Cuando Padre Pío se
enfadó con su ángel de la guarda, y la respuesta que él le dio
En dos o tres ocasiones me ha ocurrido
que después de haber predicado sobre los Santos Ángeles, se me acercan personas
y me dicen: “Padre, lo que usted habla es muy bonito, pero ¿dónde estaba el
Ángel de la guarda de mi hijo cuando sufrió ese accidente?, ¿dónde está el
Ángel de la Guarda de los niños que sufren?”.
Es una pregunta que sale de un corazón
adolorido, de un alma que busca iluminar su dolor y tristeza desde la fe.
Con este propósito: el de iluminar desde
la fe aspectos de nuestra existencia y, en este caso en particular, el dolor y
el sufrimiento, comparto contigo amigo lector estas pequeñas y sencillas
reflexiones que espero ayuden a dar luz e iluminar este misterio profundo del
sufrimiento humano.
C.S Lewis, escritor de lengua inglesa,
nacido en Belfast, escribe en su libro “El problema del dolor” que “al vernos
enfrentados al dolor, un poco de valentía ayuda más que mucho conocimiento, un
poco de comprensión más que mucha valentía y el más leve indicio del amor de
Dios más que todo lo demás”.
De acuerdo con el citado autor, el dolor
debe ser abarcado desde “el más leve indicio del amor de Dios”. Este indicio,
esta presencia del amor de Dios lo señala, lo muestra y lo trae el Ángel de la
Guarda, quien ve constantemente el rostro de Dios (Mt. 18, 10) y quien es su
portador y su mensajero; por ello, acercarse al Ángel es descubrir esos
indicios del amor divino.
Es el Ángel el que trae el consuelo, pero
no con meras palabras sino con la presencia del amor de Dios. De esta manera en
momentos de dolor y de sufrimiento acercarse al Ángel es necesario para
extender nuestra mirada a los planes amorosos de Dios.
Este compañero celestial está siempre
atento para escucharnos y consolarnos, pero él sabe que el verdadero consuelo
de nuestro corazón es Dios y por ello desea que elevamos nuestra mirada hacia
Dios.
Sin embargo, el papel del Ángel no es
solamente pasivo, el de señalar a Dios, sino que también tiene un papel activo
en el dolor y en el sufrimiento. De hecho, en algunas oraciones litúrgicas de
algunos países en el himno de Laudes para el 2 de Octubre, memoria de los
Santos Ángeles custodios, se reza lo siguiente:
“Ángel santo de la guarda, compañero de
mi vida, tú que nunca me abandonas ni de noche ni de día…en las sombras de la
noche tiendes sobre mi pecho las alas de nácar y oro”.
La anterior oración nos enseña el papel
del Ángel en momentos de dolor y de sufrimiento. Nos habla de “las alas de
nácar y oro” que el Ángel extiende sobre las noches de nuestras almas, de
nuestras vidas, cuando todo parece oscuro.
El nácar es una sustancia que las conchas
producen cuando se introducen partículas de arena y que vienen a rayar, a
causar herida en la concha. Lo interesante de este proceso natural es
que el nácar no expulsa o destruye la partícula extraña que ha entrado, sino
que la envuelve y la acoge produciendo una piedra preciosa: la perla.
Cuando la Iglesia recoge en el himno de Laudes
la expresión “alas de nácar” en la oscuridad de nuestras vidas, nos pone de
presente el papel activo que está desarrollando nuestro buen Ángel de la
Guarda: él no va a expulsar lo que te hiere, el lo va a envolver para que
aquello que te está causando dolor y sufrimiento produzca una perla preciosa.
Y, ¿porqué el Ángel no expulsa lo que te
duele y lo que te hace sufrir? Como señalamos en líneas anteriores, los
Santos Ángeles portan el mensaje del amor de Dios que ellos mismos contemplan y
este amor ha alcanzado su mayor expresión en la Cruz, allí se unen la mayor
expresión del amor y la mayor expresión del dolor y del sufrimiento.
Juan Pablo II ha escrito: “El sufrimiento
humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha
entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida
al amor, a aquel amor… que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo
por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo
ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque”
(Salvificis Doloris, n.18)
Este misterio de amor maravilloso lo han
comprendido grandes santos.
El Padre
Pio: Después de haber sufrido un ataque del demonio, se enfada con su Ángel
porque no había estado allí para defenderle. San Pío lo escribe así:
“me enfadé con el ángel, y él me
respondió: Agradece a Jesús que te trata como elegido y te permite seguirlo
a su lado subiendo al Calvario. Yo veo tu alma junto a la salvación de Jesús,
con alegría y conmoción en mi interior, por esta obra que Jesús realizó a
través de ti. Cree que te alegrarás, de lo contrario no te verías así. Yo, que
en la caridad santa deseo tu beneficio, gozo siempre de verte en este estado.
Jesús permite estos ataques del demonio, porque su piedad ha querido y quiere
que tú lo acompañes en las angustias del desierto, del huerto de los olivos y
de la cruz. Tú defiéndete, aleja y desprecia siempre las malignas insinuaciones
y, cuando tus fuerzas no pueden llegar, no te aflijas, predilecto de mi
corazón, yo estoy cerca de ti”.
Y padre Pío rezó: “Cuanta bondad,
Padre mío. ¿Qué he hecho para merecer tan exquisita amabilidad de mi ángel?…”
(carta del 18 de enero de 1913)
Igualmente recordemos la exhortación que
hacia el Ángel de Fátima, del cual este año se conmemoran cien años de su
aparición, para “ofrecer constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo” y
ante la pregunta que hace Lucía de ¿cómo hacerlo?, el Ángel le responde: “De
todo lo que pudierais haced un sacrificio como acto de reparación por los
pecados con los cuales El es ofendido…sobre todo, aceptad y soportad con
sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe”.
Los Ángeles entonces ven, contemplan
maravillados el poder transformador, redentor del dolor y por ello quieren
envolver con sus alas de nácar este dolor para que sea unido a la expresión
mayor del amor: el sufrimiento de Jesús.
Por ello en ese momento de dolor, en esas
noches oscuras que atravesamos son momentos donde nuestro buen Ángel Guardián
está muy presenta. El Padre Pio le escribía a una de sus hijas espirituales el
15 de julio de 1915: “Confíale tu sufrimiento (al ángel), el Ángel es muy
delicado y muy sensible”.
Que en el día del Ángel de la Guarda los
que sufren invoquen a sus hermanos y compañeros espirituales. Juan Pablo II
hacia este llamado: “Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que
seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible
batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo
contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo”
Y todos recemos de manera especial por
nuestros hermanos que sufren y lloran.
Santa Teresita escribió este canto al
Ángel custodio que te invito a rezar:
Oh tu que atraviesas el espacio
Más radiante que el relámpago,
Te pido, vuela en mi lugar
hacia aquellos que me son queridos.
Con tu ala, seca sus lágrimas,
cántales como Jesús es bueno.
Cántales que el sufrimiento tiene su
gracia
Y, muy bajito, susurra mi nombre
Fuente: Aleteia