El mes de julio está
dedicado a la Preciosísima Sangre
La devoción católica a la Preciosa Sangre
de Cristo nos permite adorar al Señor Jesús reconociendo, con gratitud y amor,
el valor de su sacrantísima sangre.
Sobre ella trata la carta apostólica Inde a Primis del papa
Juan XXIII sobre el fomento del culto a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo.
La Iglesia tiene instituida la fiesta
litúrgica de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, el día 1 de
julio. La catedral de Westminster está dedicada a la Preciosísima Sangre de
Cristo.
Esta misma devoción está aprobada por la
Iglesia, aunque de momento sólo en algunas diócesis de Africa, más
concretamente la diócesis de Enugu en Nigeria.
Si el mes de
junio es dedicado al Sagrado Corazón de Jesús,el mes de julio está dedicado a su
Preciosísima Sangre.
Estas celebraciones ayudan a centrar
la mirada, la atención y la fe en el misterio del Amor de Dios encarnado, a
conocer que Cristo, derramando su sangre, nos ha ofrecido y ofrece su
amor, fuente de reconciliación y principio de vida nueva en el Espíritu Santo.
Hemos sido rescatados con “una sangre
preciosa”, la de Cristo (1 Pe 1, 19). La devoción a la Sangre de Cristo es en
fondo un acto de amor y de respeto al misterio
insondable del Amor y de la Misericordia divinas.
En este sentido
esta devoción es más que lícita y válida.
Para darnos cuenta de los alcances del
derramamiento de sangre de nuestro redentor, citemos –entre tantos- sólo un
ejemplo. San Pablo dice que “para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5, 1), y
esta libertad tuvo un precio alto: la vida, la sangre del redentor.
La Sangre de Cristo es el precio que Dios
pagó por librar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte
eterna. La Sangre de Cristo es la prueba
irrefutable del Amor de Dios Trinidad a todo hombre, sin excluir a nadie.
Y la Iglesia conmemora el misterio de la
Sangre de Cristo, no sólo en la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Señor, sino
también en otras muchas celebraciones.
El valor y la eficacia redentora de la
Sangre de Cristo son objeto de memoria y adoración constante, por ejemplo, en
dos momentos claves: el Viernes Santo durante la adoración de la cruz, y en la
exaltación de la Santa Cruz.
La veneración de la Sangre de Cristo ha
pasado del culto litúrgico a la piedad popular, en la que tiene un amplio espacio y
numerosas expresiones: El Vía Sanguinis, la hora de adoración a la Preciosísima
Sangre de Cristo (la alabanza y la adoración de la Sangre de Cristo presente en
la Eucaristía), las Letanías de la Sangre de Cristo (el formulario actual,
aprobado por el papa Juan XXIII), la Corona de la Preciosísima Sangre de
Cristo, en la que con lecturas bíblicas y oraciones son objeto de meditación
las piadosas siete efusiones de Sangre de Cristo.
Entonces la devoción a la Preciosísima
Sangre de Cristo lleva necesariamente a relacionarnos directamente con Él.
Pero una cosa es la correcta devoción y
otra muy diferente, que hay que evitar, es darle a la Preciosa Sangre de Cristo
una connotación esotérica, de magia o de superstición. La sangre de Cristo no es un amuleto ni
un fetiche, ni una “fórmula” mágica.
Muchos incluso han caído en el error de
“lanzar” la sangre de Cristo contra el diablo, utilizando expresiones como, por
ejemplo, “la sangre de Cristo contra ti”, etc. Otros afirman cubrirse con la
sangre de Cristo.
Nada de esto es necesario, estas cosas
rayan en paganismo. Es de vital importancia saber encauzar correctamente esta y
toda práctica devocional pues cualquier devoción es susceptible de desviación
si sus prácticas no se someten a las orientaciones pastorales de la Iglesia.
El único poder que ha tenido y tiene la
Sagrada Sangre de Cristo es redentor. No pensemos en ella como una especie de
coraza contra todos los males de este mundo. No
confundamos la Sangre de Cristo con un chaleco antibalas en el sentido de considerarla como
algo utilitario.
Tampoco conviene imitar a algunas
personas que le encargan milagros a un Dios que está obligado a hacer todo
lo que se le ordene en el nombre de Jesús o en el nombre de su sangre.
No esperemos que la Preciosísima Sangre
de Jesús evite desgracias o nos conceda milagros; pero sí démosle gracias a
Jesús, valorando su sacrificio redentor que, mediante su sangre, nos ha lavado
los pecados llevándonos a la vida eterna.
La sangre de Cristo no tiene nada de
mágico, sólo tiene un carácter propiciatorio. La Sangre de Cristo se pone entre
la santidad de Dios y nuestro pecado propiciando el perdón y la reconciliación.
Fuente:
Aleteia