Tenemos,
dice San Juan Crisóstomo, un gran depósito en los niños, atendámosles con gran
cuidado
Ciertamente que
la futura buena o mala conducta de un hijo depende de si ha sido criado bien o
de modo insuficiente. La naturaleza por sí misma enseña a cada padre a atender
a la educación de su descendencia. Dios le da hijos, no para que puedan asistir
a la familia, sino para que crezcan en el temor de Dios, y sean conducidos por
el camino de la salvación eterna.
“Tenemos, dice
San Juan Crisóstomo, un gran depósito en los niños, atendámosles con gran
cuidado”.
Los hijos no
han sido otorgados a los padres como un regalo del que se pueda disponer como
les plazca. Los hijos les han sido confiados y si se pierden por
negligencia, los padres deberán rendir cuentas a Dios.
Un Padre de la
Iglesia dijo que en el día del juicio los padres tendrán que rendir cuentas por
todos los pecados de sus hijos (Nota de la Redacción: se entiende que de los
derivados de una mala o incompleta formación, pues hay casos excepcionales de
hijos muy bien educados que, a pesar de ello, viven como si no hubiesen tenido
buena formación religiosa). Así es que aquel que enseña a su hijo a vivir en el
bien, tendrá una feliz y tranquila muerte. El que instruye a su hijo… cuando
llegue la muerte no sentirá pena, porque deja a los suyos un defensor frente a
sus enemigos. (Eclesiástico 30, 3, 5) Y podrá salvar su alma por medio de sus
hijos, es decir, por la formación virtuosa que les dio. (La mujer) “Se salvará
mediante su maternidad”. (1Tim. 2:15)
Por otro lado,
una difícil y triste muerte tendrán aquellos quienes solamente trabajaron para
incrementar sus posesiones o multiplicar los honores familiares, o aquellos que
sólo trabajaron para dejar a sus hijos comodidad y placeres y no les procuraron
valores morales. San Pablo dice que aquellos padres son peores que infieles.
Quien no se preocupa de lo suyo, principalmente de los de su casa, ha renegado
de la Fe, y es peor que un infiel. (1Tim.5: 8).
Aunque los
padres lleven una vida de piedad y continua oración, y comunión diaria, se
condenan si por negligencia descuidan la educación de sus hijos. (Nota de la
Redacción: San Alfonso hace hincapié en la educación moral de los hijos como un
deber esencial. Un descuido en esto es de una gravedad extrema que puede
comprometer nuestra salvación. Una omisión en este sentido deberá ser confesada
y reparada en la mayor medida posible, buscando resarcir el daño causado por
medio de los consejos, el ejemplo y la oración por los hijos, para que
alcancemos el perdón de Dios por tan grave daño).
Si todos los
padres cumplieran con su deber de vigilar la formación de sus hijos, tendríamos
muy pocos crímenes. Por la mala educación que los padres dan a su descendencia,
hacen que sus hijos, dice San Juan Crisóstomo, caigan en graves vicios; y los
entregan así al verdugo.
Así sucedió en
un pueblo: un padre quien fuera la causa de todas las irregularidades de su
hijo, fue justamente castigado por sus crímenes con gran severidad, más aún que
sus hijos. Gran infortunio es para los hijos tener padres viciosos, incapaces
de inculcar en sus hijos el temor a Dios.
Aquellos que
ven a sus hijos con malas compañías y en riñas, y en lugar de corregirles y
castigarles, les toman compasión y dicen: “¿Qué puedo hacer? Son jóvenes,
esperemos que cuando maduren se alejen de ello”. ¡Qué palabras tan débiles, qué
educación tan cruel! ¿En verdad, esperan que cuando los hijos maduren lleguen a
ser santos? Escuchad lo que Salomón dice: Mostrad al niño el camino que debe
seguir, y se mantendrá en él aun en la vejez. (Prov. 22:6) Sus huesos, dice el
santo Job, se llenarán con los vicios de su juventud, y dormirán con él en el
polvo. (Job.20:11)
Cuando una
persona joven ha vivido con malos hábitos, los llevará a la tumba. Las
impurezas, blasfemias y odios, a los que se acostumbró en su juventud, lo
acompañarán hasta la tumba, y dormirán con él hasta que sus huesos sean
reducidos a cenizas.
Corrige a tu
hijo mientras haya esperanza; si no, tú serás el responsable de su muerte
(Prov. 19:18) Es muy sencillo, cuando son pequeños, entrenar a los hijos en la
virtud, pero cuando llegan a la madurez, es igual de difícil corregirles, si
han adoptado los hábitos del vicio.
San Alfonso
María de Ligorio, Doctor de la Iglesia
Fuente:
http://www.accionfamilia.org