Según los
grupos y los pastores que aborden el tema del rapto, se puede llegar a extremos
de temor apocalíptico muy poco cristiano
En algunos ambientes
evangélicos –sobre todo entre los born again christians o
“cristianos renacidos” presentes en los Estados Unidos– hay un tema de moda que
plantea una escatología peculiar. Se trata del “rapto” o“arrebatamiento” (rapture),
que en resumen es lo siguiente: cuando llegue el fin de los tiempos, en un
momento previo a la tribulación predicha por el Apocalipsis, los creyentes
verdaderos serán arrebatados (o “raptados”) corporalmente por el
Señor. Esto hay que enmarcarlo en un sistema de pensamiento llamado “dispensacionalismo
premilenario”, según el cual hay un calendario muy preciso en la historia
de la humanidad, aunque el reloj divino se habría parado en la época del Nuevo
Testamento, y sólo volverá a ponerse en marcha cuando se inicien los últimos
tiempos.
Si tenemos que buscarle un
padre a esta teoría, no nos queda otro remedio que fijarnos en John
Nelson Darby (1800-1882), una figura imprescindible del protestantismo
fundamentalista del siglo XIX que, tras abandonar la Iglesia anglicana, se hizo
miembro de los Hermanos de Plymouth y desarrolló sus ideas escatológicas más
peculiares. Se habla de dispensacionalismo porque divide la historia universal
en diferentes edades o “dispensaciones” según el plan
salvífico de Dios.
La era contemporánea es,
para Darby, el momento en el que Dios separará los creyentes verdaderos de los
no creyentes, como se separa el trigo y la cizaña en el tiempo de la siega,
anticipando así el retorno inminente del Señor Jesús.
Darby era inglés, pero se desplazó
con frecuencia para difundir sus ideas, que han influido mucho en Norteamérica,
adonde acudió en siete ocasiones. También podemos encontrar estas tesis en el
mundo pentecostal. Sin ir más lejos, la mayor confesión evangélica española -la
Iglesia Evangélica de Filadelfia, formada por gitanos- asume la teología
dispensacionalista.
Según los grupos y los
pastores que aborden el tema del rapto, se puede llegar a extremos que serían
objeto de risa si no fuera porque constituyen episodios de temor apocalíptico
muy poco cristiano.
Un amigo me contaba
recientemente algo que vivió cuando fue miembro de una comunidad evangélica
pentecostal, aquí en España. Uno de sus hermanos del grupo, minusválido,
después de un adoctrinamiento intensivo basado en estas enseñanzas
escatológicas que incluía películas sobre el tema, regresó de la capilla al
centro especializado en el que vivía, y en medio de un temporal salió a la
calle en su silla de ruedas convencido de que llegaba el momento del
arrebatamiento, y de que Jesús le devolvería las piernas que le faltaban. Un
ejemplo de los efectos que puede tener todo esto leído en clave fanática, y que
no nos queda muy lejos.
Como dice Damian
Thompson comentando de forma muy gráfica la idea darbysta del rapto, “sigue
siendo una de las imágenes apocalípticas más potentes jamás ideadas, pues de un
solo golpe libra a todos los cristianos de los horrores que causa la llegada
del fin, a la vez que les permite contemplar cómo los condenados perecen en el
emocionante drama de la Gran Tribulación”. Esto, explica el periodista,
permite mantener el fervor milenarista “a fuego lento”, sin llegar a la
explosión, pero consiguiendo así mantener a las personas y a las comunidades en
esa tensión de que Cristo puede llegar en el momento menos esperado.
Hace poco pude leer en una
explicación de la tesis dispensacionalista en la actualidad, “el
cumplimiento e intensidad de los eventos apocalípticos nos indican que el rapto
de la Iglesia puede suceder en cualquier momento”.
En los Estados Unidos, como dije antes, esto del rapto es una materia de dominio común, algo que forma parte del imaginario colectivo como creencia difundida entre grandes sectores del evangelismo. Sin ir más lejos, recuerdo una escena de Los Simpson en la que, en un momento de catástrofe apocalíptica, los Flanders, familia vecina de los protagonistas se pone a orar, y son arrebatados hacia el cielo. Hay algunas películas y producciones audiovisuales en las que vemos desaparecer gente de forma repentina, ilustrando esta expectativa.
Pero lo más destacado de
los últimos años en este ámbito es la serie de novelas Left behind,
que también se han llevado al cine con el título en España Lo que quedó
atrás, que forma una trilogía junto con Fuerzas de la tribulación y El
mundo en guerra. E incluso se ha hecho un videojuego (publicitado así: “el
primer juego en el que la adoración es más poderosa que las armas”).
A lo largo de doce libros, Tim
LaHaye y Jerry B. Jenkins plantean de forma literaria una
convicción que comparten muchos evangélicos. El argumento de la primera novela
sirve para hacernos una idea: en un vuelo comercial desaparecen de repente
varios pasajeros, y sólo queda su ropa. Lo mismo pasa en el resto del mundo con
millones de personas. Se trata del comienzo del Apocalipsis. Imaginen lo que
pudo suponer esta serie literaria, y sus versiones audiovisuales, en los
Estados Unidos en torno al año 2000 y, sobre todo, después del 11-S.
El tema del rapto tiene una
base escriturística que es necesario desentrañar, así que vayamos a la Biblia.
En su primera Carta a los Tesalonicenses, en torno al año 50 –se trata del
primer escrito del Nuevo Testamento–, Pablo escribe sobre “la suerte de
los difuntos” para hacer una llamada a la esperanza cristiana en la
resurrección de los que mueren unidos a Cristo. Cuando llegue la parusía, la
segunda venida del Señor, al son de la trompeta resucitarán los muertos, y “después
nosotros, los que aún quedemos vivos, seremos arrebatados, junto con ellos,
entre nubes, y saldremos por los aires al encuentro del Señor” (1 Ts
4, 17). Parece que la comunidad de Tesalónica, expectante de una inmediata
vuelta de Jesús que no terminaba de llegar, se preguntaba por el destino de los
creyentes fallecidos en el ínterin, además de interrogarse por la fecha de la
parusía. El mismo Pablo, en una primera época, esperaba vivir cuando todo esto
sucediera.
Además, los defensores del
arrebatamiento emplean otra cita bíblica, y esta vez del mismo Jesús, de su
“discurso escatológico” en el evangelio según San Mateo: cuando venga el Hijo
del hombre “dos hombres estarán entonces trabajando en el campo; a uno
se lo llevarán y dejarán al otro. Dos mujeres estarán moliendo: a una se la
llevarán y dejarán a la otra” (Mt 24, 40-41). En el evangelio de
Marcos la referencia es menos explícita, ya que serán los ángeles los que
convoquen a los elegidos de todo el mundo (cf. Mc 13, 27).
¿Qué pensar de todo esto?
¿Tienen razón los que, basándose en la Biblia, defienden la inminencia de la
venida del Señor y la realidad del arrebatamiento de los creyentes verdaderos?
La respuesta podemos encontrarla en la misma Escritura. San Pablo contestaba en
su escrito a las inquietudes de los cristianos de Tesalónica, que parecen ser
las preocupaciones de ciertos grupos actuales.
¿Cuándo volverá Cristo?
Sólo Dios lo sabe. ¿Y qué pasará con los que hayan muerto? Ellos, y los que
vivan en ese momento, compartirán la victoria de Cristo resucitado sobre la
muerte; no habrá ventaja de los vivos sobre los muertos.
En estos textos constatamos
varias afirmaciones de fe fundamentales, además de las respuestas paulinas que
acabamos de decir: los acontecimientos finales son de iniciativa divina, y no
pueden ser adelantados o retrasados por los hombres, tal como a veces defienden
algunos intérpretes errados. Se nos habla de unos hombres que son apartados del
resto de la gente, tal como sucede en el Apocalipsis con la multitud incontable
que ha lavado sus túnicas en la sangre del Cordero. Tal es el sentido de la
consagración que tiene lugar en el bautismo, cuando el creyente es incorporado
a Cristo, es ungido (en griego christos) como él, y se une a su
misterio pascual, es decir, a su muerte y resurrección. Por eso la actitud del
cristiano es la vigilancia. Pero no la tensión apocalíptica y fanática. Por eso
Pablo escribía también a los tesalonicenses exhortándoles a trabajar sin
molestar a nadie, haciendo siempre el bien (cf. 2 Ts 3, 11-13).
La imagen de Cristo en la
parusía como un remedo de secuestrador es ciertamente temible. Y el tono vital
que contagia no es muy optimista que digamos. En este campo, del Dios revelado
en Jesús no podemos aprender otra cosa que una llamada a la esperanza, no
basada en cálculos temporales ni en temores paralizadores. Seremos convocados
por el Señor a un juicio, y la garantía de lo que nos ha prometido y nos espera
al final la tenemos en María, la Madre del Señor. Eso es lo que hemos celebrado
con el misterio de su Asunción: su existencia entera, su cuerpo y su alma
participando de la gloria de Cristo.
Por: P. Luis Santamaría del Río
Fuente:
Infocatolica.com