No podemos encontrar a
Dios en medio del ruido, la agitación
Los contemplativos y los
ascetas de todos los tiempos, de todas las religiones, han buscado siempre a
Dios en el silencio, la soledad de los desiertos, de los bosques, de los
montes. Jesús mismo vivió cuarenta días en perfecta soledad, pasando largas
horas hablando de corazón a corazón con el Padre, en el silencio de la noche.
También nosotros estamos
llamados a retirarnos, de manera intermitente, en un profundo silencio, en la
soledad con Dios. Estar solos con él, no con nuestros libros, nuestros
pensamientos, nuestros recuerdos, sino en una perfecta desnudez interior:
permanecer en su presencia –silencioso, vacío, inmóvil, en actitud de espera.
No podemos encontrar a Dios
en medio del ruido, la agitación. Fijémonos en la naturaleza: los árboles, las flores, la hierba de
los campos, crecen en silencio; las estrellas, la luna, el sol, se mueven en
silencio. Lo esencial no es lo que podamos decir a Dios, sino lo que Él nos
dice, y lo que dice a los otros a través nuestro. En el silencio Él nos
escucha; en el silencio, habla a nuestras almas. En el silencio nos concede el
privilegio de oír su voz:
Silencio de nuestros ojos.
Silencio de nuestros oídos.
Silencio de nuestras bocas.
Silencio de nuestros espíritus.
En el silencio del corazón,
Dios hablará.
Silencio de nuestros oídos.
Silencio de nuestras bocas.
Silencio de nuestros espíritus.
En el silencio del corazón,
Dios hablará.
Beata Madre Teresa de Calcuta
Fuente: Oleada Joven