Dedicado
a las madres siempre ocupadas
¿Es posible que disfrute de que me
necesiten? Algunas veces, sí, pero en general, es agotador. Pero, no está hecho
para que lo disfrutemos cada momento. Es un deber. Dios me hizo su mamá. Es un puesto que
anhelé por mucho, antes de que lo entendiera.
Durante un fin de semana de tres días,
mi esposo no podía creer cuantas veces mis hijos dijeron “Mami. Mami. ¡Mami!”
“¿Siempre son así?”, me preguntó, sin ser capaz de esconder su horror y
compasión. “Si, todo el día, todos los días. Este es mi trabajo”. Y, tengo que
admitir, es el trabajo más difícil que he tenido en la vida.
Antes de ser madre, era administradora de
una muy popular cadena de comida rápida. Un sábado a las 7:30 pm, con la
ventanilla de salida llena de platos, una lista de espera de dos horas y un
corte de luz inexplicable, no se compara con un martes a las 5:00 pm en nuestro
hogar. Y, déjenme que les diga, los clientes de restaurantes por aquí están
entre los más exigentes. Pero son papilla en comparación a niños pequeños que
han dormido poco y tienen el azúcar baja.
Una
vez, hace mucho tiempo, tenía tiempo para mí. Ahora, las uñas de mis pies
necesitan amor. Y mi sostén no me queda tan bien como
antes. Mi plancha rizadora de cabello tal vez ya no funciona, la verdad,
no tengo la menor idea. No puedo ducharme sin una audiencia. Empecé a usar
crema para ojos. Ya no me piden mi identificación para saber si soy mayor de
edad. La prueba de que soy madre. Prueba que alguien me necesita. Que por ahora,
siempre hay alguien que me necesita. Como la noche anterior…
A las 3 am. escuché pequeños pasitos
entrando a mi habitación. Me quedé quieta, apenas respirando. Tal vez va a
devolverse a su habitación. Sí, seguro.
– ¡Mami!”
– ¡Mami!”, un poquito más fuerte.
– “Sí”, apenas susurré.
Él pausó, sus ojos gigantes y brillando
en la poca luz.
– “Te quiero”.
Y, solo con eso, se fue. Corrió de vuelta
a su pieza. Pero, sus palabras se quedaron colgando en el fresco aire de la
noche. Si pudiese estirar mi mano y agarrar sus palabras, las abrazaría a mi
pecho. Su voz susurrante dijo la mejor oración
del mundo. “Te quiero”.
Algún día, este pequeñito va a ser un
hombre. Ya nunca más voy a escuchar estas dulces palabras susurradas sólo para
mí en las altas horas de la noche. Solo el ruido de máquinas y mi esposo
roncando. Entonces, voy a dormir en paz en las noches, sin ninguna preocupación
de un niño enfermo o un
bebé llorando. Todo eso será solo un recuerdo. Estos años de ser necesitada son
agotadores, pero muy pasajeros. Tengo que dejar de soñar con “aquel día” cuando
las cosas serán más fáciles. Porque la verdad es que, tal vez si sean más
fáciles, pero nunca serán mejor que en el presente.
Hoy, cuando me encuentro cubierta en baba
y mocos de niños. Hoy, cuando siento esos bracitos gorditos alrededor de mi
cuello. Hoy es perfecto. “Algún día” voy a hacerme pedicuras y tomar mis duchas
sola. “Algún día” volveré a ser dueña de mi misma. Pero, hoy día me entrego a
los demás y estoy cansada, sucia y tengo tanto amor alrededor mío, pero estoy
feliz. Y me despido, me tengo que ir, alguien me necesita.
Autor Anónimo
Fuente: Píldoras de fe