Cuando
queremos un médico que nos cure o aconseje, no buscamos un médico que esté
enfermo
Quisiera saber por qué los sacerdotes
católicos creen que pueden darnos consejos a los matrimonios si ellos no se
casan.
Estimada:
Porque se trata de una cuestión de
preparación doctrinal, moral y pastoral. También Jesucristo, siendo célibe,
legisló sobre el matrimonio (cf. Mt 19). Y San Pablo, siendo célibe y
recomendando la virginidad consagrada, no tuvo empacho en escribir a los
casados: «En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre
abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la impureza, tenga cada hombre
su mujer, y cada mujer su marido. Que el marido dé a su mujer lo que debe y la
mujer de igual modo a su marido. No dispone la mujer de su cuerpo, sino el
marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer. No os
neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para daros a
la oración; luego, volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por
vuestra incontinencia. Lo que os digo es una concesión, no un mandato. Mi deseo
sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su
gracia particular: unos de una manera, otros de otra.
No obstante, digo a los célibes y a las
viudas: bien les está quedarse como yo. Pero si no pueden contenerse, que se
casen; mejor es casarse que abrasarse.
En cuanto a los casados, les ordeno, no yo
sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, mas en el caso de
separarse, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y que el
marido no despida a su mujer.
En cuanto a los demás, digo yo, no el
Señor: Si un hermano tiene una mujer no creyente y ella consiente en vivir con
él, no la despida. Y si una mujer tiene un marido no creyente y él consiente en
vivir con ella, no lo despida. Pues el marido no creyente queda santificado por
su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente. De
otro modo, vuestros hijos serían impuros, mas ahora son santos. Pero si la
parte no creyente quiere separarse, que se separe, en ese caso el hermano o la hermana
no están ligados: para vivir en paz os llamó el Señor. Pues ¿qué sabes tú,
mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvarás a tu
mujer? Por lo demás, que cada cual viva conforme le ha asignado el Señor, cada
cual como le ha llamado Dios. Es lo que ordeno en todas las Iglesias» (1C0
7,1-17).
Alguno podría decir: “pero Jesucristo es
Dios, y San Pablo era apóstol”. Como argumento determinante no tiene ningún
peso; sin embargo, para dejar más tranquila a quien me hace la consulta le podría
recordar que además de los ejemplos de Nuestro Señor y del Apóstol, el mismo
San Pablo manda a un sacerdote y obispo, que era célibe, Timoteo, que dé
consejos y dirija a los ancianos, jóvenes, madres, viudas, etc. (cf. 1Tim
5,1ss); y le dice bien claro: «todo esto incúlcalo para que sean
irreprehensibles» (1Tim 5,7). Y lo mismo manda a otro de sus discípulos, Tito:
«Mas tú enseña lo que es conforme a la sana doctrina; que los ancianos sean
sobrios, dignos, sensatos, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia, en
el sufrimiento; que las ancianas asimismo sean en su porte cual conviene a los
santos: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, maestras del bien, para que
enseñen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas,
castas, hacendosas, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no sea
injuriada la Palabra de Dios… Así has de enseñar, exhortar y reprender con toda
autoridad. Que nadie te desprecie» (Tito 2,1-10).
Evidentemente se realiza aquí algo que es
de sentido común: cuando queremos un médico que nos cure o aconseje, no
buscamos un médico que esté enfermo como nosotros sino uno que conozca, aunque
no sea por experiencia, cómo se cura nuestra enfermedad. Salvada la enorme
distancia (¡el matrimonio no es una enfermedad sino un sacramento!) se puede
entrever la aplicación análoga a nuestro caso.
Por P. Miguel A. Fuentes, IVE
