La sangre de Jesús
Un domingo, mirando una
estampa de Nuestro Señor en la cruz, me sentí profundamente impresionada por la
sangre que caía de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al pensar que aquella
sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla.
Tomé la
resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la cruz para recibir el
rocío divino que goteaba de ella, y comprendí que luego tendría que derramarlo
sobre las almas...
No eran todavía las almas de los sacerdotes las
que me atraían, sino las de los grandes pecadores; ardía en deseos de
arrancarles del fuego eterno...
Y para avivar mi celo, Dios me mostró que mis
deseos eran de su agrado.
Fuente: Catholic.net