Si no las tienes, ¿a qué
esperas? ¡Es simple!
Se han hecho
muchos estudios sobre la felicidad. Siempre nos hacemos la misma pregunta:
¿Cómo podré ser más feliz? ¿Cómo hago para acabar con la pena y vivir feliz el
presente que me toca vivir?
Tenemos un
anhelo de felicidad eterna en el alma. Queremos que la alegría dure siempre.
Que la paz nunca muera.
Dicen los
estudiosos que las personas más felices son los que han invertido su tiempo en
estar con otras personas. Aquellos que han elegido dar y no guardar, entregar la vida y no retenerla. Son aquellos que tienen claras sus
prioridades y han optado por servir la vida ajena.
Han jugado el
partido de su vida en el que ellos eran los protagonistas. No se han dejado
vivir, han vivido. Han elegido bien sus decisiones. Se han desgastado amando.
No han seguido las presiones del mundo.
Han entregado
sus vidas en un esfuerzo por hacer más feliz la vida de los otros. Han acompañado a los que sufrían. Se han preocupado de los que tenían
menos. Han invertido su tiempo en tareas poco remuneradas.
Se han dado sin
esperar tanto a cambio en un mundo en el que tantos desean obtener muchas
ganancias invirtiendo poco esfuerzo. Han amado y han sido amados. No
siempre obtuvieron premio por su entrega. No siempre recibieron gratitud cuando
se dieron. Pero no perdieron la sonrisa del alma.
Dicen que hay
dos sonrisas. Una la que se ve siempre. Está en la superficie del
rostro y disimula a veces una tristeza pesada y grave, algo más honda. Esa
sonrisa forzada alimenta a veces sólo una imagen falsa. Es importante, porque
todos la ven. Pero es triste, cuando no refleja una alegría verdadera.
Hay otra
sonrisa más oculta, más honda, más verdadera. Se ve en destellos de luz que
deja ver la mirada. Esta sonrisa no todos la perciben. A veces vive oculta
detrás de las lágrimas del dolor, o escondida en duras experiencias que tiene
la vida.
Pero no por
ello muere. Sigue vibrando en lo más hondo del corazón. Esa sonrisa es la firma
de la felicidad más verdadera. Estoy seguro.
Aquellos que desgastan
su vida por amor la poseen. Aquellos que se entregan sin temer perder lo que
hoy tienen. Aquellos que no pretenden puestos, ni cargos importantes. Los que
no aspiran a un reconocimiento global por su generosidad sincera.
Aquellos que
han decidido amar para ser más felices. Y viven, y se desgastan, y sonríen
con el alma. Los que no buscan siempre la victoria en la vida. Y saben
conservar una sonrisa sabia detrás de muchas derrotas.
Aquellos que
han decidido mantener el equilibrio después de muchos golpes y caídas. Esos son
los más felices.
Y la sonrisa
del alma no se borra en medio del barro y de la lluvia. La conservan. Está
grabada a fuego.
Yo quiero ser
así, vivir así, sonreír así. Conservar en el alma una sonrisa eterna. Vivir
sin miedo a que me derriben. Porque ya lo he dado todo. Porque no temo
perder nada.
Dicen al mismo
tiempo que las personas más infelices son las que han pasado su vida
preocupadas de ser más felices ellas mismas. Preocupadas de tener más, de
lograr más, de guardar más su vida para no perderla. Sin mirar a nadie.
El camino de la
felicidad pasa por esa entrega personal y sincera. El camino de la felicidad
pasa por agradecer siempre. A Dios, a los hombres, a la vida, a mí mismo.
Agradecerle a Dios por lo que yo soy. Por lo que vivo. Abrazando mi fragilidad
y mi miseria. Si me abrazo a mí mismo, podré abrazar a otros.
Quiero
agradecer a Dios por mi vida. Así podré aprender a agradecer a tantos.
