La oración de entrega de san Ignacio de Loyola no
es para los débiles de corazón
Hace unas cuantas noches,
mientras esperaba a que mi hija saliera de su clase de gimnasia, estaba leyendo
el último libro de Dawn Eden,“Recordando
la Misericordia de Dios: Redímete de tu pasado y libérate de los recuerdos
dolorosos”cuando me di cuenta de que la autora usa la oración Tomad, Señor, de san Ignacio
de Loyola, para los títulos de los capítulos.
Si hay una oración que nunca
he sido capaz de orar con sinceridad, sin duda es esta. ¿Vosotros podéis? Si es
que sí, sois de lejos más santos que yo.
Tomad, Señor (o Suscipe, “recibe”, en latín)
es una oración profunda, conmovedora, pero cada vez que he intentado rezarla o
cantar el himno tan conocido que usa la letra de la oración, mi cabeza se llena
de reflexiones, a veces un poco alborotadas. Os explico mejor el proceso
habitual de mi fracaso con esta oración:
Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad,
¿Toda, Señor? ¿Por qué no sólo
un poquito? En fin, hablamos de mi libertad, de mi autonomía; sinceramente, no
me creo capaz de darte todo eso, por lo menos no ahora.
De todas formas, ¿qué quiere
decir eso? Lo siento, me damiedo. ¿Tal vez cuando ya
sea muy muy mayor? Bueno, sigamos…
mi memoria, mi entendimiento,
Vale, puedes llevarte todos
los recuerdos dolorosos, eso es fantástico, y también estoy encantada con
compartir los buenos contigo, aunque ya los conoces. Pero, ¿mi memoriade verdad? Eso no
suena muy bien. Suena a que me voy a quedar con demencia senil.
¿Se supone que con esta frase
te pido que habites mi memoria, que la infundas con tu Gracia? Bueno, ¿y por
qué no lo dijo San Ignacio con esas palabras concretas?
No quiero que te lleves toda
mi memoria; de hecho, ya ni siquiera es tan buena. Y eso de “mi entendimiento”,
por favor, no. Me gusta mucho entender; necesito entender. Ni siquiera entiendo lo que
se supone que significa esto. Anda, ¡quizás es que ya te has llevado mi
entendimiento!
y toda mi voluntad,
Uf… Esta oración no va muy
bien. Probablemente debería parar aquí.
todo mi haber y poseer;
Vos me lo disteis,
a Vos, Señor, lo torno;
Bueno, creo que puedo
devolver algo de lo que me has dado… quizás. Algunas
cosillas. Sé que me lo has dado todo, y estoy sinceramente agradecida, de
verdad, pero ¿para qué querrías que te lo retornara todo? ¿En qué estaba
pensando san Ignacio?
Todo es vuestro,
disponed a toda vuestra voluntad.
Sí, reconozco que todo es en
primera y en última instancia tuyo, y que de verdad puedes hacer lo que quieras
con ello porque yo soy demasiado pequeña como para aferrarme a nada si Tú de
verdad insistieras en lo contrario, pero por favor, no hagas que suceda nada
terrible. Es decir, nada quea mí me pareciera terrible. Porque eso
sería terrible, para mí.
Dadme vuestro amor y gracia,
que esta me basta.
Esta frase sí que quiero que
sea verdad. Sí quiero tu amor y tu gracia; lo pido constantemente. Pero la verdad
es que no sé si eso es suficiente. Sé que debería ser suficiente, pero parece
que siempre quiero más… *Suspiro*. Creo que ahora estoy deprimida.
Me da la sensación de que
esta no es la forma en que san Ignacio, ni ningún otro santo, decía esta
oración. De todas formas, con estas palabras me doy cuenta del tipo de entrega,
el tipo de rendición por la que tengo que trabajar.
Al menos estoy en buena compañía:
en su libro, Dawn Eden dice que tardó mucho tiempo en dejar de resistirse a laOración
de Jesús, pero que, llegado un tiempo de gran necesidad, le aportó
gracia cuando tuvo el valor de decirla en oración.
Por ahora, creo que me
centraré en la Oración
ante el Cristo de San Damián, de San Francisco:
Sumo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta…
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta…
Fuente: Zoe Romanowsky/Aleteia
