Sugerencias para una vida más tranquila y
sosegada
Y
vio Dios lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la
tarde y la mañana del día sexto. Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra.
Y acabó en el día séptimo y reposó de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al
día séptimo, y lo santificó. Génesis
Nadie
duda que siendo Dios un ser todopoderoso bien podría haber comenzado y
finalizado la creación en un breve instante. Sin embargo, prefirió
tomarse tiempo y dispuso el tiempo de la mañana y de la tarde. Todo tuvo un
orden y un ritmo y al fin, cuando hubo terminado descansó. No siguió
corriendo, en una marcha desenfrenada y caótica, modificando, probando y
volviendo a deshacer lo hecho. Ese es el mensaje: tomarse tiempo para cada cosa
y hacer cada cosa a su tiempo, reposando en el medio.
Buscar
el propio ritmo
Hoy
día el culto a la velocidad se está convirtiendo en el estándar social más
aprobado. Lo que finaliza da la impresión de que nunca lo hace del todo.
Siempre se revisa, se agrega y saca cosas. Con desconfianza se mira la duración
de las cosas y, con rapidez se da por descartado o en desuso lo que hasta hace
poco estaba en plena vigencia. Casi nada perdura. En este punto es esencial
reflexionar sobre lo hecho con tranquilidad, con el tiempo necesario, en forma
pausada, lo que potencia las verdaderas capacidades humanas y las prácticas que
dan sentido a la vida.
Como
consecuencia de una sociedad ultraconsumista se impone la tendencia a pensar en
que las cosas y las personas al poco tiempo son obsoletas o tienen etiquetas de
caducas o prontas a caducar, donde todo termina
siendo “viejo” y fuera de moda. Abordar críticamente la aceleración constante
de la vida cotidiana como derivado de tal sistema, es el punto de inflexión
para llegar a gozar de una vida más humana y plena
Dirán
que con las exigencias que se nos imponen y nos imponemos es un delirio solo el
pensar “en perder tiempo” haciendo las cosas más despacio, pero es que ni
siquiera pensarlo nos lleva por un camino que desemboca en stress, en sentirse
invadido e incapacitado para hacer las cosas al propio ritmo.
Por
supuesto que hay plazos para terminar los trabajos, para pagar facturas, para
cumplir las obligaciones, Si esperamos a último momento para realizar lo que
debemos realizar sentimos que estamos siempre con “la soga al cuello” y esta
sensación nos lleva a la frustración y al cansancio crónico.
Es
la lentitud reflexiva en concebir las tareas lo que abre las puertas a un
desarrollo humano más sano y coherente. Promover la práctica de una calidad de
vida distinta, basada en el respeto al ritmo y tiempo naturales, al ambiente y
la salud de los consumidores es parte de la educación que debemos adquirir y
transmitir.
Sosegarse
para comer
Siendo
el acto de comer, como el de dormir, uno de los más reparadores para nuestro
organismo, tendemos a despreocuparnos de cómo lo hacemos.
Hace
unos años nació en un pueblo de Italia un movimiento que hoy tiene repercusión
internacional: el slow food, que traducido significa comida lenta. El símbolo
de slow food es el caracol, emblema de la lentitud. Entre sus objetivos están
los de otorgar dignidad cultural a las temáticas relacionadas con la comida y
la alimentación; usar productos ligados a un territorio teniendo en cuenta la
biodiversidad; propiciar la cultura alimentaria de la ciudadanía y, en
particular, de las generaciones más jóvenes, con el objetivo de lograr la plena
conciencia de lo que consumen al comer.
Contraria
a las cadenas de comidas rápidas que no tienen en cuenta la salud de los
consumidores sino su propio beneficio, aparece esta alternativa de comidas
sanas, degustadas en un ambiente agradable, con tiempo para saborear y no
deglutir a las apuradas lo que se nos ofrece, y cambian la visión del acto de
comer. Por esto a tenido una buena difusión para los que quieren volver a los
ritos olvidados de paladear una comida.
Aunque
no participemos de este movimiento podemos tener en cuenta algunas de sus
propuestas. Si estamos doce o más horas fuera de casa lo más probable es que
cuando lleguemos a casa lo que menos queremos hacer es dedicar un tiempo a
cocinar y nos resulta más práctico llamar al delivery o comer lo primero que
encontramos en la heladera, deglutiendo de parados, mientras contestamos
mensajes de celular o prendiendo la computadora y que cuando se llama a cenar
cada uno esté en la suya y acelere la comida como si fuera un trámite más que
hay que acabar lo antes posible.
En
general comemos apurados y ni nos damos cuenta de lo que tragamos, sin embargo,
si tomamos una mínima conciencia de lo que hacemos encontraremos la forma de
organizar con tiempo las compras, de hacer que ayuden los demás en la cocina,
que no caiga la elaboración de la comida siempre en el mismo, que otro prepare
la mesa y que podamos apagar un ratito el televisor para comer tranquilos
hablando de lo que nos pasó en el día. Con más razón el fin de semana, por lo
menos una de las comidas debería seguir las secuencias de una ceremonia, de un
rito, para disfrutarla y para encontrarnos.
“Vísteme
despacio que tengo prisa”
Cuentan
que un día, Fernando VII se encontraba acompañado de su ayudante momentos antes
de asistir a una importante reunión, influido por el nerviosismo de querer
vestir al monarca a toda prisa el ayudante no atinaba a realizar correctamente
su tarea, por lo que el rey le dijo: “Vísteme despacio que tengo prisa“. Esta
conocida frase reitera que cuanto más apuro tenemos conviene hacer las cosas
más lentas.
En
el torbellino diario cada uno debe encontrar la manera de darse un momento, un
rato para despegarse de las rutinas y serenarse. Bastarán quince minutos para
darnos un poco de paz, respirar profundo varias veces, mientras cerramos los
ojos y nos despegamos de los pensamientos, para volver luego, más reconfortados
a las tareas que nos esperan. Si creemos que vale la pena, el tiempo lo vamos a
encontrar,
Si
aprendemos a percibir (lo que implica atención y concentración) la forma en que
nos movemos y conducimos en el diario ajetreo podemos ganar en salud y, en
consecuencia, en calidad de vida. Cada uno podrá encontrar la manera de darse
una pausa a resguardo de tanta prisa con el consecuente aumento de agitación y
agotamiento. Un tiempo para dejar de sentirse vapuleado por tantas demandas y
adueñarse más de la propia vida.
Podemos
plantear algunas sugerencias:
Conseguir
un hobby o pasatiempo tranquilo, como la lectura, escritura, la jardinería, la
cocina, restaurar o arreglar algo.
Los
fines de semana, procurar levantarse de la cama respetando los ritmos naturales
del sueño, en lugar de ponerse el despertador hasta para las rutinas de
entretenimiento, así como no llevar el reloj encima y consultarlo a cada rato.
Preparar una comida para poder sentarse con tranquilidad, saborearla y agradeciendo al que la elaboró. Disfrutar de la conversación, si se come con otras personas, o de la paz que puede dar el comer solo.
Preparar una comida para poder sentarse con tranquilidad, saborearla y agradeciendo al que la elaboró. Disfrutar de la conversación, si se come con otras personas, o de la paz que puede dar el comer solo.
En
paseos y vacaciones, procurar bajar el ritmo; no intentar ver y visitar cuanto
se nos ofrece.
Limitar
la lista de cosas pendientes; tomarse el tiempo necesario para las personas y
actividades con las que se disfruta
Querer
comprar, ver, comer en forma compulsiva tiene más que ver con la voracidad, con
la omnipotencia que con la libertad. Vale reconocer que los límites, la
finitud, la imposibilidad son parte necesaria e indivisible de la vida, ayudan
a crecer, a discernir, a madurar, a reflexionar, a mirar más allá del horizonte
del propio ombligo. Procuremos dejar de lado la actitud de resignación a que
nos tiene acostumbrados esta sociedad y dispongamos por nosotros lo que
queremos de nuestra vida.
Cecilia
Barone
Artículo originalmente publicado por Familia
Cristiana