteligencia y habilidad: fax, correo electrónico, agenda
electrónica, pararrayos, radio, televisión, video, etc.
Pues mucho más
genial es la Eucaristía: que todo un Dios esté ahí realmente presente, bajo las
especies de pan y vino; pero ya no es pan ni es vino, sino el Cuerpo y la
Sangre de Cristo. ¿No es esto sorprendente y admirable? Pero es posible, porque
Dios es omnipotente. Y es genial, porque Dios es Amor.
La Eucaristía
no es simplemente uno de los siete sacramentos. Y aunque no hace sombra ni al
bautismo, ni a la confirmación, ni a la confesión, sin embargo, posee una
excelencia única, pues no sólo se nos da la gracia sino al Autor de la gracia:
Jesucristo. Recibimos a Cristo mismo. ¿No es admirable y grandiosa y
genial esta verdad?
¿Cómo no ser
sorprendidos por las palabras “esto es Mi cuerpo, esta es Mi sangre”?
¡Qué mayor realismo! ¿Cómo no sorprendernos al saber que es el mismo Creador el
que alimenta, como divino pelícano, a sus mismas criaturas humanas con su mismo
Cuerpo y Sangre? ¿Cómo no sorprendernos al ver tal abajamiento y tan gran
humildad que nos confunden? Dios, con ropaje de pan y gotas de
vino...¡Dios mío!
Nos sorprende
su amor extremo, un amor de locura. Por eso hay que profundizar una y otra vez
en el significado que Cristo quiso dar a la Eucaristía, ayudados del Evangelio
y de la doctrina de la Iglesia. Nos sorprende que a pesar de la indiferencia y
la frialdad, Él sigue ahí fiel y firme, derramando su amor a todos y a todas
horas.
¡Cuánto
necesitamos de la Eucaristía!
● Necesitamos la Eucaristía para el crecimiento de la comunidad cristiana,
pues ella nos nutre continuamente, da fuerzas a los débiles para enfrentar las
dificultades, da alegría a quienes están sufriendo, da coraje para ser
mártires, engendra vírgenes y forja apóstoles.
● La Eucaristía anima con la embriaguez espiritual, con vistas a un
compromiso apostólico a aquellos que pudieran estar tentados de encerrarse en
sí mismos.
● ¡Nos lanza al apostolado!
● La Eucaristía nos transforma, nos diviniza, va sembrando en nosotros el
germen de la inmortalidad.
● Necesitamos la Eucaristía porque el camino de la vida es arduo y largo y
como Elías, también nosotros sentiremos deseos de desistir, de tirar la toalla,
de deprimirnos y bajar los brazos. “Ven, come y camina”.
Por: P. Antonio Rivero LC
Fuente:
Catholic.net