¿Cuál es
el secreto de la pareja feliz, del sacerdote fiel, del médico honesto?
A veces da miedo hacer promesas, comprometer el propio
futuro. Dar un sí que ate, que quite la libertad, cuesta. Dar un sí que nos
obligue a cerrar muchas puertas para quedarnos con una única opción no es
fácil.
Los ejemplos de malos compromisos no faltan, y esto
hace difícil el llegar a decisiones profundas. Vemos aquí y allá a personas que
prometen lo que luego no cumplen. Su infidelidad asusta a muchos. Algunos, por
eso, prefieren no dar un paso adelante para evitar los fracasos que han visto
en otros.
En el campo matrimonial es cada vez más frecuente
encontrarse con parejas rotas, destruidas, por el drama del divorcio. Quienes
ayer se casaron con la ilusión y la frescura de un amor firme y decidido, hoy
luchan por lograr, rápidamente, casi de un modo violento, el divorcio más
favorable a sus intereses. Así se difunde el miedo al compromiso matrimonial, y
muchos lo retrasan indefinidamente: no son capaces de dar un paso tan
importante, no se sienten preparados o tienen miedo al fracaso.
Pero el fracaso existe también cuando no hay
compromisos. Una pareja de enamorados que juegan con su amor sin llegar a dar
el paso decisivo hacia el matrimonio, pueden fracasar con la misma frecuencia
(tal vez más fácilmente) que lo hacen quienes se casan quizá de un modo
precipitado.
El problema no está en casarse o no casarse, sino en
llegar a la madurez necesaria para tomar decisiones profundas en un tema tan
importante. Esa madurez la necesitan los novios que llevan su noviazgo con
seriedad, los trabajadores que quieren ser honestos, los empresarios que deben
pagar lo justo a sus obreros, los políticos que están llamados a gobernar y no
a aprovecharse del cargo público, los padres de familia que cuidan con afecto a
cada uno de sus hijos.
La sociedad no puede ver con indiferencia cómo se
rompen los matrimonios como quien se cambia de camiseta. Algo nos dice que la
fidelidad construye vidas felices, auténticas, realizadas. Pero la fidelidad no
se cimienta sobre el vacío, ni sobre la presión de los demás, ni por el miedo a
lo que ocurra tras el fracaso.
¿Cuál es el secreto de la pareja feliz, del sacerdote
fiel, del médico honesto? Somos constantes en nuestros compromisos cuando nos
guía el amor. El amor une a los esposos en los momentos fáciles y difíciles, en
las penas y alegrías, en el nacimiento del hijo enfermo y en la sorpresa del
hijo que se escapó de casa.
El amor soporta los mil problemas de cada día: la
escasez del dinero a fin de mes, los pantalones rotos del hijo más pequeño, la
reprensión del director de la escuela por las bajas notas de la niña ya no tan
niña, y la muerte del abuelo que deja un hueco profundo en la familia.
El amor no “aguanta”, sino que supera los problemas,
porque mira a algo más grande: al corazón del otro, al corazón de la otra, al
que queremos con todo el alma. El amor no se permite coqueteos fuera del hogar,
ni trampas en el negocio, ni ambiciones de poder.
El amor “aprisiona” la vida de quien ama con unas
cadenas que lo hacen particularmente libre, porque el sentir que nos mira quien
nos ama no causa pena, sino alegría. No duele la fidelidad cuando está cerca el
que un día nos robó el corazón, y que hoy, quizá con más ilusión que ayer,
sigue dando luz y calor a cada nueva página del calendario.
El compromiso no es difícil. Quizá lo hemos convertido
en algo extraño porque el egoísmo domina en muchos corazones. Pero el corazón
no está hecho para mirarse a sí mismo, sino para mirar hacia fuera. Entonces sí
que hay una alegría profunda, entonces sí que vale la pena vivir, aunque el
dolor muerda nuestra carne o la vejez nos acerque al momento de la partida.
Ser fieles es fácil si hay amor. El mundo gira, como
hace millones de años, mientras el sol calienta nuestra tierra y los pájaros
cruzan nuestros cielos. El amor construye lazos que no terminan con la muerte.
Son lazos de amor, de un amor que no termina.
Un compromiso que nace del amor es un compromiso
soberanamente libre, porque arranca de lo más profundo de nosotros mismos, de
nuestro corazón enamorado. El “para siempre” es sólo la otra cara del “te
quiero”. Las parejas fieles nos lo dicen, silenciosamente, con su amor y su
alegría indestructible.
Por Fernando Pascual, L.C.