Un "cachivachero" aprende a decir
adiós al exceso de cosas a pesar del gran esfuerzo
Cuando visité por
primera vez el pisito de soltero de mi futuro marido, me pareció tan acogedor
como la sala de un dentista. Las paredes eran absolutamente blancas y estaban
completamente desnudas. La decoración no era más que un póster de fútbol sujeto
con chinchetas. Los muebles se limitaban a lo mínimo esencial.
En su opinión, el
apartamento estaba estupendo. Estaba iluminado, limpio y no había ni una sola
superficie innecesaria donde acumular cosas. No había nada que lo distrajera
ni, lo que era más importante, nada que acumulara polvo.
Los del documental de Obsesivos
Compulsivos me habrían enmarcado en la categoría más liviana de tendencia
a la acumulación. Así que te puedes imaginar la ansiedad de mi futuro
esposo cuando contempló mi lugar de residencia.
A pesar de que yo estaba
estudiando teología y estaba muy familiarizada con el concepto evangélico de
pobreza, me costaba mucho desprenderme de ciertas cosas.
En realidad, más allá de
la vida religiosa consagrada, no conocía ninguna idea en absoluto del
minimalismo.
Es decir, para los
religiosos tenía sentido vivir de esta forma —los ermitaños en el desierto no
tenían muchas opciones más allá de colgar baratijas y joyas de los cactus—,
pero para mí no tenía sentido.
Mi generoso esposo se
mordió la lengua no pocas veces durante nuestra relación. Pero pronto llegó el
día en que miscosas pasarían a ser sus cosas
también, ¡y para él ya eran demasiadas cosas!
Durante
la planificación de la boda y los preparativos matrimoniales, comentó que al
menos la mitad de mis cosas tendrían que “perderse” camino de nuestro futuro
apartamento.
Al principio me sentí un
poco herida y me defendí con el típico “nunca sabes cuándo podrías necesitar”
estos tesoros.
Pero cuando volví a casa
e hice inventario aquella noche, empecé a bucear por toda la ropa que había
olvidado que tenía, un montón de chismes sin propósito y montones y montones de
trastos adquiridos. De repente, empecé a sentiransiedad.
¿Para
qué diantres tenía todas esas cosas? ¿Por
qué había estado deambulando de casa en casa con esta interminable montaña de
“tal vez lo necesite algún día”?
Las cosas me
estaban consumiendo y necesitaba ayuda. Estaba
petrificada.
Acumular cosas pueden hacerte eso.
Y luego llegó un
profundo alivio. Estaba empezando de nuevo. Me estaba deshaciendo
de lo innecesario de mi equipaje. Y no lo haría sola, ¡gracias a Dios!
No, ese hombre a mi lado
se aseguraría de que cada cuerda de yoyó, cada envoltorio de chicle, cada bolso
repetido por enésima vez saldría tan rápidamente como había entrado.
Esto del minimalismo no
era tan malo después de todo. De hecho, era algo parecido a desprenderse del
pecado por miedo a “perder” algo necesario, al mismo tiempo que se pierde
libertad. ¡Estaba rompiendo un ciclo vicioso!
Al
fin había descubierto el significado de que menoses más y me sentía
purgada, había encontrado una notable libertad
entre los ornamentos de una cultura consumista.
Mi transformación hacia
un estilo de vida “más” minimalista no fue sin altibajos. El matrimonio,
después de todo, consiste en dar y en recibir.
Esta chica no estaba dispuesta
a tener unas paredes blancas, así que mi marido se descubrió a sí mismo
haciendo mohines de dolor mientras me ayudaba a pintar la pared principal de un
rojo brillante (¡eso sí que es amor!).
También hubo una vez que fui
a tirar basura al contenedor y volví a casa con un marco de fotos que todavía
hoy sigue colgado de la pared.
El matrimonio es, sin
duda, la fusión de dos personas únicas e individuales. Algunas de esas personas
emergen de un mundo vibrante de color, con cortinas en las ventanas y cuadros
en las paredes. Otras, no tanto.
Aunque definitivamente
no me he vuelto una minimalista radical, sí que intento seguir unos principios
básicos para no ser devorada por la acumulación de trastos.
Y he reducido
significativamente el número de cosas con las que convivo, pero he ganado
abundantes personas en el proceso.
Las
normas del minimalismo:
- Haz
limpieza general una vez por estación, cuando hagas rotación con la ropa.
- Caritas,
la Sociedad San Vicente de Paúl y otros lugares de donación son tus
amigos. Visítalos con frecuencia, ¡pero para donar, no para comprar!
- Si algo
entra, al menos una cosa tiene que salir.
- Si no lo
has usado en un año, fuera.
- Pregúntate
siempre: ¿de verdad necesito esto?
- Céntrate
en la calidad, no en la cantidad.
Fuente: Aleteia
