Nos pasamos haciendo viajes, recepciones y
cenas costosísimas para combatir la pobreza...
José Ortega y Gasset escribía
en la década de los años 20 del siglo pasado: “El dato que mejor define la
peculiaridad de una raza es el perfil de los modelos que elige, como nada
revela mejor la radical condición de un hombre que los tipos femeninos de que
es capaz de enamorarse. En la elección de la amada hacemos, sin saberlo,
nuestra más verídica confesión”.
Como cristiano en la vida
pública, fue mi primer deseo pretender llevar las ideas de santidad de la vida
diaria del Padre Kentenich a la vida política.
Durante diez años me tocó
ocupar una banca en la Cámara de Diputados del Paraguay y quizás traicionado
por mi juventud y por aquellos ideales de portar el estandarte y de entrega
total, trabajé duramente para que los proyectos
de ley que sostuvieran proyectos de política pública de inserción social,
mejoramiento de la calidad de vida y de reducción de la pobreza, de
generalización y excelencia en la educación pública se hicieran realidad.
No solo no encontré apoyo sino que recibí golpes, agravios, insultos
y calumnias en dicho proceso.
Los cinco primeros años me
demostraron que todo lo
que yo creía que era “bueno” no era viable. No juntábamos más
de 10 votos en una cámara de 80 congresistas.
Recién luego de estos años de
duro aprendizaje empecé a comprender que todas las personas que estaban allí
sentadas, eran el mejor proyecto de vida de lo que ellos mismos podrían ser.
Muchos de ellos, hijos de
humildes labriegos, otros herederos de viejos caudillos de la época de la
dictadura y algunos bienintencionados ciudadanos que llegaron por una u otra
vía, desarrollaron en su liderazgo el nivel de
excelencia que podían.
A la luz de la opinión
pública –u opinión publicada–ridiculizados como ignorantes, primarios,
cavernícolas, corruptos y hasta narcotraficantes, no parecían nunca acusar
recibo de tales acusaciones.
Seguían votando en contra de “los intereses de la mayoría” y en las sucesivas elecciones, sin embargo, tenían gran éxito
electoral cosechando victorias de sus movimientos en sus ciudades y departamentos.
Algo no funcionaba en mi lógica.
Luego comencé a sentir
intuitivamente lo que el Papa hoy verbaliza con tanta claridad en el año
de la Misericordia cuando nos dice: “El Evangelio de la misericordia, que se
debe anunciar y escribir en la vida, busca personas con el corazón paciente y
abierto, buenos samaritanos que conozcan la compasión y el silencio ante el
misterio del hermano y la hermana”…
“Quiere estar cerca de las
heridas de cada uno para medicarlas. Ser apóstoles de la misericordia significa
tocar y acariciar sus heridas presentes también hoy en el cuerpo y alma de
muchos de sus hermanos y hermanas. Curando estas heridas profesamos a Jesús.”
En el año 2004 un querido
amigo mío que nos dejó muy tempranamente, Gerard Le Chevalier escribió un
artículo maravilloso que llamó Se
buscan políticos honestos para sociedades corruptas.
En una de sus frases más
memorables de aquel breve pero importantísimo aporte decía: “El
éxito de una persona en un cargo depende fundamentalmente de los criterios para
contratarla. Mientras los requisitos de nuestras sociedades
para sus políticos sean la mentira, la corrupción, el oportunismo, el
clientelismo, el populismo y la demagogia, no debería sorprendernos que así
sean los postulantes”.
¿Somos todos los cristianos realmente misericordiosos ante la
política y ante los políticos?
La política, comprendida como
lucha legítima por el poder, en primer lugar no solo no es mala sino
absolutamente necesaria. La vocación del político tiene siempre un combustible
cual es la ambición.
La ambición en sí no es mala
hasta que nos preguntamos: ¿para qué queremos el poder? Cuando dos o más
ambiciones salen a jugar al campo y se confrontan, sacan de nosotros lo peor y
lo mejor, de acuerdo a las circunstancias en que vivimos y los valores que
superponemos ante cada desafío.
En nuestra evaluación sobre
lo político y lo público, somos lapidarios “Fulano ha robado”, “Mengano ha
mentido”, “el Ministro ha beneficiado a su bufete”, “el presidente ha mentido”.
Pero, ¿acaso no hacemos lo mismo en nuestras
casas? ¿Somos
realmente fieles a las promesas conyugales aceptadas ante Dios en el
matrimonio? ¿Somos realmente honestos en el manejo de nuestras empresas?
¿Pagamos todas las cargas
sociales de nuestros empleados? ¿No intrigamos en la empresa para lograr un
ascenso? ¿Cuidamos a nuestros hijos como nuestro mayor tesoro, educándolos en
los valores cristianos?
¿No mentimos en nuestro trabajo al esconder ganancias, eludir o
evadir impuestos? ¿No hemos pagado una coima
para agilizar un trámite incluso en el colegio o universidad de nuestros hijos?
Mi conclusión es que hemos
estado equivocados todos estos años, los “buenos” políticos (y digo así porque en
las decisiones políticas siempre habrá buenos o malos, no importa el propósito
sino los beneficiarios o perjudicados de nuestras decisiones), los organismos
de cooperación internacional, los organismos multilaterales de crédito,
nuestras conferencias episcopales, nuestros gremios empresariales.
¿Por qué?
Porque nos pasamos haciendo viajes, recepciones
y cenas costosísimas para combatir la pobreza.
¿Y a quiénes invitamos? A aquellos que
“hablan bien”, que se expresan de una manera correcta, que tienen una
“excelente imagen” y una conducta “aceptable”, es decir a los que piensan igual que nosotros.
Estos son –en varios países, no solo en el mío– una enorme minoría.
Paseamos por Berlín, Madrid,
Roma, Londres, Washington, encontrándonos siempre con las mismas personas. Las
mismas que asentimos a las verdades incontrovertibles que nos señalan los más
importantes estudiosos de la materia política, económica y diplomática.
Aplaudimos y volvemos felices
a nuestras casas porque hemos encontrado a gente que “piensa igual que
nosotros”.
El año de la misericordia nos
invita a quienes nos dedicamos de manera directa o indirecta a la política o a
lo político a no
quedarnos en esta zona de confort, donde nuestro ego se ve alabado con la publicación de un interesante
artículo en una revista prestigiosa o el aplauso de un auditorio de científicos
sociales que nos dan la razón a nuestras tesis.
Nos invita a romper ese círculo de miseria.
Miseria de quienes estamos –yo he estado– en esos grupos.
A quien debemos invitar es a “los otros”. Sí. Así como suena. Al que falsificó su tesis doctoral para
llegar a ser ministro, al que financió su campaña con dinero del narco, a quien
benefició a la constructora de su socio o entregó los juicios del estado a su
bufete.
¿Por qué?
Porque los políticos necesitan que se los
“busque con el corazón paciente y abierto, buenos samaritanos que conozcan la
compasión y el silencio ante el misterio del hermano y la hermana”.
Que comprendamos que la política ha sido para muchos la forma
de vivir y de servirse del Estado porque en sus casas le enseñaron eso desde
niños.
No todos tuvimos la suerte de
crecer en los valores del cristianismo y de la fe, y que hablemos entre
nosotros, entre quienes pensamos igual ¿qué valor final tiene? Les cuento:
ninguno.
En el mundo hay 136.000 millones de dólares en cooperación para
los países en vías de desarrollo. Sin embargo, hay un billón de dólares en
flujos financieros ilícitos.
¿Acaso creemos que haciendo
reuniones entre quienes apoyamos proyectos de cooperación convenceremos a los
corruptos que esconden su dinero para que los dejen en sus países para que
sirvan a los más pobres? Eso es una picardía imperdonable.
Esta acción política no es
sólo para los políticos, sino para todos los ciudadanos, como dice Fernando Savater:
“Es por esto que alarma oír
hablar de lo malos que son los políticos, de lo corruptos que son, y uno dice:
Querrá usted decir que nos
pasa a todos, porque si los políticos son corruptos, lo son porque nosotros
dejamos que lo sean, porque fracasamos en nuestra propia tarea política que es
el elegirles, sustituirles, controlarles, vigilarles, y en último término,
presentarnos como candidatos, como una mejor alternativa frente
a ellos. Si eso no lo hacemos, efectivamente los políticos seguirán siendo unos
corruptos; y lo seremos todos, todos los políticos dentro de un país, porque
todos en una democracia somos políticos, y no hay más remedio que serlo”.
Atentos al llamado del Papa,
abramos nuestros corazones a la política, a los políticos, comprendiendo que
ellos no sólo son el reflejo de lo que como sociedad elegimos, sino que también
esperan al buen samaritano que sane sus heridas provocadas por la misma miseria
que todos sufrimos a diario.
Por Sebastián Acha, durante 10 años diputado nacional en Asunción
(Paraguay).
Fuente: Artículo originalmente publicado por schoenstatt.org
